La Jornada jueves 7 de agosto de 1997

Gilberto Guevara Niebla
Democracia y educación

La reforma democrática nos convoca a repensar muchas de las instituciones nacionales incluyendo, desde luego, el sistema escolar. En su Política, Aristóteles sostiene que debe haber un tipo de carácter humano para cada forma de Constitución. Suponiendo, en nuestro caso, que tenemos claridad respecto a los fines democráticos, para seguir el consejo de Aristóteles los mexicanos tendríamos que convenir al menos dos cosas: primero, el tipo de carácter que sería mejor formar y, segundo, el método que debe aplicarse para esa formación.

Pero ¿esa formación se ofrecería a todos? ¿Y quiénes son ``todos''? El texto del artículo 3o. constitucional no discrimina: ``todo individuo tiene derecho a recibir educación''. Esta prescripción, sin embargo, no elimina nuestra duda, pues la educación a la cual teóricamente se tiene derecho no está precisada. ¿A cuál educación tiene derecho todo individuo? Nuestra confusión tampoco desaparece cuando leemos, enseguida, que la educación primaria y secundaria son obligatorias: esta frase aislada no precisa los sujetos sobre quienes pesa la obligatoriedad.

Más allá de estas imprecisiones legales, entendemos que el derecho a la educación básica es universal: ella debe estar al alcance de todos los niños (sean o no ciudadanos) que habitan en el territorio nacional. Pero también asumimos que en una democracia la educación ha de ser dirigida por el Estado y que su principal misión consiste en formar al ciudadano, aunque la tarea educativa no se reduzca a esto último. Al parecer, en México existe consenso en la idea de que para que el sistema educativo se incorpore plenamente a la democracia debe, al menos, cumplir estos dos requisitos: 1) que sea capaz de ofrecer una educación básica de calidad para todos, y 2) que en la distribución de plazas en la educación superior se garantice igualdad de oportunidades.

Se puede advertir que los esfuerzos del gobierno de México se concentraron, durante los últimos años, en cumplir con el primer requisito, aunque sería falso afirmar que ha sido satisfecho. Es, todavía, meta a conquistar. Se han inyectado más recursos financieros, se han cambiado programas, libros de texto, normas escolares diversas, etcétera, pero la cobertura es deficiente, la eficiencia terminal en primaria sigue siendo, aproximadamente, de 75 por ciento (otra estimación la reduce a 50) y, aunque se cuenta con poca información oficial sobre los resultados de aprendizaje en todo el país, hay datos que permiten estimar que se mantienen en niveles bajos. En un examen aplicado a alumnos de reciente ingreso a secundaria, durante el pasado año escolar, obtuvieron calificaciones insatisfactorias en lectura y escritura, y muy bajas (2, en promedio) en matemáticas.

Podría decirse, empero, que el efecto de las reformas que se han venido realizando desde 1992-1993 sólo podrá registrarse hasta los próximos años, cuando egresen los niños educados bajo el nuevo régimen curricular. Otro asunto, de vital relevancia para el futuro de la joven democracia mexicana, es el relativo a la educación cívica. También en esta materia la SEP ha anunciado la próxima publicación de un nuevo libro de texto, aunque no cabe duda de que la formación ciudadana exige repensar, en su conjunto, el sistema educativo.

Pero el orden escolar para la democracia quedaría incompleto sin que se garantizara igualdad de oportunidades en la distribución de lugares de la educación superior. La experiencia ha mostrado que la gente suele compartir ese principio pero, una vez que se pone en práctica, se producen inevitablemente desacuerdos. Este efecto parece obvio: ningún proceso cuyo fin es discriminar (es decir, aceptar a unos y eliminar a otros) puede obtener universal aprobación. Hasta el momento, empero, la selección en este nivel parece inevitable. Lo que habría que garantizar, en todo caso, es que esa selección se haga, estrictamente, en función del mérito académico y no atendiendo a razones de otra índole; y en eso juegan un papel decisivo los criterios que se aplican para seleccionar alumnos. Los hay subjetivos y los hay objetivos. Los criterios subjetivos (del tipo: ``Será capaz de desarrollar buenas relaciones con sus compañeros''; ``Tendrá buen carácter''; etcétera) se usaron en el pasado para discriminar a grupos raciales o sociales a los que se juzgaba ``indeseables'', y esa experiencia indujo a las universidades a privilegiar en la selección los criterios objetivos (que se traducen principalmente en exámenes).

Tales son algunos requisitos para asegurar que el sistema educativo responda satisfactoriamente a las demandas de la democracia.