Mientras en el sistema de la cultura tradicional anochece, en la ciencia amanece. Esta suerte de paradoja responde al destape en dos grandes mercadotecnias: la ciencia no es una entidad positivista y el arte no constituye ninguna ``evidencia de la emoción''. El strip-tease intelectual se está cargando de analogías que van desde la cibernética al neoevolucionismo. Como se sabe, la tradición estética del siglo XX consistió en poner fin a la hegemonía de las artes plásticas en la cultura; en poner un alto a las morbosidades humanistas (incluyendo la disculpa psicoanalítica). Con éste background era claro que la biología tenía que aparecer en la danza conceptual, pues es la disciplina rezagada de las ciencias básicas. Bastaba relacionar ``arte-vida'' -presupuesto duchampiano-, para que la botánica irrumpiera en el arte visual interactivo.
Si acoplamos los modelos de la biología molecular y algoritmos genéticos, obtenemos obras de carácter artístico cuyos ``soportes'' sean exclusivamente ceros y unos; es decir, se pudo llegar al objetivo principal del siglo: destruir la idea del objeto artístico tangible, real. De esta tenaz carrera nació el Museo del Futuro, inaugurado en septiembre pasado, en Linz, Austria, donde se realiza anualmente el evento Arte Electrónico. Por ese motivo, el tema de la muestra de artes interactivas estuvo dedicado a ``Memesis'', el híbrido concepto de Richard Dawkins que relaciona la genética con los procesos de la evolución tecno-cultural. Si el gen es la unidad básica para la copia, meme es la unidad básica de una cultura replicante. Existen estrechas relaciones entre el comportamiento de un virus biológico y un virus computacional; la tecnocultura es susceptible de explicarse de acuerdo a los modelos de la biomatemática. Sin embargo, el sueño de la cibernética está aún por realizarse: no se ha podido desarrollar la biología de las máquinas.