La Jornada martes 5 de agosto de 1997

Carlos Fuentes
México y Brasil*

Agradezco esta alta distinción en nombre propio pero también, señor presidente, en nombre de mi país, México, y de la cultura que hemos hecho y hacemos los mexicanos.

Quiero significar con esto que por muy honrosa que sea la distinción personal, la persona y su obra no existirán sin la raíz y el respaldo de la cultura ininterrumpida de México, una cultura con dos mil años de existencia. De ella vengo, de ella me nutro, a ella regreso siempre.

Pero la cultura mexicana es parte de la cultura latinoamericana, con ella comparte un espacio y posee un tiempo.

En la larga frontera con la América del Norte comienza el espacio latinoamericano. Los mexicanos somos su primera frontera y queremos defender la identidad, la memoria y el porvenir comunes que nacen allí mismo, en la línea que va del Océano Pacífico al Golfo de México y terminan muy al sur, en la constelación austral, la cruz de centuriones que da nombre a la magnífica presea nacional de Brasil.

Pero la identidad, la cultura o el desarrollo no los puede ni obtener ni mantener por sí solo ninguno de nuestros países. Necesitamos apoyarnos unos a otros, entendernos unos a otros. Y ese soporte, esa inteligencia, requieren el acuerdo de los dos países con mayor extensión territorial y mayor número de habitantes en América Latina, Brasil y México.

Por eso, señor presidente, quiero ver en este acto algo más que una distinción a mi persona. Quiero ver la necesidad y el augurio de un acercamiento creciente entre Brasil y México. Una alianza, me atrevería a decir, para darle, juntos, voz y propósito al futuro de la América Latina en el nuevo siglo y el nuevo milenio.

¿Qué podemos hacer por separado? Sólo una fracción de lo que podemos hacer juntos. El destino latinoamericano es inconcebible sin la cooperación méxico-brasileña.

Por fortuna, a la cabeza del gobierno de Brasil está un hombre de Estado que conoce y quiere a México, pero que, sobre todo, entiende y comparte la necesidad de actuar juntos en el siglo XXI, en el nuevo milenio que desafía a la América Latina de una manera muy precisa, diciéndonos que por muy extenso que sea el espacio latinoamericano, nuestro tiempo es muy reducido y su voz nos habla con urgencia:

Pongan ustedes, mexicanos, brasileños, latinoamericanos, pongan por fin su vida política y económica a la altura de su espléndida e ininterrumpida cultura. Hagan una política y una economía que corresponda a la enérgica sociedad civil que es portadora de nuestra civilización. Y cierren todos, mexicanos, brasileños, latinoamericanos, la cruel distancia entre la satisfecha nación de los pocos y la dolorosa nación de los muchos.

Es esta identificación necesaria de la realidad cultural del continente con la expectativa social del continente lo que quisiera, señor presidente, evocar y celebrar hoy en Brasilia.

Mi padre llevó con orgullo esta presea, la Orden de la Cruz del Sur, que le fue presentada por un gran canciller brasileño, Osvaldo Aranha.

Qué orgullo siento yo hoy, cuando la recibo de un gran presidente brasileño, Fernando Henrique Cardoso.

Brasil es tierra de descubrimientos sin fin. El asombro del primer navegante es el asombro del último viajero.

Qué bien lo dijo el más grande humanista y el mejor amigo mexicano del Brasil, Alfonso Reyes, acercándose a la ``ciudad maravillosa'',

``Río de enero, río de enero, fuiste río y eres mar...''

Este es el tamaño de la esperanza y la generosidad del horizonte de la gran nación brasileña, refrendados ambos esta mañana en Brasil.

Brasilia, 4 de agosto de 1997

* Palabras pronunciadas con motivo del otorgamiento de la Orden Nacional de la Cruz del Sur, por S.E. el presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso.