Elena Poniatowska
Crónica de Indias*
``... porque como los hombres no somos todos muy buenos''.
Bernal Díaz del Castillo.
Después de mucho navegar
por el oscuro océano amenazante,
encontramos
tierras bullentes en metales, ciudades
que la imaginación nunca ha descrito,
riquezas,
hombres sin arcabuces ni caballos.
Con objeto de propagar la fe
y arrancarlos de su inhumana vida
salvaje,
arrasamos los templos, dimos muerte
a cuanto natural se nos opuso.
Para evitarles tentaciones
confiscamos su oro.
Para hacerlos humildes
los marcamos a fuego y aherrojamos.
Dios bendiga esta empresa
hecha en Su Nombre.
José Emilio Pacheco.
De que aún no nos reponemos de la Conquista hace más de quinientos años, está a la vista. ``A sangre y fuego'' rige todavía no sólo en Chiapas o en Guerrero o en Morelos o en el Valle del Mezquital sino aquí afuera, en la avenida Universidad que conduce a nuestra máxima casa de estudios. Los conquistados siguen tragando fuego en la esquina, limpian parabrisas, venden chicles entre los automóviles e inhalan su chemo en la Taxqueña. Son los mismos que pintó Orozco en sus murales a grandes trazos con sus pinceles rojos. Son los mismos que defendió Fray Bartolomé de las Casas, son los mismos vencidos cuya visión nos dio Angel María Garibay, Miguel León Portilla y nos dan entrega ahora puntualmente Antonio García de León y Alfredo López Austin, entre otros.
Alguna vez Rosita Nissan y yo mirábamos en el Hospicio Cabañas no sólo al Prometeo que incendia la cúpula sino a los indios en pleno proceso de evangelización. De repente vi el rostro de Rosita bañado en lágrimas: ``¿Eso les hicieron?'', preguntó. ``No puedo creer que eso les hicieron''. La consoló un poco el amplio abrazo del monje franciscano al indio que desaparece dentro de su manto moreno. La conmoción de mi amiga judía fue mi conmoción. Los primeros monjes, los franciscanos (los dominicos y los agustinos llegaron más tarde) cristianizaron a los no-ilustrados, los no-bautizados en las capillas abiertas --no podían entrar a la iglesia-- y les impusieron un solo dios, el único, que no sólo no tenía poderes sino que moría en la cruz como una pobre cosa. Un derrotado, un sacrificado, uno que no llegaba ni a la categoría de esclavo. ¿Cómo podían aceptar a un dios así, ellos que tenían a Tlaloc, el dios de la lluvia, a Coatlicue con su falda de serpientes, dioses masivos, impenetrables, duros, grandotes, de pura piedra? Ellos querían el deslumbramiento, la fuerza, la exigencia, el rayo que parte el cielo en dos, el sol que enceguece. A cambio de su cielo temible y esplendoroso les estaban dando algo así como un trapeador, un hilacho que se tira a la basura. ¡Qué gran vergüenza!
Lograr que aceptaran a Cristo, ¡qué proeza de los religiosos del siglo XV!, incluso si los indios simplemente encimaran al cristianismo sobre sus antiguas deidades así como en Cholula levantaron mansamente una iglesia encima de cada pirámide. La Virgen María es Tonantzin, nuestra madrecita, mitad y mitad para que ustedes vean, y si el Señor de Chalma es Jesucristo, hay que rendirle culto bailándole durante horas como antes se hacía con los dioses fuertes que derribó la Conquista.
En 1960, Jesusa Palancares busca consuelo en Cristo pero no le es familiar. Es Dios sí, pero ella no puede acercársele. Le teme. No es digna de él. Dice en Hasta no verte Jesús mío:
``Ahora en las noches que cierro los ojos para quererme dormir, me acomodo y no acabo de cerrarlos cuando comienzo a ver una nube que va pasando o siento que voy en una calesa con capota de vaqueta y todos me saludan con respeto y al despertar logro oír la clave, asegún. He visto muy bien como nuestro Señor va caminando de perfil al pie de un tajo, penando con su cruz, su manto y sus espinas. Es una revelación que no me la merezco. Soy indigna de ella pero Dios me la concede por más de que le ruego:
``--¡Ay, Señor, no soy tan merecedora de tus grandezas y bienes porque una mujer tan mala como yo no debería contemplar semejantes maravillas!
``Pero me las pone enfrente y sigo como tonta en vísperas, viéndolas hasta que imploró:
``--No, Señor, ya déjame morir porque si no, voy a despertar atarantada con todos tus prodigios.''
La necesidad de prodigios es inherente a todos nosotros. Dice Jesusa: ``Cada vez que el Señor me ha concedido contemplar sus grandezas divinas ha sido a mi tamaño.''
``A mi tamaño'', Cristo nos dice que somos hijos de Dios, pero que no olvidemos que lo somos a nuestro tamaño. No hay peor pecado que el de la soberbia. Somos templos, tenemos un santuario adentro, comulgamos, Dios viene hacia nosotros, pero no debemos olvidar que somos unas cagarrutas de paloma y no precisamente del Espíritu Santo. De allí que haya muy pocos Luteros y un sólo anticristo. Es minúsculo el número de aquellos que le venden su alma al Diablo con conocimiento de causa.
