El primer ejemplo de la filantropía en Estados Unidos, aunque añejo, es obligado. Es la manifestación más importante de ese sector lucrativo por haber influido en forma decisiva en el desarrollo ulterior de este campo y por su impacto indeleble en la medicina y la salud mundial.
La historia se inicia a fines del siglo pasado. Un multimillonario taciturno y reservado actúa como eficaz ordenador del hasta entonces caótico mercado comercial del petróleo. A pesar de ser odiado y repudiado por la sociedad debido a su implacable actitud como negociante, sus convicciones religiosas lo motivan a otorgar donaciones a escuelas, hospitales y misiones, hasta que un buen día llega a acumular para un solo proyecto más de 50 mil solicitudes.
Convencido de que la pulverización de sus donativos no tendría impacto duradero, decide seguir un principio general: no atacar los síntomas ni paliar los problemas, sino llegar a la raíz de ellos por medio del fomento a la ciencia. En sus propias palabras: ``No basta con repartir dinero, lo que debemos hacer es cambiar actitudes''.
Para compensar sus deficiencias se asocia con un pastor bautista, experto en educación, elocuente y extrovertido. Su primera iniciativa es contribuir a la fundación de la Universidad de Chicago, primera universidad de gran prestigio al Oeste de la Costa del Atlántico, donde hasta entonces reinaban solitarias Harvard y Johns Hopkins.
Establece el Consejo General de Educación, que mejora los niveles en la educación primaria y avanza la equidad racial, con proyectos complementarios para reducir la pobreza rural. El impacto del Consejo, al mejorar la educación médica con el estímulo a la investigación científica es tal, que la medicina norteamericana pasa de estar a la zaga, a ocupar el lugar preeminente que ocupa en el mundo.
Funda el primer instituto científico privado de su país, que sigue siendo el modelo de excelencia mundial en la investigación biomédica, así como los primeros institutos norteamericanos de salud pública.
Inicia programas para la erradicación de enfermedades infecciosas, tomando como meta el control de la triquinosis en su país y luego del paludismo y de la fiebre amarilla en América Latina, cuando las zonas rurales empiezan apenas a ser atendidas por los gobiernos.
El enorme éxito alcanzado por nuestro personaje se debió a su fenomenal visión, a su asombrosa capacidad de organización, a su férrea determinación, y también a su habilidad para identificar colaboradores extraordinarios que suplieran sus deficiencias. El difícil arte de la filantropía ha tenido en él a su mejor exponente, porque demostró lo que puede alcanzarse al combinar generosidad (cerca de dos mil millones de dólares a lo largo del siglo), con dedicación apasionada y entrega total.
Su singular estilo personal de gobernar siempre lo mantuvo a distancia de sus iniciativas. Una sola vez visitó su instituto y sólo asistió a la primera reunión de la junta de gobierno de su fundación.
Seguramente todos ustedes han identificado a nuestro personaje: John D. Rockefeller. Pecaría, por cierto, de ingrato si dejara de mencionar que nuestro propio grupo de trabajo en el Cinvestav ha podido incursionar con éxito en el campo de la parasitología molecular, gracias a iniciativas de la Fundación Rockefeller traducidas en donativos que han sumado ya más de tres y medio millones de dólares.
El segundo y último ejemplo es mucho más reciente y será mucho más breve. A diferencia del anterior, no hay motivación altruista. Una figura familiar por igual en Hollywood y Las Vegas, personalidad dotada de grandes cualidades gerenciales, pero afectada por evidentes trastornos de personalidad, acumula una enorme fortuna personal.
Establece una fundación con el único fin de evadir impuestos, al grado que el gobierno revoca la exención. Pero un año después, un generoso donativo al hermano del presidente Nixon hizo que, por ``coincidencia'', la revocación quedara sin efecto. La neurosis fue en aumento y terminó recluido por años en cuartos de hotel que él mismo mandaba oscurecer y esterilizar. Su herencia entró en litigio y pasó finalmente a la fundación, dotada sabiamente de un excelente grupo directivo.
En pocos años esta cenicienta de la filantropía, la Fundación Howard Hughes, se ha transformado no sólo en la más rica de todas, sino también en la de mayor influencia para la investigación médica, a la que destinará este año 450 millones de dólares. Esta fundación, por cierto, ha otorgado donativos a México por más de ocho millones de dólares a investigadores biomédicos de la UNAM, del Cinvestav y de los institutos nacionales de salud.
Un dato adicional: la pujanza, la creatividad y las realizaciones del sector no lucrativo norteamericano en general, y de las fundaciones privadas en particular, han sido tan efectivas que el mismo gobierno ha incluido dentro de su estructura administrativa varias instituciones que retoman los principios de las fundaciones: la Fundación Nacional para la Ciencia, la Agencia para la Protección Ambiental y los Fondos para las Artes y las Humanidades, entre otros.
De nuestro lado, bien lo sabemos, la filantropía no sólo es un arte difícil, sino poco cultivado. El sano pluralismo y, con ello, el fortalecimiento democrático que experimenta México, se beneficiaría con el desarrollo vigoroso de un sector no lucrativo que diversifique las responsabilidades en la enorme tarea de avanzar en el bienestar de la población. Para ello es indispensable un proyecto ambicioso, de largo alcance, con la participación decidida de la iniciativa privada y con la intención del gobierno de encontrar condiciones que permitan promover en gran escala a este sector.
Si el ejemplo de la Fundación Mexicana para la Salud, para el que cotidianamente colaboran muchos empresarios con su inteligencia, con su dedicación y con sus recursos, se extiende, se multiplica y se consolida en un sector lucrativo pujante, se habrá dado un paso firme para lograr que nuestro país llegue con éxito a la meta en la que todos estamos tercamente empeñados: lograr una nación más próspera y más equitativa.