La inestabilidad que han experimentado los mercados financieros a escala internacional durante los últimos diez días ha despertado numerosos interrogantes acerca de las tendencias futuras de la economía mundial. El hecho de que una devaluación en Tailandia haya desatado bajas sustanciales en las bolsas de Asia, América y Europa, habla de lo delicado que es el equilibrio financiero en cada país, como consecuencia de procesos acelerados de la globalización. De allí que los focos rojos se hayan prendido en las oficinas del Tesoro de Estados Unidos y del Fondo Monetario Internacional, ya que se temía otro efecto tequila como el desatado por la devaluación mexicana de fines de 1994.
Por el momento parece improbable que se produzca una crisis financiera mundial pronunciada, porque se está experimentando, en este fin de milenio, un movimiento ascendente de la mayoría de las economías de los países avanzados y de los países en vías de desarrollo, que hoy se han bautizado como mercados emergentes. La nueva terminología geoeconómica, sin embargo, revela uno de los fenómenos fundamentales de la época contemporánea, que es el dominio de la esfera financiera sobre las otras variables de la economía. De allí que las noticias sobre las tendencias en las bolsas sean actualmente las más comentadas en prensa y televisión.
Pero ¿cuán estables puede esperarse que sean las bolsas o, mejor dicho, los mercados financieros en los países en vías de desarrollo de Asia y América Latina? Debe reconocerse que por varios motivos serán intrínsecamente inestables durante bastante tiempo. La primera razón tiene que ver con la extraordinaria rapidez de la revolución financiera y electrónica contemporánea, la cual implica que se vayan multiplicando a una velocidad extraordinaria nuevos tipos de operaciones financieras que incluyen tanto la clásica compra/venta de acciones y bonos, como la inversión en valores conocidos como futuros, que consisten en operaciones de especulación a futuro en los precios de productos, monedas y títulos. Dentro de estas nuevas opciones, las transacciones en monedas son las que han alcanzado el mayor volumen de operaciones a diario, fenómeno que de por sí genera una inestabilidad latente para todas las demás transacciones económicas que se llevan a cabo a escala mundial.
La segunda razón para dudar de la posibilidad de que se vaya estableciendo un permanente equilibrio en los mercados financieros de los llamados países emegentes, es que cada una de las bolsas --por ejemplo las de México, Sao Paulo, Buenos Aires, Singapur o Bangkok-- están compitiendo cada vez más agresivamente entre sí por los flujos de capitales. Para lograr atraerlos tienen que ofrecer altas tasas de rendimiento y, al mismo tiempo, asegurar que las tasas de paridad de las respectivas monedas con respecto al dólar, yen o marco se mantengan relativamente estables. Los retos son formidables y pueden ser destrozados por acontecimientos no anticipados, que van desde un vuelco desfavorable en la balanza comercial a un mal manejo de la banca o a cambios políticos repentinos. De allí que se hable tanto de la necesidad de mantener la confianza de los inversores. Pero este malabarismo financiero y político no es infalible. Los riesgos creados por la globalización financiera son reales y, lamentablemente, no están a punto de desaparecer.