Hoy por hoy y desde el surgimiento de Teilhard de Chardin se nos habla de Dios como energía, como una fuerza a la que todos nos integraremos, un Cristo cósmico o un Dios cósmico; Dios como la luz del mundo, una energía de la cual provenimos. Venimos de esa energía y vamos hacia esa energía y algún día la humanidad llegará hacia esa unión final con Dios que es Cristo o con Cristo que es Dios.
En los evangelios, Cristo es un personaje contradictorio. Cura al leproso, perdona a la mujer adúltera, resucita a Lázaro, lo invade una furia incontrolable (y por lo tanto divina) y agarra a chicotazos a los mercaderes del templo, reconviene a su madre, le explica las cosas como si fuera tontita y a su padre lo sume en el más espeso de los olvidos.
Finalmente, si a mí me preguntaran con qué imagen de Cristo me quedo, les contaría que Susan Sontag en su libro Sobre fotografía hace un símil entre Che Guevara muerto y el Cristo de Mantegna bajado de la cruz. Los dos cadáveres tienen la misma nobleza. Susan Sontag escribe: ``La fotografía que las autoridades bolivianas transmitieron a la prensa internacional en octubre de 1967 del cuerpo del Che Guevara, exhibido en un establo sobre una camilla encima de un pesebre, rodeado por un coronel boliviano, un oficial del Ejército de Inteligencia de los Estados Unidos y varios periodistas y soldados, no sólo ejemplificaba las amargas realidades de la historia contemporánea de Latinoamérica sino que tenía una inadvertida semejanza --como lo señaló John Berger-- con El Cristo muerto de Mantegna y La lección de anatomía del profesor Tulp de Rembrandt.'' Susan Sontag termina diciendo que esta imagen inolvidable se sitúa fuera del tiempo.
Así como él, otros representan una vida de entrega a los demás. Sacerdotes como Helder Cámara en Brasil, Sergio Méndez Arceo y Samuel Ruiz en México, que optan por los pobres (con todo y sus defectos, sus vanidades, su inevitable protagonismo), Camilo Torres en América Latina junto a todos los que participan de la Teología de la Liberación en América Latina. Finalmente son ellos quienes más se acercan a la imagen que tengo de Cristo, porque sin dejar de admirar a los contemplativos, a los cartujos, a los que renuncian, a los que escogen el silencio, a Santo Tomás de Aquino, a San Juan de Dios, y más recientemente a Thomas Merton, son los curitas de aldea, los misioneros, los sacerdotes de los pies descalzos quienes mejor me dan la idea del Cristo (porque hay muchos Cristos). Al que siento cercano es al Cristo que camina junto a los hombres, se enloda con ellos, lo mojan las lluvias del cielo, lo curten los rayos del sol, le gustan las muchachas y se soba los pies en la noche antes de encomendarse a Dios. Estos hombres de iglesia (porque a fuerzas son hombres de iglesia) caminan siempre al borde del desprecio y al igual que los indios inspiran curiosidad. La curiosidad se parece al rechazo en que allí donde la curiosidad termina, empieza el rechazo. O si bien les va, la indiferencia.
También a fines de este siglo XX, veo a Cristo en el subcomandante Marcos en Chiapas porque se la ha jugado con los pobres, porque comparte sus condiciones, porque junto a ellos busca un camino. Al lado de los catequistas, de las comunidades eclesiásticas de base, les ha enseñado a revalorarse a sí mismos.
Cuando Poncio Pilatos le reclamó a Cristo que por qué se autodenomina ``hijo de Dios'', Cristo el nazareno le contestó:
--Todos somos hijos de Dios.
El subcomandante se los ha repetido. Todos somos iguales, todos merecemos la misma forma de vida, la misma educación, las mismas oportunidades de salud, la misma casa en la tierra, una casa que cante y en la que rían nuestros hijos porque tienen la barriga llena y el corazón contento. Por eso, porque creo en el aquí y ahora, porque el único cielo que conozco es el que vivo todos los días, creo en la presencia de Dios. Porque si todos somos hijos de Dios como se lo dijo Jesucristo a Poncio Pilatos, veo a muchos Cristitos y a muchas mujeres y niñas Jesucristo en la selva, en los caminos del bosque, bajo los grandes árboles, unas con sus huipiles bordados de lanas de colores, sus trenzas lustrosas, que llevan en brazos a sus hijos pequeños, otros con sus sombreros de paja, su gabán, su machete y su azadón, otros y otras con su camisa caqui, su pasamontañas y su matahuilotas, por eso, porque la tierra es suya y han sido despojados, por eso, repito junto con mi amigo, mi hermano espiritual, José Emilio Pacheco, el poeta:
``Porque he extraviado aquí todas las
claves
para salvar al mundo y ya no puedo
consolar, consolarte, consolarme.
Tierra, tierra, ¿por qué no te
conmueves?
Ten compasión de todos los que viven.
Has que nadie mañana --algún
mañana--
tenga razón de repetir conmigo
las palabras de hoy
que me avergüenzan.''
* Ponencia presentada por Elena Poniatowska en el Congreso de Cristología realizado en el CUC.