La Jornada 2 de agosto de 1997

Almoloya: en voz de custodios, las historias de los otrora poderosos

Gustavo Castillo Ť En la cárcel de máxima seguridad de Almoloya de Juárez se entremezclan historias. Aquella del ``chaparrito'' al que se le ``cuadraban'' todos los capos ahí recluidos con la del otrora ``autoritario'' Raúl Salinas de Gortari, ahora iniciado en la meditación y que todo agradece con un ``vaya con Dios''. O la de Mario Aburto Martínez, un hombre que lee sobre derecho, historia y novelas pero que ``nada suelta'', con la del general Jesús Gutiérrez Rebollo, ``quien se disciplina, se muestra tranquilo y para mantenerse en forma corre durante una hora todos los días''.

El penal, visto desde la perspectiva de los custodios, se convierte en prisión de personas de ``alto riesgo'' y también de quienes se califican de ``mudos testigos'' de los fracasos o triunfos de los abogados defensores y de los fiscales.

Construida con base en un sistema carcelario francés de principios de los 80 y planeada para reducir la capacidad delincuencial del individuo a su mínima expresión, la cárcel de Almoloya no sólo destruye a los presos que permanecen en ella mucho tiempo, sino también a los custodios, porque de ambos se elabora un perfil de todas sus actividades (amigos, parientes, lugares que acostumbran visitar), con el fin de vigilar cada uno de sus posibles movimientos.

Antes de ingresar al cuerpo se seguridad, además de acreditar toda una serie de estudios sociológicos, toxicológicos y sicológicos son vigilados durante cuatro meses por personal del Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso), al igual que sus parientes más cercanos.

Los vigilantes de los futuros custodios saben quiénes son sus amigos, dónde acuden, dónde trabajan, qué horario tienen si llegan a su casa, ``si se desbalagan o no'', si tiene amigos amigos y de estos últimos se investiga toda la información posible para evitar cualquier nexo con presos o delincuentes. Con la esposa y los hijos ocurre lo mismo.

Los reos permanecen dentro de Almoloya, los custodios trabajan 24 por 48 horas. Las primeras las viven como cualquier preso, sólo que con armas y equipos de seguridad personal. Las segundas son de ``libertad'', sabiendo que pese a poder hacer lo que quieran son vigilados y deben cuidarse.

La diferencia entre unos y otros es que ``los de adentro a veces se suicidan'', mientras que los de afuera respiran un poco de aire fresco y pueden convivir con otras personas, con el único inconveniente de cuidar sus relaciones y comportamiento. De los suicidios, la Comisión Nacional de Derechos Humanos ha conocido dos casos. De los nombres ninguno se informó, pero la opinión es que ``lo hicieron por soledad'', porque adentro las esperanzas se mueren.

Acostumbrados a responder a cualquier comentario con un ``no puedo hablar'', los custodios cuentan poco a poco historias de su trabajo, de cómo se convierten en ``paños de lágrimas'' de algunos internos que ``ya en la soledad cuentan sus verdades''.

``La cárcel es un laberinto donde la mayoría de las veces los presos sólo nos tienen a nosotros de confidentes en los pocos momentos que tenemos para permanecer juntos. Con ellos cruzamos algunas palabras, por ejemplo cuando les llevamos de comer'', dicen.

Vestidos de negro, soportan la lluvia, el frío, el calor o el viento si están en algún retén fuera de la prisión. Dentro, a pie firme, aguantan el desarrollo de largas audiencias y sin buscarlo parecen una pared más, pero que escucha y se empapa de los argumentos de los procesados, de los acusadores y las decisiones de los jueces.

``Cuando tenemos tiempo realizamos actividades deportivas o labores de capacitación dentro de nuestros horarios como parte de nuestra labor, y con ello combatimos un poco el tedio de permanecer aquí por 24 horas continuas. La tarea pesa por el temor de algún incidente, de algún intento de fuga, pese a tantos y tantos métodos de seguridad'', aseguran.

Ya entrados en confianza, la plática inicia discreta, sin muchos aspavientos, como si ambos -reportero y custodio- no sostuvieran diálogo alguno, pues eso les puede costar alguna sanción de sus superiores.

Rotas las barreras del rechazo, aceptan comentar la forma en que algunos internos se comportan. El primero del que surge su historia es ``un tipo chaparrito, delgado. Uno por el que no das ni un peso. Tranquilo, educado, correcto. Ese -dice como si lo estuviera viendo-, por él no darías ni un peso, pero los narcos como Caro Quintero, El Chapo Guzmán y Ernesto Fonseca alias Don Neto, se le cuadran''.

Jamás dirá el nombre, pero recuerda con respeto: ``Se decía que era peligroso. Ya no está aquí, fue trasladado a Puente Grande hace poco. Cuando estaba aquí, los narcos le rendían honores, nos decía que era porque vivió mucho tiempo en la casa del padrino, que ahí había conocido a muchos de ellos, incluso algunos cuando jóvenes.

