André Breton describió en su libro Poémes, un panorama del interior de la casa de Yves Tanguy, su amigo y pintor surrealista de batalla. Veamos un poco del mobiliario: ``Con todas las estrellas del infierno, con los tranvías delirantes retenidos sólo por sus cables, con las crines sin fin del argonauta''. En una de las paredes de este poema que es una casa puede distinguirse un cuadro típico del pintor: Con el moblaje fulgurnte del desierto. El ambiente del interior, que sin duda condiciona la conducta de los visitantes, queda registrado en esta línea: ``Allí se mata allí se cura, y sin tapujos se conspira.
Hay un elemento de este panorama interior que Bretón rescata y repite siete veces a lo largo del poema: la lámpara-tempestad. Este objeto tenía de lámpara exclusivamente la base, que era un vaso; y lo de tempestad se debía a su contenido, siempre de color fosforescente, que era el distintivo del pintor en las fiestas. Para no perder esa distinción, que por otra parte no le hacía falta porque su atuendo solía ser más fosforescente que su bebida, cargaba su vaso-base y un frasco de solución de color fabricada por él mismo. Bebía nada más bebidas transparentes, para no desviar la coloración y evitaba el hielo para no desvanecer el efecto. Sus colegas sostenían que más allá del efecto visual, Tanguy buscaba la mezcla explosiva del alcohol y los solventes que traían los tubos de pintura. Luego de presentarnos el mobiliario, el cuadro y la bebida predilecta del pintor, Breton concluye: esta es la casa de Yves Tanguy.
Otro ejemplo de bebida vistosa. En algunos pueblos de España circula un orujo verde fosforescente que tiene varias propiedades: una copa basta para viajar, en cosa de segundos, de la sobriedad a la embriaguez total. El viaje es tan veloz que hay quien ya borracho, logra verse sobrio, junto a él mismo; reacciones inexplicables del desdoblamiento alcohólico. Este orujo verde fosforescente se utiliza también como lámpara de buró, basta colocar medio vasito para alumbrar la habitación (obsérvese la coincidencia de motivos con la lámara de Tanguy). Aunque lo más interesante sigue siendo la eliminación del orujo, el acto de orinar se vuelve una fiesta de fosforescencias que puede compartirse a oscuras con los amigos.
Descubrir una pirámide, una isla, un atolón, un cometa, una estrella o un nuevo sistema solar, son privilegios que gozan unos cuantos elegidos. Sin equipo de investigación, los empeñados en descubrir cosas tenemos que concentrarnos en los hallazgos domésticos, que son siempre menos difundidos y más del género de la alquimia: la conexión que nos permite oír la tele en las bocinas del aparato de sonido, la combinación de Whiskas duras con sardina de lata y la clara de un huevo que ha puesto a nuestro gato más robusto, y la madre, o el padre, de las alquimias, o de los hallazgos domésticos: los cocteles, cuyo origen casi siempre es la carencia: aquel que como no tenía agua quinada para el vodka tuvo que mezclarlo con el jugo de naranja que sobró de la mañana, sin saber que estaba inventando el desarmador. O aquella vieja historia de los estibadores en el puerto de La Habana que para beber sin que los sorprendiera el capataz bautizaban su Coca Cola con ron y ya en el extremo de sentir que cargar bultos era divertido empuñaban el envase y se decían unos a otros ``¡viva Cuba libre, chico!''
En fin, que todo este preámbulo es para poner a disposición de mis amigos un hallazgo doméstico que puede ser tan vistoso como un cometa: Cielo líquido o Liquid heaven, según la circunstancia, el ánimo, las intenciones y el territorio. Se trata de un bebida cuyo origen es, por supuesto, la carencia. Quería preparar un Martini, con el ánimo de brindar nuevamente por el cineasta Luis Buñuel (padre del Martini ultraseco), pero ya no había ni angostura ni vermouth. Quedaban tres opciones: ginebra a secas (que no está mal, pero tampoco da motivo para un artículo), ginebra con agua (que es como una ginebra a secas fraudulenta) o ginebra con Gatorade-mora-azul-salvaje. Opté por la tercera y quedé literalmente deslumbrado. Esta es la receta: en un vaso chaparro y gordito como para whisky en las rocas, llenar la mitad de ginebra, la otra de este tipo de Gatorade y agregar dos hielos duros en cubo, porque los hielos de bolsa de gasolinera son demasiado aguados y tienden a minimizar el efecto fosforescente. Al lujo de andar bebiendo un pedazo de cielo, hay que agregar las propiedades de la mezcla: el sosiego lúcido que de por sí proporciona la ginebra se mantiene durante un tiempo mayor, sostenido por los ingredientes hidratadores del Gatorade ¿será el fosfato monopotásico?, ¿la goma esteárica?, ¿el aceite vegetal brominado? Además con tanta hidratación, la desidratación de la mañana siguiente queda eliminada. Puede beberse en lámpara-tempestad como homenaje al pintor Tanguy, o utilizarse como lámpara de buró, como el orujo verde fosforescente. Beberla con moderación o siquiera evitando alterar irremediablemente el ecosistema. Con suerte y tiempo despejado pueden verse las crines sin fin del argonauta que describe André Breton en su poema.