Es contundente el resultado del ejercicio electoral del 6 de julio sobre los derechos de los niños. Con un alto nivel de participación (cuatro millones), los pequeños definieron su principal demanda: tener una escuela para poder aprender y ser mejores.
En segundo lugar votaron por vivir en un lugar y en un ambiente propicio para el desarrollo y la salud y, enseguida, por que nadie lastime su cuerpo ni sus sentimientos.
¿Cómo interpretar el sentido del voto? Yo creo que caben, al menos, dos lecturas. La primera, que este pueblo, quizás como ningún otro, entiende el valor de la educación para salir del atraso, para alcanzar mejores niveles de vida. En el imaginario colectivo, la escuela hace la diferencia entre el estancamiento y la superación. El voto de los niños refleja claramente esa visión. Pero hay una segunda lectura: que los niños se ha pronunciado por aquéllo que sienten más frágil o más vulnerable. Sitúan en los primeros sitios aquello que más les importa, lo que defenderían primero...
La Unicef, el IFE, la SEP, los padres de familia, los maestros y todos aquellos interesados en el bienestar de los niños deberemos analizar estos resultados detalladamente para, a partir de ahí, derivar reflexiones y establecer políticas y líneas de acción hacia los menores.
Los resultados de la elección de los niños nos dicen que ha logrado permear su alma la certidumbre de que la escuela es el centro de aprendizaje de las primeras letras, de las primeras sumas y restas pero, más allá, es el espacio para construir un destino personal y familiar a la medida de sus sueños, para fortalecer a la patria que, con frecuencia, empiezan a conocer y a amar en las clases de historia.
La visión de los niños constituye, también, un llamado elocuente a los maestros para dar más de nosotros mismos, para no permitir que la rutina le quite a la enseñanza su valor trascendente: el valor de educar, para decirlo con Savater. Los niños han votado por la escuela y eso nos compromete a los maestros a recrearla día con día como un espacio lleno de ideas, de conocimientos, de vida, de amor... A enseñar en unos casos y fortalecer en otros, los temas que están en los derechos de los niños: el amor a la naturaleza y el cuidado del medio ambiente: el respeto a los demás y el respeto a sí mismos; la importancia de la salud; el derecho a decir lo que piensan y sienten y a respetar los derechos de los otros sin importar credo, lengua o etnia; el derecho a que nadie lastime su cuerpo ni sus sentimientos... Nos toca a los maestros enseñarles, para que no lo olviden nunca, que la liberación material y espiritual de los hombres y de los pueblos pasa por la educación.
Pero el voto de los niños también recuerda las enormes dificultades en las que los maestros, actores principales del proceso educativo, cumplen sus tareas. El maestro que necesitan los niños de México es un maestro con un ingreso digno que traduzca el reconocimiento social a su tarea; que disponga en las aulas y en los planteles de los mínimos necesarios para enseñar; con programas de formación y actualización profesional que le permitan estar al día, conocer y aplicar las innovaciones pedagógicas, ensanchar su visión... Así podrán los educadores enseñar a sus alumnos a aprender, a afirmar su autoestima, a alentar sus proyectos y esperanzas en un escuela transformada en modelo para la convivencia, para la recreación de la cultura, para la transmisión de valores: un verdadero laboratorio para la formación de seres humanos tolerantes, plurales, democráticos.