MIRADAS Ť Juan Fernández Ruiz
La memoria y el ciclo de vida

Como científico estoy acostumbrado a trabajar la memoria usando términos operacionales, sustratos neuroanatómicos y fármacos con nombres inusuales. También a hablar de invertebrados y sus sinapsis, de ratas y sus laberintos y de changos y sus cajas problemas. Sin embargo, en años más recientes he comenzado a apreciar un aspecto más humanista de la memoria. Hace poco menos de dos años, mi esposa y yo vivimos la gran experiencia de tener un hijo. Además de la indescriptible lluvia de sensaciones y emociones, mi cerebro no pudo dejar a un lado los 15 años de entrenamiento científico a los que ha sido sometido diariamente. No, no experimenté con el bebé (¡al menos no conscientemente!), sino que no pude dejar de observar las características de este pequeño ser. ¿Cómo piensa, cómo ve, siente y escucha?

A diferencia de otros mamíferos, los humanos nacen completamente dependientes de sus padres, No ven, escuchan, ni sienten como lo hace un adulto, es decir, los humanos aprenden lentamente a percibir el mundo y a interactuar con él. Es tan grande el potencial humano y tan amplio el conocimiento acumulado por nuestra especie, que somos los únicos animales que hemos organizado los conocimientos esenciales para que nuestra progenie sea exitosa y nos aseguramos de su enseñanza a través de instituciones a las que llamamos escuelas.

La cantidad de información que almacenamos en nuestra memoria es increíble. Guardamos información desde cómo amarrarnos las agujetas, hasta los nombres de las capitales de países que jamás visitaremos, sin olvidarnos de los rostros, las voces, los nombres, los olores, las estaturas, el carácter, posición y demás atributos de todos nuestros familiares, amigos, vecinos y colegas. Almacenamos también imágenes, sabores, olores y repercusiones gástricas de frutas, verduras, carnes, pastas y demás alimentos que han sido ingeridos en restaurantes, casas, puestecitos, changarros y demás antros, incluyendo si dichos antros son para, además de comer, ligar, negociar, tomar o relajarse. También guardamos información que nos es menos consciente, como la gramática de nuestro idioma, el andar en bicicleta, el hacer aritmética, la coordinación visuomotora, el aprendizaje de secuencias lógicas. Podemos mencionar una grandísima parte de nuestra vida, desde que éramos pequeños hasta la fecha.

Dónde hemos vivido, qué hemos hecho y cuando lo hicimos. Podemos también recordar los amigos, carros y casas que hemos tenido y ubicarlos en los diferentes contextos temporales. Recordamos canciones y melodías con sus respectivos estados emocionales, los cuales también vienen asociados con episodios importantes de nuestra vida, como el accidente o la muerte de algún familiar, amigo o personaje famoso.

En fin, almacenamos todo eso y mucho más. La información se nos pega voluntaria e involuntariamente. Tan grande es nuestro potencial mnemónico, que almacenamos información que a veces no quisiéramos guardar o que ni siquiera nos damos cuenta que estamos almacenando.

Sin embargo, el ciclo de la vida sigue su camino y llega la vejez.

Aunque en condiciones naturales nadie ha comprobado aún que exista el olvido definitivo (a veces nos sorprendemos recordando información que creíamos desterrada de nuestra memoria definitivamente lo cual es en sí mismo paradójico, si lo pensamos detenidamente), la realidad es que a medida que avanza la edad, la disposición del cerebro a recordar información comienza a deteriorarse lentamente. Olvidamos nombres, teléfonos, quehaceres y pendientes como ir al banco, recoger la ropa de la tintorería, o dónde dejamos las llaves del carro al llegar a casa. Afortunadamente no debemos alarmarnos por estos pequeños olvidos; se pueden deber a infinidad de causas que no necesariamente son irreversibles. Si comenzamos a padecer este tipo de problemas, primero debemos reflexionar acerca de nuestros hábitos de vida y de orden. Debemos pensar si estamos bajo condiciones inusuales de estrés o cansancio. Podríamos ir al médico a realizar un chequeo general de salud para descartar una posible depresión, desorden alimenticio o algún desorden metabólico u hormonal.

Finalmente, si bien es cierto que en la edad avanzada comienzan a declinar muy lentamente algunas de nuestras capacidades cognoscitivas, esto podría verse sobrecompensado por la cantidad de información ya almacenada y que es más que suficiente para manejarse en la vida satisfactoriamente. Sólo hay que recordar una cosa: siempre debemos ejercitar nuestra mente para mantenerla ágil y activa; así los embates de la edad se enfrentarán a una mente siempre deseosa de conocer más de lo que el olvido se puede llevar.