Me enteré apenas el 30 de julio, estando en París, del fallecimiento de Cristina Payán. Fue un golpe fuerte, pues ni siquiera sabía que hubiera estado enferma. Su muerte fue prematura y el dolor de su pérdida, compartido por todos los que la conocimos, debe ser enorme para Carlos, su compañero de tantos años y amigo entrañable, y para Emilio e Inna, sus valiosos hijos y también amigos. Lamento no haber estado con ellos en momentos tan difíciles.
En Berlín tuve la oportunidad de conversar largo con un grupo de simpatizantes del zapatismo y de otros movimientos, parte del cual habría de ir al Encuentro Intercontinental contra el Neoliberalismo y por la Humanidad. En la reunión, como invitada especial estaba Ana Esther Ceceña, del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, y también dos jovencitas mexicanas que dijeron estudiar en la UNAM pero que más bien creo que eran lumpen semianalfabetas y ultras que, como tantos semejantes, iban al Encuentro en España.
Dos cuestiones me llamaron la atención sobremanera en esa reunión de Berlín: a) que para el Encuentro los zapatistas eran ``iguales'' a todos los demás y que, por lo tanto, no serían invitados como tampoco lo serían los sindicatos, los partidos y los intelectuales; y b) que no se aspiraba a ninguna clase de organización, ni siquiera coordinación, ``porque en el momento en que se organiza un movimiento surge una dirección y ésta, invariablemente, se convierte en una burocracia que, en consecuencia, inhibe la espontaneidad de las masas y las formas libres de asociación y de acción''.
Al parecer los zapatistas sí fueron invitados y en su nombre asistieron Dalia y Felipe. Creo que estuvo muy bien que fueran, pues en la agenda, por lo menos del grupo alemán, no estaba planteada, por ejemplo, la exigencia al gobierno de Zedillo de respetar los acuerdos de San Andrés ni la desmilitarización de Chiapas y otros estados de México. Pero, lamentablemente y en el más claro espíritu neobakuninista, los lumpen-anarquistas que asistieron en mayoría no quisieron invitar a organizaciones políticas ni a intelectuales reconocidos. El resultado del encuentro es que fue un encuentro-pachanga, a la europea marginal, sin contenido político, como es la tendencia entre los jóvenes de la generación X: los desorientados, como se les llama en Francia, y que en Berlín han llenado de graffiti sin contenido todo lo que han podido, quitándole a Nueva York el dudoso honor de ser la ciudad más pintarrajeada del mundo.
Tantos graffiti en Berlín demuestran que la juventud está inconforme con el sistema. Esto no está mal, pues no hay razones para que los desempleados y los pobres estén de acuerdo con el sistema; pero, de manera preocupante, esta inconformidad no tiene contenido político ni orientación hacia el futuro o contrapropuesta más allá de la contracultura heredera de los punks y de su ideología inconsciente derechista-marginal que surgiera en los barrios de desempleados obreros de Inglaterra.
Un punto que salió en la discusión, y lo discutimos al final los más interesados, fue el de la organización. ¿Cómo luchar contra el neoliberalismo sin la organización suficiente para que dicha inconformidad no sea una suerte de punkismo sin sentido político y, por lo tanto, fácilmente institucionalizable como ha ocurrido con la contracultura y las casas capturadas por los grupos marginales tanto en Europa como en México y Estados Unidos? No hubo respuestas y quedó como tarea para algunos de ellos (ex militantes de la ultraizquierda) y para mí, ya que los anarquistas de la línea Proudhon-Bakunin-Kropotkin mejor se fueron a tomar cervezas por su lado.
El punto no es secundario. Es uno de los problemas que ha enfrentado la formación del Frente Zapatista de Liberación Nacional en México, al igual que su programa de acción que para algunos debe hacerse en el movimiento... si lo hay, añadiría yo.