Impacientes como son los wirrarica (``el que sabe'', o los huicholes) dieron a los gobiernos federal y de Nayarit y Jalisco, un plazo de 48 horas para resolver un conflicto agrario-territorial con 40 años sin solución. Finalmente aceptaron pactar una agenda-convenio con las autoridades para la solución del problema y se declararon en asamblea permanente hasta la solución de sus demandas.
El territorio wirrarica asemeja la forma de una mano que cruza varios estados: Jalisco, Nayarit, Zacatecas y Durango. Los linderos entre unos y otros separaron al pueblo huichol en fronteras artificiales. En el actual conflicto, coexisten tanto un problema agrario entre indígenas y ganaderos mestizos como el empalme de límites entre entidades federativas distintas.
En síntesis, el origen del conflicto es sencillo, y lo han narrado en diversos momentos Carlos Chávez, Angeles Arcos y Ramón Vera: en San Sebastián Teponahuaxtlán, Jalisco, unos 125 ganaderos nayaritas invadieron más de 30 mil hectáreas wirraricas. Comenzaron rentando pastos de la comunidad y luego se quedaron. Por si fuera poco, en 8 mil hectáreas hay una sobreposición de planos entre una dotación provisional del gobernador de Nayarit y la Resolución Presidencial de San Sebastián que data del 19 de septiembre de 1953. La negligencia de la Reforma Agraria hizo crecer el problema. Durante años, los indígenas pelearon por la vía legal su derecho a la tierra. El 30 de julio de este año decidieron tomar otro tipo de medidas.
Los ganaderos nayaritas representan una fuerza económica regional poderosa. En la región invadida pastan alrededor de 20 mil cabezas de ganado.
Poseen importantes relaciones con políticos locales como Rigoberto Ochoa y Emilio M. González.
Curiosamente, hasta ahora, los pobladores de Puente de Camotlán (epicentro de la movilización huichola) habían sido los menos organizados y movilizados. Otras comunidades como San Andrés o Santa Catarina habían desempeñado un papel más activo en oponerse a la cuarta reducción de su territorio, y en acciones en contra de la explotación de sus bosques.
La resistencia wirrarica abarca, sin embargo, muchos otros aspectos, además del agrario-territorial. Como pueblo conserva su propia religiosidad alrededor del culto al venado, el peyote y el maíz. Obviamente, estas prácticas chocan no sólo con la labor de conversión que franciscanos y evangélicos tratan de hacer en las comunidades, sino, también, con la legislación vigente. El uso ritual del peyote o la cacería del venado han enfrentado, con frecuencia, a los huicholes con la ley. Mantienen vivas también sus formas de organización social, lengua, autoridades tradicionales y sistemas normativos, en confrontación permanente con la imposición gubernamental de autoridades.
La movilización huichola para la recuperación de su territorio tiene ya un largo camino recorrido. En los últimos años su identidad se ha fortalecido. Apenas en marzo de este año marcharon por primera vez en la ciudad de Guadalajara exigiendo el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés. Como en Chiapas en enero de 1994, la insurgencia pacífica de los wirrarica es una advertencia de lo que se gesta en el México profundo. ¿Se escuchará antes de que se desaten en cascada los plazos de 48 horas para resolver conflictos de décadas?