La Jornada miércoles 23 de julio de 1997

Carlos Monsiváis
Los Argumentos de Autoridad

I

El Argumento de Autoridad es un recurso predilecto del lenguaje monológico. ``Esto es así porque yo lo digo. Y si yo lo digo es porque es así''. Si estos decretos hoy todavía resuenan es por la gran inercia: los siglos de formación de las colectividades en el acatamiento de las órdenes (siempre más numerosas que los razonamientos), provenientes de lo alto de la pirámide. Con Argumentos de Autoridad (presidencial incluso), en este año se quiso convencer al electorado de la ingobernabilidad que nos derribaría si el PRI era vencido; con Argumentos de Autoridad se quiere atajar la democratización de la sociedad, y con Argumentos de Autoridad se promueven el inmovilismo y el retroceso. Destaco dos ejemplos relevantes de estos días. El primero, cortesía del general Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial en el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Con lealtad encomiable, don Luis defiende a su Presidente del estigma que lo circunda: la matanza del 2 de octubre. Afirma (La Jornada, 16 de julio): ``Los responsables de los hechos sangrientos de Tlatelolco fueron maestros resentidos de tendencias comunistas que incitaron a los estudiantes a la violencia para crear caos en el país''. Su hipótesis, perfecta salvo si se le pide que la demuestre, nos lleva a una sospecha retroactiva. ¿Se nutren los Argumentos de Autoridad de las historietas de sus servicios secretos? Pero a don Luis las pruebas no le atañen, y no se fija en minucias. ¿Qué necesita probar quien habla ex-Cathedra?

Sigue don Luis: ``La mayoría de los integrantes de aquella Coalición de Maestros obtuvieron de los gobiernos siguientes nombramientos de secretarios y subsecretarios de Estado, gobernadores y hasta embajadores como premio''. Al ser esto notoriamente falso, casi resulta inútil pedir nombres, indagar por qué transcurrieron 29 años para darle salida a esta revelación: ``En los disturbios, se presenció la presencia de grupos de personas de origen extranjero, los estudiantes pretendían ocupar el área de Tlatelolco, asaltar el edificio de su cancillería y convertirlo en su cuartel general''. Aquí el ex jefe del Estado Mayor simplemente decora su Argumento de Autoridad con las tonalidades de la fantasía. La imagen de un grupo subversivo que se adueña de la cancillería para desafiar a un Estado que seguramente considera a Relaciones Exteriores santuario improfanable, es de un thriller típico, y don Luis la perfecciona. ``El Ejército se impuso y controló la situación, porque de prolongarse el caos habrían hecho acto de presencia comandos militares extranjeros, con el pretexto de proteger y evacuar a sus delegaciones deportivas, que ya se encontraban en el país''. ¿Así que la matanza evitó la nueva invasión de México? Y el ditirambo afina el discurso: ``De no haber actuado así (Díaz Ordaz), qué triste y amargo hubiera sido para los mexicanos comprobar que su Presidente, por cuidar su imagen o su vida, había descuidado su principal responsabilidad: salvaguardar la patria''. A la distancia, qué triste y amargo para los mexicanos comprobar, en pronunciamientos como el de don Luis, que un Presidente de la República, en 1968, se dejó alucinar por rumores incalificables, que aún no terminan de extinguirse, enmedio de difamaciones a una generación, sus muertos, sus presos políticos y su hazaña anti-autoritaria.

II

El nuncio papal Justo Mullor, luego de la experiencia desastrosa de Girolamo Prigione, quiere matizar sus Argumentos de Autoridad. Así, empieza por los ofrecimientos de reconciliación. En el 125 aniversario luctuoso de Benito Juárez, lo describe: ``Es un creador de patria, un creador de democracia, promotor de una gran Constitución, pero no es un dios inamovible'' (La Jornada, 19 de julio). Ya delatada la terrenalidad de don Benito, tan sorprendente para quienes lo creíamos a la diestra del Gran Arquitecto del Universo, nos convoca a la vigilia: ``Es tiempo de evolucionar, y los juaristas tendrán que hacer su Concilio Vaticano, como lo hizo la Iglesia católica en los años setenta''. También, el Benemérito, según don Justo, optó por la patria selectiva: ``Juárez pensó que la Iglesia debía estar arrinconadita y es evidente que hoy no lo está''. Al mejor Argumento de Autoridad se le corre el hilo, porque Juárez no se propuso jamás una Iglesia ``arrinconadita'', sino la separación de la Iglesia católica y el Estado, la desamortización de los bienes eclesiásticos, la introducción oficial del laicismo y la libertad de conciencia y de credos: todo esto en la ``gran Constitución'', que Mullor alaba condenándola en el acto por arrinconadorcita.

