Rolando Cordera Campos
Mayoría de edad y sinrazones de Summers
La democracia mexicana pasó la prueba de ``los mercados'', que nos han regalado un auténtico boom en la Bolsa de Valores, y el inefable subsecretario Summers nos concede la mayoría de edad política. La nave va, diría Fellini, y la celebración mexicana no para, más que gracias, por encima de estos curiosos hurras del adusto y reservado Tesoro de Washington.
Sin duda, las luces del pasado 6 de julio todavía nos alumbran y no hay que dejar de registrarlo, mucho menos empezar a buscar bajo las alfombras el polvo o los gatos encerrados en cuya existencia muchos no quieren dejar de creer. Para sorpresa de éstos y algunos más, la democracia no sólo puede asomarse sin miedo a la casa mexicana donde ha morado el autoritarismo por tantos años, sino que es incluso capaz de producir, apenas entrando, bienes tangibles y hasta reproducibles por la vía de los capitales.
En este sentido, los dichos de Summers, quien por lo visto no es sólo el tutor de México designado por el Tesoro estadunidense al calor de la emergencia de 1995, sino también una especie de preceptor itinerante de la República, no deben alarmar a nadie, mucho menos irritar o poner en estado de alerta al tan arrinconado espíritu nacionalista mexicano. Su voz se une a las de muchos dentro y fuera del país y eso redunda en mejores ambientes para la inversión, dentro y fuera de México.
Sin embargo, la mayoría de edad que el economista estadunidense nos concede en la política nos la quita sin mayor trámite o consideración en la economía. México, advierte tajante Summer, no puede darse el lujo de abandonar la prudencia fiscal y monetaria y el rasero de tal prudencia no puede ser sino el mantenimiento del equilibrio fiscal.
Ya entrado en gastos, el también entusiasta teórico político del Tesoro estadunidense nos ilustra en el sentido de que ``todas las naciones desarrolladas han demostrado que puede existir equilibrio económico sin que las diversas fuerzas políticas desvíen sus prioridades y mermen el avance de sus objetivos individuales'' (El Economista, 5/8/97, p. 1). Todo se puede, dice el maestro, siempre que no se cometa el pecado capital de incurrir en déficit.
Haciendo a un lado el hecho de que su país no tiene un equilibrio fiscal propiamente dicho, y que ha sido la reducción del déficit el tema más candente a la vez que confuso del litigio político en el Congreso y las elecciones; pasando también a un provisional archivo la compleja discusión académica y política desatada en Europa al calor de los acuerdos y las metas de Maastricht, lo que por ahora habría que esperar del flamante académico devenido rector de la política democrática mexicana, así como de sus epígonos domésticos, es una explicación detallada del porqué con tanta facilidad se equiparan la prudencia o la responsabilidad económica con uno y al parecer sólo uno de los criterios que se usan para evaluar el desempeño económico y financiero de un país.
En realidad, el hecho es que ni siquiera se trata de un criterio sino de un coeficiente: aquel que indicaría que las finanzas nacionales están en equilibrio sin déficit y, habría que desearlo, también sin superávit. La posibilidad de que México opte por unos puntos de déficit, por un lapso razonable y a partir de coyunturas económicas específicas, no se admite. Ello, nos advierte Summers, preocuparía a su país gravemente y vaya usted a saber lo que entonces pensaría en los mercados. Desde luego, la llegada a la edad adulta se pondría en entredicho, nos sugiere el subtesorero. Y de ahí en adelante, con un recetario que deja al ``pensamiento único'' en calidad de diabólica dialéctica.
Extraña mayoría de edad ésta, que le impide al adulto democrático explorar y decidir, arriesgar, equivocarse y corregir. Por lo visto, habrá que llegar a la vejez para poder hacerlo, como en Europa, o gozar de la eterna adolescencia americana para repartir consejos y advertencias por doquier sin preocuparse en lo más mínimo por lo que en la casa propia ocurre. Cosas del tiempo... y de Washington que nos hacen pensar de nuevo en Vasconcelos y su furibundo Proconsulado.