José Cueli
El ruego del navegante

Don Tomás Segovia genera una poesía dedicada a la espera. Una espera dentro de otra espera. Espera que no es más que una fantasía, tan débil que no puede mover ni su pluma. El reconocimiento de una curva que no puede remontar del más acá al más allá, a pesar del recorrido que deja en el texto su estela. Toda su poesía recogida en Fiel imagen es prolongación de Ceremonial del moroso, en especial --me parece-- El ruego del navegante.

``Que otro ruego ferviente
Si no el de contar siempre con la
esperanza segura
De un lugar animoso de descarga y tregua
No de un bastión, de un refugio
No otro domicilio
Que el designado en pleno aire mudable
Por el amor de la mirada.
Tibio lugar de espera, no porque nadie llame
No porque clame la impaciencia
lugar de espera, porque en él entramos
Con el rostro de paz del esperado.''

La espera, el motivo de vida que en cada instante deberá ser nueva vida. Espera de peregrino y milagroso linaje. Espera como espacio que nos refleja cosas viejas y quiere transformar en nuevas. El instinto vuelto espera que conduce al poeta hasta la región de los círculos paradisiacos donde la vida se renueva incesantemente en la espera segura a pesar de ser la espera más cara de incompletud humana, buscada en el ``otro'' y siempre insuperable.

El más leve contacto con la espera aumenta la emoción de leer las huellas mentales que abren nuevas huellas en las que aparece la música del poeta. En ese espacio musical el desorden de las ideas es como el embate enfurecido de las alas que el poeta pone a flote con la suavidad de su palabra. Antes de ir de espera en espera, por nuevas huellas que le iluminen el interior.

Ajena a su personalidad, la espera de Tomás Segovia va más allá del ``yo'', de lo consciente. Un pozo endemoniado que lleva a la escritura interna indescifrable. La que reencontró al traducir a Lacan, Derrida y otros. Jeroglífico misterioso que traspasa la sexualidad en un abismo insondable. Temporalidad pura que trasciende la belleza de su verso.

La poesía de Tomás Segovia es circo que parpadea flamenco a lo camarón de la isla; literatura que deja de lado lo formal a lo Javier Marías o Paul Auster; filosofía a lo Jacques Derrida, Heidegger o Nietzche; psicología a lo Sigmund Freud; y si se me permite, toreo como el de Rafael de Paula, al que se refirió el poeta en un espléndido escrito ``La filosofía del del toreo''.