Pasó la fiesta y el gusto electoral y ahora viene el gobierno. Todavía no termina formalmente el proceso, nos encontramos en la etapa de litigio que corresponde al Tribunal, pero ya hay preguntas sobre lo que está pasando en estos días. Es posible que los primeros movimientos no vayan a ser los definitivos, pero sí dejan una importante huella --impresión-- que es necesario analizar.
Los partidos están en fase de reorganización, de análisis y de impugnaciones. Los nuevos grupos parlamentarios se preparan para entrar en acción, nombran a sus respectivos coordinadores y hacen bosquejos de sus agendas legislativas. En la capital del país ya hay dos equipos de enlace para la transición de poderes el próximo 5 de diciembre.
A pesar de que la tensión propia de las campañas electorales bajó de forma considerable después del mismo 6 de julio, las expectativas ciudadanas por la siguiente etapa siguen en una fase muy alta. Este es un cambio: antes la ciudadanía no se sentía responsable de los candidatos y gobiernos electos, porque había una enorme maquinaria que mediaba y mediatizaba los votos; se trataba de una inercia que empezaba por una historia conocida donde los candidatos del PRI eran ganadores desde antes del voto.
Hoy, con la alternancia y los cambios democráticos de elección, los ciudadanos se sienten corresponsables de sus votos y de sus candidatos electos; se espera que cumplan las promesas de la campaña y existe una nueva mirada hacia la vida pública.
Esta actitud corresponde ahora a la vigilancia de la ciudadanía sobre sus gobernantes, lo cual modificará los viejos márgenes de autonomía con la que contaban los gobiernos autoritarios, y que llevó al país a tener repetidas experiencias de corrupción, nepotismo e impunidad.
En este nuevo contexto, las expectativas sobre el gobierno de la ciudad de México son muy altas, no sólo porque se trata del primer gobierno electo, sino porque el triunfo de la oposición genera por sí mismo una doble expectativa: que se hagan las cosas que todos los gobiernos anteriores no han hecho, y además que se hagan de forma rápida, porque se sabe que el tiempo es extremadamente corto.
Por eso fue una mala señal la inclusión del hijo de Cuauhtémoc Cárdenas en el equipo de enlace, lo cual fue corregido, afortunadamente, ante la avalancha de críticas fundadas que recibió esta acción. Lo importante de esta experiencia fue constatar el espesor de la crítica, de la opinión pública, y de pasada, el clima de vigilancia en el que se tendrá que gobernar de aquí en adelante.
Otro dato fue la forma de nombramiento de los coordinadores parlamentarios. Este procedimiento, que antes era completamente interno y sin el menor interés público, genera hoy atención. La misma situación de que ningún partido cuenta con mayoría absoluta en la Cámara de Diputados habla de la gran labor de negociación y acuerdos que se van a necesitar en el poder Legislativo.
Los diputados federales electos del PRD lograron un consenso para designar a Porfirio Muñoz Ledo; en cambio, los diputados locales de la capital tuvieron un proceso accidentado, en el cual se impuso la lógica corporativa y el mayoriteo de una de las corrientes de ese partido, lo cual resulta un signo preocupante, porque si esta es la materia prima de la que necesitan salir importantes acuerdos legislativos, qué garantía existe de una buena conducción cuando no hay democracia ni profesionalismo para siquiera nombrar coordinador.
En cambio, en el PRI la designación del diputado electo Arturo Núñez, de acuerdo a los modos de disciplina de ese partido, no provocó reacciones en contra, quizá porque no había otra expectativa.
Antes de que se inicie la LVII Legislatura ya se empezó a discutir el problema fiscal, emblemáticamente depositado en el famoso IVA. Han predominado en la polémica los malos recuerdos de la imposición priísta de 1995, en la cual se subió de 10 a 15 por ciento.
El tema tiene muchos ángulos importantes, desde el equilibrio de las finanzas públicas hasta el perfil de la política económica y la distribución de los recursos. No será nada fácil lograr acuerdos y consensos, pero será necesario buscarlos para evitar la polarización.
En esta combinación de hábitos, inercias y expectativas ciudadanas transcurren los acontecimientos después de la elección. La novedad es que no sólo cambió la distribución de los votos, sino la mirada ciudadana de la vida pública, que será vigilancia y límites.