Las bombas que estallaron en un mercado de Jerusalén, además de sus terribles efectos, lesionaron profundamente a la Autoridad Nacional Palestina (ANP), dirigida por Yasser Arafat, e hirieron mortalmente al proceso de paz, tan largamente negociado y tan laboriosamente concretado en los acuerdos de Oslo. No está claro en cuál medida el fundamentalismo del grupo Hamas, que se guía por la lógica insana del ``cuanto peor, mejor'' que ha animado en otros países a diversos grupos terroristas, busca sabotear por su propia cuenta la paz en Palestina o en cuál otra lo hace por inspiración de los fundamentalistas y ultraderechistas judíos que también se oponen a la paz al grado de haber asesinado en su momento al promotor de la misma, el ex primer ministro Izhaak Rabin, a pesar de que éste era un ``duro'' y un militar. Las redadas antipalestinas de las tropas israelíes, en efecto, no han podido establecer lazos entre la ANP y los terroristas cuya nacionalidad y mandantes aún se ignoran pero, a pesar de eso, el gobierno israelí ha dictado medidas de guerra contra los palestinos, amenaza con invadir nuevamente el territorio bajo la responsabilidad de la ANP y sigue acusando a Arafat y a aquélla por las acciones salvajes de los terroristas islámicos adversarios y críticos del gobierno palestino; Estados Unidos también advierte a la ANP que le cortará la ayuda económica si no acaba con el terrorismo, cosa que equivale a decirle al gobierno madrileño que España será boicoteada si no acaba con ETA, su acérrimo enemigo.
Muchos prestigiosos medios europeos destacan que las provocaciones continuas del gobierno de Benjamín Netanyahu contra el pueblo palestino estimulan las reacciones terroristas antijudías dándoles una creciente base de masas. Los mismos diarios acusan al terrorismo de Estado israelí de sabotear la paz para mantener el poder frente a la oposición social y política (que representa la mitad del electorado) y para extender la ocupación de las tierras palestinas creando continuamente nuevas colonias judías pobladas por extremistas con el fin de cambiar irreversiblemente la composición demográfica de los territorios ocupados. El terrorismo de Estado provoca el terrorismo indiscriminado, en vez de combatirlo, porque éste es hijo de la impotencia frente a una maquinaria militar poderosa y de la carencia de cualquier vía legal y pacífica para la solución de los problemas. Este es uno de los motivos por los cuales la política de Netanyahu es fatal para la paz en la región. Pero hay también otros, igualmente poderosos, porque volver a la ocupación equivale, inevitablemente, al retorno a la matanza cotidiana, y prepara la guerra con todos los árabes y no solamente con los palestinos, a pesar de la voluntad de paz de unos y otros. Al mismo tiempo, los golpes que casi han acabado con la esperanza alientan dramáticamente, con la desilusión, el fundamentalismo y el racismo tanto en Israel mismo como en los territorios que éste ocupa y que sus tropas deberán mantener bajo el terror constante si no se aplican los acuerdos de Oslo, como plantean tanto los árabes como la propia oposición laborista y progresista israelí y todas las iglesias, comenzando por la católica, que siguen considerando a Palestina tierra sagrada de todas las principales religiones, tierra pluricultural, pluriétnica, que no podrá vivir jamás en paz si no existe la tolerancia.