``Cuando se fue, los capos lo despidieron. Todos lo atendían bien y les merecía respeto. Alguna vez platicaba con uno de ellos y le recordó cuando vivieron juntos en la casa del padrino, alguien que parece estar por encima de todos ellos'', indica el custodio mientras jala la correa con la que detiene a un perro rotwieler.

Otro custodio detalla cómo a ``los narcos se les está acabando su dinero, pues ya no pueden hacer tantas transas ni negocios como antes. Ahora toda su lana es legal y ya no es tanta como cuando ingresaron. Los que tienen ranchos tienen que invertir, tienen lana, pero menos; eso creo que le pasa a Caro Quintero''.

El, junto con Don Neto y El Chapo Guzmán son quienes organizan las huelgas de hambre, pero no por malos tratos o porque les falte comida, es porque ya no los dejan recibir tantas llamadas, porque sienten que sus canonjías han disminuido, no es cierto que por malos tratos, asegura.

A Raúl Salinas lo consideran ``un hombre que pronto se desespera, y cuando eso pasa camina y camina, habla... habla... Yo creo que por eso le permiten sus cursos de metafísica y meditación... Ha cambiado, antes era más autoritario, pero como nadie hace más de lo que tiene que hacer, que es vigilarlo, ha cambiado, se ha vuelto más amable y todo lo agradece con un vaya con Dios o que Dios lo bendiga'', indica.

Respecto a Mario Aburto, dicen: ``Es muy tranquilo, no platica con nadie, se la pasa leyendo historia, derecho y literatura universal. Le gusta hacer mucho ejercicio, incluso dentro de su celda. Pero nada suelta''.

Mario, silencioso y taciturno, ``logró lo que ningún otro preso: que cambiáramos todas las claves de seguridad del penal. En sólo tres meses él sabía qué se hablaba por la frecuencia de radio, el desplazamiento de cada elemento que se comunicaba por la frecuencia y ello obligó a instalar dos tipos de código'', afirman.

Al que consideran el último pez gordo ``que ha caído'' y por el cual ``se ha aumentado el trabajo'', es el general Jesús Gutiérrez Rebollo. ``Tranquilo, disciplinado, parco para hablar, se la pasa leyendo libros que el bibliotecario le facilita. Le gusta correr en el patio para mantenerse en forma. En las audiencias, es de los más expresivos''.

Almoloya de Juárez puede albergar hasta 400 internos. ``Nos sobran algunos lugares todavía'', mencionan.

El camino para llegar a la cárcel está bien en principio construido, el asfalto de Toluca a la desviación a Ixtlahuaca no tiene baches, sin embargo, en los últimos 500 metros de carretera, antes de llegar a la aduana del penal y la desviación a la Ranchería de Santa Juana, todo cambia. Baches por doquier obligan a disminuir la velocidad de los taxis, vehículos particulares e incluso de los transportes propios del penal.

El verde de los sembradíos comienza a volverse gris, como el color de la prisión, incluso la tierra toma esa tonalidad. El viento es fuerte y frío. Quienes ingresan en calidad de visitantes no pueden introducir alhajas, dinero o siquiera un lápiz labial. Obligada austeridad de visitantes y defensores que se vuelve igual a la de los internos.

De acuerdo con testimonios de los custodios, ningún interno tiene más de lo permitido. En ese sentido, la revista Filo Rojo de octubre de 1992 menciona que en las celdas sólo existen ``una base de concreto con un colchón, una mesa pequeña, también de concreto, un retrete y una regadera. No hay comodidades, ni televisiones, ni teléfonos celulares, ni siquiera objetos decorativos''.

La prisión, que por fuera parece pequeña en comparación con otros centros carcelarios localizados en el Distrito Federal, tiene una extensión de 10 hectáreas y comenzó a construirse en 1988. Tiene ocho módulos o dormitorios, cada uno con 50 celdas. Los internos no se mezclan entre sí, cada uno tiene su propia celda.

El penal de gruesos muros de 7 metros de altura, cuenta con una cerca de malla circular de fabricación israelí, electrificada y cuyos alambres se componen también de pequeñas navajas. A su alrededor existen campos de cultivo, las instalaciones del Séptimo Regimiento de Artillería y una pequeña ranchería a unos mil metros de distancia, enfrente los dormitorios e instalaciones de capacitación y esparcimiento de los 400 custodios y a un costado la Escuela de Policía del Estado de México, en donde sus integrantes también están capacitados para participar en cualquier intento de fuga o ataque en contra de la prisión.

Imposible cualquier intento de fuga. Sin embargo, los custodios no dejan de temer que un día ``los que jalan gente, como los narcos, puedan intentar algo más que contarnos sus historias''. Pero mientras, custodios e internos comparten, a veces, sus verdades, aunque sea cuando los primeros llevan de comer a los segundos o cuando ambos se encuentran detrás de la rejilla de prácticas de las salas de audiencias.