A todas luces, la intención del nuncio no es elogiar a Juárez y luego quejarse de él como de soslayo, sino algo más político: exigir la rendición del pensamiento liberal. Y en su demanda procede a través de peticiones de principio. ¿Quién, jamás, ha entronizado a Juárez como ``un dios inamovible''? Héroe extraordinario de la República, sí, pero sujeto siempre a la crítica, como ejemplifica la historiografía actual (para no hablar de la narrativa, el arte y la caricatura), abundante en recuentos de su proceder autoritario. Esto, para no referirnos a las andanadas de la derecha, de las furias antijuaristas del siglo XIX y primera mitad del siglo XX al edil panista del estado de México que hace unos meses lo evocó robándose los lingotes de oro del gobierno para apoyor a los masones de Sudamérica. Juárez no es ciertamente sagrado, y lo que lo defiende es su herencia: la separación de iglesias y Estado, la resistencia a los poderes imperiales, la libertad de creencias, el arraigo de la secularización.

¿A qué vienen las órdenes de aggiornamento a los juaristas, y quiénes son éstos, según el Clero? El liberalismo mexicano clásico desapareció con su época, y el juarismo que perdura no es un cuerpo doctrinario, sino uno de los nombres históricos del rechazo múltiple a la intolerancia, a las ofensivas contra la soberanía, y a los intentos de extinguir o controlar las libertades, a cargo de quienes desean manejar el país como a una parroquia del Bajío en el siglo XIX. Por eso, ¿a qué actualización de teoría y práctica del juarismo se refiere el nuncio, y qué tipo de Concilio II se espera de lo que se describe como obsolescencia liberal? A este respecto, más anacrónico que el anticlericalismo sólo el clericalismo, y si quiere infundirle sentido a su regaño, el nuncio debería exigir un Concilio II a los panistas, a los priístas, a los perredistas, a una parte cuantiosa del clero católico y de las otras iglesias, al gobierno, al Presidente de la República, a los medios informativos y a la misma nunciatura, en síntesis, debería regañar al país entero. Si no, ¿por qué nada más los juaristas, tan aludidos en abstracto, deben ponerse al día? Enseguida, el Argumento de Autoridad de Mullor se transparenta: ``La Iglesia tiene que tener más libertad de palabra y de comunicación, y ejercer una libertad educada''.

Al no concretarse, el mensaje del nuncio resulta una exigencia de rendición lanzada a los críticos de los comportamientos clericales. Y la intimidación se hace a nombre del formidable poder de la Iglesia católica, y de sus ambiciones de mucha mayor presencia en los medios y en el proceso educativo. Este poder es innegable, como lo es también la secularización profunda de México y del mundo, hecho que a lo mejor se le escapa a don Justo, empeñado en su blitzkrieg, en su propósito de -en apenas un mes- someter a los juaristas, ratificar la influencia hegemónica de su credo y avanzar hacia su meta: la enseñanza religiosa (católica) en las escuelas públicas. ¿O qué es ``la libertad educada''?

Muy la misión apostólica del nuncio. Pero si quiere ser convincente, quizás podría vislumbrar en sus declaraciones no sólo a feligreses. ¿Qué les dice a quienes o no comparten su credo o si lo hacen también demandan más razonamientos en voz alta que instrucciones sibilinas? Les dice, y permítaseme la interpretación, que su representado, el Vaticano, al tanto por fin de la existencia de Juárez, se opone a la promulgación de las Leyes de Reforma. Un poco tarde para ello, aunque muy a tiempo para avisarnos de un plan de remodelación cabal de la historia de México y de los métodos de enseñanza. Al fondo, un Estado ``arrinconadito'' y todo ello, desde luego, bajo el manto níveo de los Argumentos de Autoridad.