Consuela saber que no se ha perdido todo. La sorpresa es una de esas cualidades. Si bien infrecuente y cada vez más distante, su presencia reconforta pues restaña a la condición humana lo que de ella queda. La edición internacional del Newsweek que ahora circula (agosto 4) recuerda que la sorpresa existe: aún hay a quienes les indigna que sordomudos sean tratados como esclavos. El semanario dedica su portada a los mexicanos discapacitados que laboraban en condiciones infrahumanas para una familia no sólo del mismo origen, sino también afectada por sordera. El embrollo es tan grande como triste. Como suele serlo en ``negocios sucios'', sobran implicaciones jurídicas y morales. Y si el negoco incluye la venta o el uso de humanos, el malestar y la denuncia deben ser mayores.
Es difícil pensar que en el tráfico de los sordomudos no estén implicadas ``algunas autoridades'' tanto de México como de Estados Unidos. Es, a la vez, poco probable que la ``vista gorda'' pueda ser totalmente ciega o que raye en el infinito del desconocimiento. Cincuenta y siete sordomudos extranjeros, que cohabitan, realizan trabajos similares, y que por su misma discapacidad y desconocimiento del medio requieren orientación y ayuda, evidencian las redes que favorecían su explotación y que se protegían entre sí para perpetuar ese tipo de comercio. Cincuenta y siete personas con características similares son demasiadas personas como para obviar su existencia. Lo mismo puede decirse de su translado, acomodo y cotidianidad.
Al malestar del negocio con seres humanos hay que agregar su condición de discapacitados y por supuesto los motivos por los cuáles se ``engancharon'' y emigraron. Imposible también olvidar, al menos por ahora, que la mayoría han comentado su deseo de permanecer en Estados Unidos. Esto, a pesar de que 44 de ellos vivían en un departamento que contaba con dos baños, que su alimentación consistía en leche y pan dos veces al día, que la faena de trabajo era de 14 a 16 horas al día, que su salario era 25 dólares a la semana y que tenían solamente dos días libres cada mes. Las calles de México y la dinámica social y laboral que se da en los semáforos de nuestras ciudades, son testigos mudos de las denigrantes condiciones de vida de diversos grupos de minusválidos así como de las masas de desempleados. Condiciones seguramente peores que las experimentadas en el país vecino.
El entramado que sustenta el drama de los sordomudos --se han ``descubierto'' otras cadenas similares en Carolina del Norte-- revela un panorama desolador. La historia se inicia con la incapacidad de nuestros gobiernos para ofrecer trabajos dignos a discapacitados aunado a que la legislación en materia laboral para estos grupos es pobre e imprecisa. En el mismo sentido, es evidente que la sociedad no ha cavilado lo suficiente en relación a sus obligaciones con estos grupos y por ende, no ha sido capaz de ofrecerles cobijo. Otra cuestión es la propensión del ser humano para explotar, sin miramientos, a semejantes que por su situación física se encuentran en desventaja, José Saramago tendrá ahora que escribir Ensayo sobre la sordera.
Los deslices de la condición humana parecen infinitos. Sus tropiezos nunca dejarán de sorprender. Imaginar lo inimaginario es norma en los tristes tiempos que hemos construido. El asunto de los minusválidos explotados es fiel y sórdido espejo de una de las otras caras de nuestra moral. Blake tenía razón: las puertas del paraíso y del infierno son contiguas.