Javier Flores
El fantasma del populismo/I

Uno de los adjetivos más socorridos en los últimos años es el del populismo. Si a alguien se le ocurre, por ejemplo, notar que los maestros de primaria ganan sueldos miserables y tiene la peregrina idea de que aumentarlos beneficiaría a la educación, de inmediato cae sobre él un juicio terminante: ¡Eso es populismo! También si se cree que hay que aumentar las oportunidades para que los jóvenes tengan acceso a la preparatoria o a las carreras universitarias, desde un improvisado y deforme Olimpo se lanza el rayo fulminante: ¡Eso es populismo! Ni qué decir sobre la necesidad de aumentar la capacidad de las instituciones de educación superior como la UNAM, el IPN o la UAM; pensamiento más populista no podría existir. Y esto que ocurre en torno de necesidades educativas se extiende a todos los rincones de la vida del país al identificar todo aquello que beneficie al pueblo con el juicio peyorativo del populismo. ¿Cómo se llegó hasta aquí?

Al populismo se le entiende como un retorno al pasado, evoca las épocas de los gobiernos de Luis Echeverría Alvarez y José López Portillo --aunque algunos lo llevan ahora, claro, hasta la época del General Lázaro Cárdenas. Pero ¿qué es el populismo? Para entendernos, una medida populista sería, por ejemplo, que aun ante el riesgo de una devaluación del peso, el primero de mayo el presidente, como ocurría en la época de Echeverría, anuncia un aumento en los salarios mínimos, o bien, frente al riesgo de la caída de los precios internacionales del petróleo, el presidente López Portillo decreta el día del maestro el aumento de las percepciones de este sector.

Entonces podría decirse que una medida populista es aquella que beneficia a un sector de la población pero afectando --real o supuestamente-- la marcha de la economía del país.

Y son justamente los sectores más acomodados quienes se encargan de bautizar y caricaturizar al populismo de los gobiernos de Echeverría y López Portillo, los banqueros por supuesto, y quienes tendrían que venir a corregir todos los desatinos de esos gobiernos --¿se acuerdan de la cara que puso De la Madrid cuando se anunció la nacionalización de la banca? Y resulta que los nuevos gobernantes, los tecnócratas formados en las mejores universidades del mundo (nada que ver con el populismo) vienen a destruir económicamente al país, sumen en la miseria a millones de mexicanos y no sólo eso, también acaban con el tradicional sistema político llevando a su partido, el PRI, a una de las derrotas más escandalosas de la historia el pasado 6 de julio. Si preguntamos al ciudadano común, cuál era su situación en la época del populismo comparativamente con la del neoliberalismo, la respuesta es clara, el nivel de vida era superior en los tiempos de Echeverría y López Portillo respecto de los de Salinas y Zedillo, ni qué decir de las penurias que hubo que pasar en el régimen de De la Madrid. En los tiempos del terrible populismo el sueldo de un profesor universitario le permitía vivir decorosamente, comprar una casa o un departamento, tener uno o dos coches y viajar una o dos veces por año.

Pero volvamos al terreno de la educación. El término populismo en un sentido peyorativo echó raíces. La ampliación de la matrícula en las universidades, medida por supuesto populista, se ve como la mayor desgracia que pudo ocurrir en la educación de nivel superior. La falsa disyuntiva creada fue masificación contra calidad. Las generaciones de primer ingreso, por ejemplo, en la Facultad de Medicina de la UNAM fueron en los principios de los setentas --en el arranque del populismo echeverrista-- superiores a los 5 mil alumnos.

Todo joven que aprobara sus estudios de la preparatoria tenía la posibilidad de ingresar a la universidad. Se crearon nuevas opciones educativas; en la ciudad de México, por ejemplo, se crearon los Colegios de Ciencias y Humanidades en la UNAM y las Escuelas Nacionales de Estudios Profesionales, las ENEP. También se creó la Universidad Autónoma Metropolitana. Para los críticos del populismo, esto fue al parecer una auténtica desgracia. Pero estas instituciones ahí siguen, nadie que yo sepa ha propuesto desaparecerlas. Se habilitaron profesores para cubrir las nuevas necesidades --se improvisaron se dirá con cierta razón -- se crearon nuevas aulas y laboratorios, se trabajó intensamente en la actualización de planes y programas de estudio.

Pero esta desgracia es calificada como tal de manera más improvisada que lo fueron los profesores de esas épocas. Todos los juicios contra el ``populismo educativo'' parten de creencias e ideas personales más que de estudios rigurosos. O acaso existen bases sólidas y bien fundamentadas para cancelarles el título profesional a las generaciones formadas en los años del populismo. Dónde están esos estudios, el seguimiento a los egresados, porque si hemos de ser honestos un buen profesionista se forma aun a pesar de las deficiencias que puedan tener los sistemas educativos. También se forman muchos malos, es cierto, pero dónde están, cuántos son, qué hacen. No podemos darnos el lujo de repetir como pericos que vivimos una tragedia educativa en esos años, nada más porque otros lo dicen, sin demostrarlo.

A estas alturas algunos lectores pensarán que lo que se pretende en este artículo es hacer una defensa del populismo en la educación.

Nada más falso que eso. Yo no creo que el populismo sea el mejor camino para la educación en México. Creo, sí, que ha sido una experiencia en la historia de la educación superior en nuestro país y que nos enseña muchas cosas. Tiene el mérito de haber enfrentado un reto de gran magnitud que es el aumento de la demanda educativa. Eso no es ningún pecado cuando nuestro país está urgido de contar con un número elevado de profesionales, maestros y doctores. Su principal deficiencia radica en que se desarrolló sin ninguna previsión, improvisando maestros, con grandes carencias y desperdiciando recursos. Pero ¿qué hizo el neoliberalismo? y principalmente ¿qué es lo que tenemos que hacer ahora?.