A través de los múltiples sondeos de opinión que con motivo del proceso electoral realizamos en el Distrito Federal, y en algunos municipios del interior del país, encontramos que el rechazo a las políticas económicas del gobierno constituían el sentimiento generalizado de la población.
No es que la gente sepa algo o mucho de teoría económica; lo que sí somos capaces de ver todos son los efectos que esas políticas han tenido en el país, o en lo que de él vemos todos los días, y más aún lo que experimentamos en nuestras propias vidas. En todos los sondeos realizados, quienes rechazaban las políticas económicas representaban siempre más del 70 por ciento de la población encuestada, y por supuesto ésta era la posición de todos los simpatizantes de los partidos distintos al PRI, pero también era compartida por muchos de los simpatizantes del partido oficial. Las elecciones del 6 de julio constituyeron, en sí mismas, un referéndum contrario a la política económica actual y un mandato de cambio al próximo Congreso, por más que los defensores oficiales y oficiosos de esas políticas se esmeren en afirmar lo contrario.
En estas condiciones, la reiteración del Presidente de la República de que no habrá cambios en la política económica, constituye desde luego un acto explicable y congruente con las convicciones a las que se ha venido aferrando durante toda su administración, pero refleja un claro divorcio de sus ideas e intereses, respecto a lo que la sociedad mexicana demanda.
Llevamos ya 15 años de aplicación sistemática de las actuales políticas económicas, el saldo es más o menos el siguiente: El ingreso de los trabajadores se ha visto disminuido a la tercera parte de lo que era en 1982 (el salario mínimo, que hoy es de un poco más de 700 pesos mensuales, en 1982 tenía un valor equivalente a 2 mil 200 pesos actuales). Al mismo tiempo, la inflación ha alcanzado sus valores más altos (159 por ciento en 1987) y en promedio es la inflación más alta de la historia para un periodo de 15 años.
Las cosas no terminan allí; el pago por servicios de la deuda durante estos 15 años, ha sido mayor que todos los pagos acumulados durante el resto de la vida de México como país independiente, y ello sólo para que hoy la nación deba el doble de lo que debía hace 15 años, no obstante que en estos mismos años el gobierno hubiese vendido algunas de las más importantes empresas públicas que conformaban parte del patrimonio nacional (minas, bancos, telecomunicaciones, fundiciones, navieras, ferrocarriles, etcétera) y hubiese enviado al exterior un volumen mayor de petróleo que todo el que se había extraído en la historia anterior.
En otro terrenos, estas mismas políticas han significado la incorporación de nuevos impuestos y el incremento en los ya existentes, mientras que el ámbito de acción y las responsabilidades del gobierno se han achicado cada día (carreteras, educación, salud, seguridad social, comunicaciones, etcétera). En materia de empleo, las políticas económicas aplicadas durante estos 15 años han sido incapaces de generar los empleos que el solo crecimiento de la población requiere (alrededor de 1.3 millones de empleos por año), y sus aparentes triunfos y recuperaciones apenas sirven para generar los empleos perdidos en las quiebras y reducciones de personal ocurridas en virtud de sus solas decisiones anteriores. El comercio ambulante y las oleadas de limpiadores de parabrisas, cuidacoches y payasos de las esquinas, no son sino el resultado de esas mismas políticas económicas antisociales.
Por supuesto que tales políticas también tienen sus aspectos positivos y visibles para todos, en el número de mercedes y BMW que hoy circulan por nuestras calles, o en el número de banqueros beneficiados por el sistema económico.
La discusión no debiera centrarse en la reducción del IVA; se trata de algo más vital. La discusión habrá de darse en el Congreso, y será allí donde se devuelva o no al país su capacidad de crecimiento e integridad económica. En la preparación de esa discusión, el PRI está en un gran dilema: retomar una posición de defensa de los trabajadores, como la que pudo tomar cuando era apenas un proyecto político en vías de consolidación, o continuar apoyando las políticas económicas neoliberales que el Presidente se empeña en seguir defendiendo. El país y la sociedad mexicana no están ya para seguir soportando discursos dobles, indefiniciones y actos de equilibrismo; ésa es la lección que nos dimos en las elecciones pasadas, y que el PRI debe asimilar.