Horacio Labastida
Suntuosidad, dogmatismo y podredumbre

La nueva composición de la Cámara de Diputados y el enorme peso de la oposición, abren las puertas a una limpieza de mecanismos, instituciones y operaciones que ha venido implantando autoritariamente el presidencialismo que nos rige desde 1947, aprobando presupuestos y abriendo voluminosos créditos del exterior sin consulta alguna con los ciudadanos, y sólo protegiendo percepciones de sectores locales y extranjeros vinculados con el empresariado trasnacional.

¿Qué connota para México esta poderosa minoría? Nada distinto a la ley que impulsa el capitalismo en el mundo: ganancia y acumulación como ejes del acto económico; el beneficio de las mayorías o el perfeccionamiento del hombre son cosas secundarias, lo fundamental es mantener en grueso nivel las utilidades en el reparto de las rentas. Si tal es el engranaje, principalmente el financiero, de las élites que gobiernan a los gobernantes, vale concluir que muy poco les preocupa a éstos la suerte de los gobernados, aunque sí, mucho, la de quienes por ciclos, sexenales entre nosotros, cuidan de que esa política enriquecedora se cumpla cabalmente.

El sistema presidencialista está tambaleándose porque hoy se desmoronan dos de sus mejores apuntalamientos: el mayoriteo legislativo legalizador de lo ilegítimo, y su órgano electoral, el PRI, destinado a asegurar el triunfo de los candidatos oficiales, situación replicada en los niveles estatales y municipales para consolidar el corporativismo burocrático. En esta atmósfera quincuagésima maduraron gérmenes nocivos que envenenan gravemente a la administración; señalaremos sólo tres de sus vergonzantes enfermedades: suntuosidad, dogmatismo y podredumbre, males bien encuadrados en la paráfrasis del pensamiento de André Gorz que compendiamos enseguida: las raíces de la suntuosidad, el dogmatismo y la podredumbre no son los hombres podridos, suntuosos o dogmáticos, sino el sistema que los pudre o los hace suntuosos y dogmáticos, en el supuesto de que no es difícil identificar suntuosidad, dogmatismo y podredumbre si se habla de gobierno.

Todo viene a cuento por el escándalo que se ha hecho en torno al IVA contra quienes buscan reducir su carga del 15 al 10 por ciento. No es momento de objetar las instancias morales y políticas del IVA ni de argumentar sobre su inequidad e iniquidad, pero sí cabe recordar que en materia fiscal hay desde largo tiempo un balance que apretada y angustiosamente salva las cuentas públicas anuales, estrechando al máximo las despensas familiares. Se volvió hábito político echar mano de préstamos frecuentemente irresponsables, para equilibrar contabilidades anuales o promover, así se dice siempre, ramas sectoriales de la economía; pero los excesos nos cerraron las puertas, y para salir adelante se acudió a la inversión exterior atraída por buenos intereses, que se va a conveniencia extraña, y al aumento no restringido de impuestos que se pagan bajo amenaza de cárcel o embargos ejecutivos. Esta fue la llamada racionalidad de incrementos en el IVA y en la renta, racionalidad ajena a la razón del bienestar común.

Hacienda estima en más de 30 mil millones la disminución del 15 al 10 por ciento en el IVA, y entonces viene la aperplejante pregunta, ¿será dificilísimo o imposible compensar la fuga del 5% ivaista? La respuesta está dada con la preciosa paráfrasis gorziana. Si junto con la merma del IVA despejamos suntuosidad, dogmatismo --el Estado soy yo, es contenido de todo dogmatismo político-- y podredumbre, haciendo de la función pública una actividad austera, honesta y comprometida con el pueblo, tendremos sin duda más que suficiente para nivelar el fisco con un manejo limpio, virtuoso, de los egresos. Gastos secretos y superfluos, gigantescos peculados encubiertos en provecho de la alta burocracia y sus allegados, flotillas de automóviles de lujo, ejércitos de guaruras, jugosas compensaciones, premios anuales, navidades, bonos y viáticos hartos, viajes al extranjero con invitados sin límite, compra de páginas carísimas en prestigiados diarios y revistas de escala mundial, hoteles de cien estrellas, derroches incesantes y otros gajes faraónicos. Si todo esto desapareciera, sin duda los mexicanos escenificaríamos un esplendoroso fin de fiesta al presidencialismo autoritario mexicano. Así sea.