Todas las críticas al ``populismo'' de los gobiernos de Echeverría y López Portillo, tan generalizadas en los últimos años, carecen de autoridad moral pues sus principales detractores han causado en los últimos tres lustros distorsiones enormes al sistema educativo nacional.
En los sexenios del neoliberalismo el gasto en educación cayó en proporciones que hasta hoy no han podido ser recuperadas. Para justificar ésto se han empleado diferentes disfraces, el más socorrido en un principio fue culpar al populismo de todo. El gasto social se sacrificó en el sexenio de De la Madrid en la misma proporción en la que la riqueza nacional se empleaba para pagar el servicio de la deuda externa; luego, a pesar de que los indicadores económicos se recuperaban paulatinamente al grado de que pudimos ingresar al Primer Mundo y a la OCDE, el gasto educativo se mantuvo castigado justificándose ahora con el disfraz de la calidad, como en el trueque de salario por una ``cultura de la evaluación''.
En realidad a los regímenes de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo nunca les ha importado la educación tanto como la economía. La prioridad ha sido mantener un rostro, real o maquillado, de salud en los principales indicadores económicos para conseguir del extranjero las prerrogativas y los préstamos --y por tanto el nivel de endeudamiento-- que tanto criticaron de los gobiernos que les precedieron. En otras palabras, lo importante no ha sido la calidad en la educación sino evitar caer en riesgos con impacto inflacionario como se ha juzgado al salario de los profesores e investigadores y en general al gasto en educación. Es claro por qué cualquier pretensión de elevar los salarios o el gasto es calificada como populista.
El adelgazamiento al que ha sido sometido el Estado se ha desplazado con facilidad a las instituciones de educación. La matrícula en la preparatoria y en los estudios superiores se ha reducido de manera alarmante en un país en el que por su nivel de atraso la educación debería ser prioridad. No hay crecimiento, lo que impide ampliar oportunidades a los jóvenes deseosos de formarse como profesionales útiles, no hay bases tampoco para la ampliación de la planta de investigadores, a cambio se acusa a los educandos de ser unos burros incapaces de competir por un lugar en las escuelas. Las universidades autónomas, dicho con todo respeto, bailan al son que tocan los caprichos presidenciales. Si la instrucción es crecer, como en la época de Echeverría, pues crecen y si la instrucción es cerrarse, pues se cierran como sucede ahora. Los rectores y otras autoridades, funcionan más bien como empleados del gobierno --quizá solamente son eso-- y elaboran argumentos para justificar las políticas de cada administración en lugar de crear una visión autónoma sobre futuro educativo de nuestro país. Lo que les importa es si los recibió o no el presidente o el secretario, lo que no les importa en absoluto es ver a grandes conglomerados de jóvenes esperando ser recibidos por ellos para estudiar.
Una de las deformidades mayores que ha producido el neoliberalismo en la educación es que mientras pone el acento en la calidad somete a una situación de hambre a los maestros de primaria con lo que perpetúa la baja calidad del sistema educativo. Crea ejércitos de jóvenes con bajo rendimiento que no tienen oportunidades, dentro del sistema por ellos creado, para continuar con sus estudios. En el nivel medio superior, en defensa de la calidad, habilitan escuelas técnicas como preparatorias. En el nivel superior se ha llegado al colmo de que un estudiante no puede elegir la escuela donde estudiar --lo cual no es problema para quienes piensan que no importa vivir en Copilco y estudiar en Cuautitlán-- pero la deformidad es tal que un estudiante no puede elegir la carrera que habrá de estudiar, y no estoy hablando de quienes tienen bajos promedios, pues hay casos de estudiantes que aprobaron el examen de ingreso a la UNAM con calificación superior a 8 y que no pudieron ingresar a la Facultad de Medicina, por ejemplo. En estos casos los alumnos tienen que esperar un año o inscribirse en una carrera de baja demanda. Lo que hace algunos años entendiamos como vocación, importa un bledo.
Con la derrota sufrida por el PRI en las elecciones y el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas y su partido en el Distrito Federal ya hay muchos que comienzan a ver y a espantarse con el fantasma del populismo que, por supuesto, achacan a Cárdenas. Lo paradójico es que ahora los neoliberales habrán de transformarse en populistas. En efecto, después del 6 de julio, al PRI no le queda más remedio que competir y adueñarse de las demandas de carácter social de la población. Los indicios son múltiples, piénsese en Roque hablando de la capilaridad social y las oportunidades de ascenso y progreso de la población. No sólo él. El presidente y el secretario de educación han insistido en fechas recientes en la importancia de la educación para el desarrollo del país. No sabe uno cómo le van a hacer para que sean compatibles el rumbo económico, que mantendrán firme, con el aumento del gasto educativo. En los tiempos de Salinas de Gortari se inventó el liberalismo social con impacto nulo sobre la educación. No queda más que hacer apuestas para adivinar la cara populista del neoliberalismo. Las universidades solamente están a la espera para ponerse a las órdenes de las nuevas disposiciones del ejecutivo, e inclinando la espalda en defensa de la autonomía, elaborar los nuevos discursos que pongan en evidencia la sabiduría de la filosofía educativa del gobierno del presidente Zedillo.