Todos sabemos que la comedia y su hija adoptiva, la farsa, nacen como una necesidad de hacer crítica de costumbres. No importa que al paso del tiempo esas costumbres cambien y se diluya la fuerza de la crítica, porque las buenas comedias nos han dejado grandes personajes. Naturalmente que existen las comedias anodinas que sirven para reír y pasar el rato, pero hacer comedias con toda su carga de comicidad y de análisis incisivo de la realidad es un viejo y difícil arte, siempre renovado. La comedia urbana en la actualidad es muy ácida y poco convencional, tanto que se pierden los linderos con la farsa además de que explora nuevos caminos.
Sería el caso de Alejandra Trigueros, la dramaturga que viene creciendo con cada uno de sus textos. Muerte deliberada de tres neoliberales es su tercera obra, en la que sigue abordando el tema de la pareja, pero ahora su cruel y brillante ingenio se dirige también a la crítica política. Trigueros presenta una reunión de amigos mexicanos en algún punto de Estados Unidos en la que alterna los momentos realistas con otros que no lo son --incluso los ``apartes'' directamente dirigidos al público--, sobre todo para contrastar a dos de las parejas, la de los jóvenes economistas neoliberales que se dirigen uno al otro en los términos de la escuela de economía que ahora nos devasta a todos, y la de los jóvenes de izquierda que se hacen el amor --en juegos con el tiempo y el espacio-- recitando a Cortázar y García Lorca. Las discusiones entre todos --son cinco los economistas que estudian su posgrado en el país del norte-- se dan en un tono realista, interrumpidos por la dueña de casa, sin estudios, que habla del tiempo como única posible intervención a la charla general. A pesar de las constantes rupturas, los personajes se van delineando, aunque en lo personal tenga mis dudas acerca de la pareja izquierdista, que me parece referirse más a hippies de los sesenta, con su anarquismo y su mariguana a cuestas, que a jóvenes politizados del momento actual.
José Caballero dirige con su habitual solvencia, marcando los ritmos y las rupturas, cuidando a sus siete jóvenes actores --Eugenia Leñero, Larissa Guzmán, Román Walker, Gabriel Porras, Joaquín Rodríguez, Olga González y Alberto Castillo-- a los que desplaza por la correcta escenografía de que es autor, en unode sus trazos limpios y dosificados. Estamos ante una de las escasas expresiones de buen teatro político que se dan en nuestros escenarios.
En lo que podría ser el otro extremo de nuestro arco teatral, Fela Fábregas nos trae un éxito de Broadway, con lo que sigue la tónica que imprime a sus producciones, pero esta vez con toda la sostificación de los textos de Woody Allen y David Mamet, bajo la dirección de Norberto Bogard, mexicano residente en Estados Unidos que realiza su segunda dirección profesional en nuestro país; esperemos que con esta escenificación las salas del ambicioso complejo teatral de que es núcleo el San Rafael puedan seguir una línea que conjugue lo artístico y lo comercial. Bienvenida, por muchas razones, la trilogía que conforman Tres juegos mortales: La entrevista, de David Mamet; La mano amiga, de Elaine May, y Sucedió en Nueva York, de Allen, en una cuidadosa traducción de Enrique Delgado Fresán a la que se agradece no buscar la adaptación a nuestro medio, como tantas otras que dan al traste con la intención de los autores.
Quizá el plato fuerte sea Sucedió en Nueva York, porque es la de mayor duración y porque Allen es muy conocido entre nosotros; en su ácida comedia, el autor refrenda su capacidad para el diálogo brillante y la creación de situaciones y personajes, aunque ante muchos de sus filmes este texto aparece como menor. Espléndida, la muy breve de Mamet, con su artificio retórico y el desencuentro propiciado por la palabra literal y la palabra metafórica. Simpática, aunque muy endeble, esa especie de ``canto a la vida'' a lo Frank Capra que resulta ser el texto de Elaine May.
En tres funcionales escenografías --de Roco Martínez y Elaine Gasteño--, Norberto Bogard imposta las obras en los tonos que cada una requiere. Sin movimiento escénico y fincada en la verbosidad del abogado, la de Mamet; casi fársica la de May y con trazo convencional la de Allen. Marta Aura en sus dos personajes, Arturo Beristáin y Gastón Tuset encarnando a tres muestran mucha ductilidad, aunque Tuset no encuentre todos los matices de Oscar. Verónica Langer, sofisticada en el suyo, y la linda Florencia Ferret francamente insegura en su breve aparición.