Eduardo Montes
Ferrocarrileros, en el banquillo

Hace 39 años, en estos primeros días de agosto, los trabajadores ferrocarrileros, de larga trayectoria en el movimiento social y gremial, escribían una de las páginas más brillantes de la historia del movimiento sindical mexicano en este siglo próximo a terminar. Con paros de labores en todo el sistema ferroviario, rescataron su sindicato nacional de manos de dirigentes sindicales charros, impuestos por el gobierno en 1948.

Durante siete meses, encabezados por Demetrio Vallejo, hicieron de su sindicato una verdadera organización democrática e independiente, pero sobre todo defensora de los intereses de sus afiliados. Eso era inadmisible para los gobiernos de entonces; no pudieron soportar que el STFRM estuviera fuera de su control y se extendiera el ejemplo. Y el gobierno de López Mateos decidió actuar para acabar con esa rebelión y escarmentar a los obreros: en marzo de 1959, mediante el uso sin precedentes de la fuerza policiaca y militar, se puso fin a la insurgencia de los ferrocarrileros. Vallejo, Campa y otros dirigentes sindicales y políticos fueron encarcelados y procesados, sufrieron largos años de prisión, y el sindicato ferrocarrilero fue sometido nuevamente al estricto control del gobierno y los charros de distintas tendencias.

Pese a la resistencia de los verdaderos sindicalistas siempre presentes y tenaces, aunque débiles, en los últimos decenios el STFRM fue convertido, como todos los sindicatos oficialistas, en simple instrumento de las políticas de los gobiernos en turno; perdió sus cualidades y tradiciones de lucha, abandonó sus responsabilidades y dejó en la indefensión casi total a los trabajadores. Lo que ocurre en la actualidad así lo confirma y es en verdad dramático. Con el propósito de privatizar a Ferrocarriles Nacionales, el gobierno y la empresa --con la complicidad incondicional de la dirigencia del sindicato encabezada por Víctor Flores--, en los últimos tiempos llevan a cabo la más despiadada ofensiva contra los derechos y el empleo de los ferrocarrileros.

El proyecto privatizador de las empresas ferroviarias se inició hace cinco años y se realiza conforme a una estrategia fríamente diseñada por el gobierno y el Banco Mundial. Según afirma Salvador Zarco Flores en su estudio ``Ferrocarriles: privatización y derechos sindicales'', varios programas integran esa estrategia. Pero tienen un solo objetivo: crear las mejores condiciones para que las empresas ferroviarias y sus distintos servicios concesionables sean un atractivo negocio para sus potenciales compradores nacionales y extranjeros.

Como parte de lo anterior se han realizado grandes reajustes, mediante jubiliaciones un tanto forzadas y liquidaciones de personal; se han cerrado varios talleres en el país y cancelado servicios, corridas e incluso líneas, como la del Ferrocarril de Cuernavaca, consideradas ``incosteables''. Se concesionaron a diversas empresas extranjeras los talleres de Monterrey, Valle de México, Jalapa, San Luis Potosí y Acámbaro, traduciéndose en nuevas reducciones de personal y de las prestaciones de quienes siguen en servicio. Así, si en 1990 el personal de Ferronales llegaba a 83 mil trabajadores, ya en 1993 se había reducido a 55 mil y hoy son menos de 45 mil; el proyecto del gerente Luis de Pablo es reducir 12 ó 15 mil plazas más en los próximos meses. A lo anterior debe agregarse la hazaña de la empresa y dirigencia sindical, con el auxilio del ``Bufete Farell SC'', de haber hecho talco el Contrato Colectivo de Trabajo de los ferrocarrileros. De 3 mil cláusulas que plasmaban los derechos de las diversas ramas y especialidades de trabajo, quedó reducido a 208, mutilándose numerosos derechos de los trabajadores.

De esta manera entiende el gobierno de Zedillo sus reformas de estructura, privatización y economía de mercado: las mejores condiciones para la reproducción del capital; los sacrificios para los trabajadores. Por su parte, la silenciosa inconformidad de los ferrocarrileros en servicio y jubilados empieza a convertirse en protesta y resistencia. El más reciente anuncio de reajuste de personal de la casa redonda de la Terminal del Valle de México, fue recibido con enérgico rechazo de la mayoría de los afectados y sus compañeros. Crece en ese gremio la convicción de que sólo organizados y unidos pueden frenar esta ofensiva de corte neoliberal. Los ferrocarrileros están en el banquillo de los condenados por el neoliberalismo, pero se defienden. El 8 de agosto tendrán una reunión nacional para decidir qué hacer.