Teresa del Conde
Carrillo Gil: experimentos y esculturas

Además de las propuestas escultóricas de Tadashi Uei y Kioto Ota, el Museo Carrillo Gil ofrece ahora el interesante experimento Yamasa del que me ocuparé en breve. Las exposiciones se sitúan en el contexto de la celebración del centenario de la migración japonesa a México. Entre lo que se ha organizado en torno de éste en diferentes museos (Tamayo y MAM incluidos) lo mejor corresponde a las exposiciones que ahora comento.

Siento que las participaciones de Kioto Ota tienen nivel superior, en cuanto a concepto y realización, que las de Tadashi Uei, sin que por ello estas últimas sean deleznables, lo que sucede es que corresponden a opciones privilegiadas por varios artistas y producen, además del inevitable efecto de deja-vu (cosa que no debiera importar) impresión mayormente decorativa que conceptual si se comparan con las propuestas de Ota. Estas suponen un doble juego: por un lado las formas y los materiales en sí resultan suficientes para validar estéticamente las piezas, pero a eso añaden otra condición: la de la presencia de la escarcha como elemento extra: temporal y espacial, simbólico y sensorial. Tal presencia está lograda mediante los mecanismos de congelación practicados en el plomo, un mterial saturniano e inerte, que el artista ha utilizado combinándolo con madera o piedra en diversas ocasiones. El escarchado redunda en resonancias muy finas, ya sea en Cántaro, pieza configurada mediante gajos surcados por paralelos y meridianos, apoyada en un cilindro bajo dos mitades, que a su vez sea apea sobre dos prismas cuadrangulares. Lo primero que ve uno es eso: el juego de lo circular con lo rectilíneo y su inserción. La escarcha remata la boca del jarro, blanca, luminosa, fría, produciendo además humedades aledañas. La huella congelada es otro acierto, realizada en madera y plomo es como un dedo largo, simétrico y magnificado, cuyas marcas de identidad (la huella propiamente) está a cargo de la escarcha, en tanto que la sencilla canoa titulada Nórdico resulta igualmente fascinante, más que el elaborado navío Yate 97 que me resulta demasiado obvio a pesar de su perfección técnica. Puede percibirse que esta pieza resultó aleatoria y que tuvo como fin principal complementar un espacio, cosa válida por parte de Luis Gallardo, curador de la exposición.

El experimento Yamasa depara sorpresa total y requiere tiempo de observación si el espectador, como es mi caso, es afecto a la alopatía. Los autores son Masafumi Hosumi y Ryuichi Yahagi y está basado en convivencia de opuestos. Los elementos están propuestos como arte, aunque se trate de hileras de frascos que contienen un producto ``glucosan'', que mediante su repetición integran una instalación, respondiendo al diseño de la etiqueta que ostentan. ``Glucosan'' es un palcebo, no produce efecto alguno, pero conlleva mensaje. Bordeando el espacio de exhibición --muy bien analizado-- hay balanzas que sostienen cactus de diferentes dimensiones. Igual que los sembradíos: ``Amor y desamor'' carecen de artificio, pero son delicadas puestas en escena que aluden al equilibrio ecológico. Hagamos flotar una piedra (aquí sí hay artificio) supone plantear una nueva forma de relación entre algo que realmente flota: los líquenes colocados en pequeños estanques y la relación imaginaria que puede establecerse con la piedra.

Supuestamente sería posible hacerla flotar, está dentro de los adelantos científicos el hacerlo, si fuese lanzada fuera del ámbito regido por Newton o si se lograse contradecir sus leyes mediante mecanismo opuesto. La otra sección, contrapeso a ``Glucosan'' se encuentra integrada mediante medicamentos reales que ostentan sus indicaciones y contraindicaciones. Resulta divertido e instructivo cotejar el nombre comercial con la sustancia o sustancias que se conjugan y comprobar que cada uno tiene efectos positivos, pero que igualmente puede estar contraindicado. Por ejemplo: la aspirina (el consabido ácido acetil salicílico) es algo que desde la infancia todos hemos ingerido. Sin embargo bien que se sabe que les está vedado a quienes padecen úlcera o gastritis. Si el espectador es afecto a leer los vademecum de los médicos, o las revistas muy bien ilustradas encontrará que tanto Valium como Esbelcaps, considerados aquí como equivalentes, contienen diacepán. En el primer caso la taxonomía es correcta, no en el segundo, porque el medicamento aludido contiene también benzedrina y la combinación es contradictoria, pues un elemento (relajante) se opone al otro (estimulante, activador). Por eso nada mejor que introducir en este artículo palabras de los autores: el arte puede ser ``hasta un gran basurero ideológico y emocional donde se neutralizan los peligrosos efectos ilógicos, analógicos, mentales e irracionales de nuestra naturaleza humana''. A su vez Jorge Reynoso Pohlenz concluye que queda ``un fragmento de atávica, pero no por eso menos herética duda. Puede que esta duda antes de que tome forma y etiqueta, sea el arte, después de todo''. Tal es la razón por la que no puede darse ``la abolición del arte''. Las artes, en todas sus manifestaciones, pueden cuestionar y poner de cabeza la idea de ``arte'', pero no abolirla.