AUTOPISTA


Cristina, Carlos, todos los Payán

Según se sabe, los médicos no tienen tiempo libre, y Arnoldo Kraus aprovecha las noches del domingo para ponerse al corriente en las llamadas a los amigos. Hace quince días, sus palabras tenían un tono desconocido: la voz que siempre habla para confortar estaba rota. Pocas cosas se comparan a la impotencia de un médico ante un diagnóstico certero e intolerable. Arnoldo Kraus es un médico humanista, con una honda preocupación por sus pacientes, alguien que jamás ha visto un ``caso'' porque sólo se ha ocupado de personas. Aquel domingo comunicaba una derrota de la vida y la pérdida de una amiga entrañable. En su artículo del miércoles, el médico escritor dejó un conmovido testimonio de los últimos días de Cristina Payán.

Kraus fue el primero en sentir el dolor que recorrería a los muchos amigos de la familia Payán. En días pasados, nuestro periódico ha sido una casa del afecto y la memoria. Cristina, esposa de nuestro querido director fundador, tuvo bondades para todos nosotros. La Jornada Semanal contó siempre con su afecto y con valiosas sugerencias en el área de la cultura popular. Cristina nos puso en contacto con temas tan diversos como el video independiente y los escritores en lenguas indígenas. Su entusiasmo para realizar lo irrealizable nos llevó a participar con ella en actividades felizmente heterodoxas. En el Museo de Culturas Populares organizó, junto con Pedro Miguel, una presentación de libros que al mismo tiempo fue verbena y performance. Además, como ese día se jugaba un partido de liguilla, colocó televisores para que nadie se perdiera el América-Cruz Azul. Del modo más natural, la actividad cultural se transformó en fiesta.

Así era Cristina. Su calidez, su inventiva, su generosidad, su intensa preocupación por los demás son valores que nos acompañarán siempre.

Video-Skármeta

El autor de El cartero de Nerudaha vuelto ha romper un récord. En esta ocasión, su imaginación se ha apoderado de la pantalla chica y ha sido recompensada con creces (y con dólares). Su programa El show de los libros, producido en Chile desde hace cinco años, fue distinguido como el mejor de Iberoamérica por el MIDIA (Mercado Iberoamericano de la Industria Audiovisual). Al saber la noticia, los ejecutivos mediáticos se lanzaron sobre el producto como gatos sobre el bofe: el show fue comprado por la cadena People & Arts, proyecto conjunto para América Latina de la BBC y el Discovery Channel. Esperamos que esto permita verlo en México.

Hace cinco años, Skármeta nos habló de Santiago para pedirnos un caset con la canción ``Libro abierto''. Para que no quedara duda de a qué se refería, interpretó la pieza por larga distancia, usando unas nueces como maracas. ``Es una obra genial que oí en Mazatlán: ¿no te parece magnífica la línea `para ti soy libro abierto: escribe en mí, te necesito'?'', comentó con felicidad de c rooner. Supusimos que, en un severo ataque de nostalgia, el autor de La velocidad del amor quería rememorar alguna conquista a orillas del Pacífico. Le enviamos la cinta sin saber que contribuíamos a un proyecto cultural: ``Libro abierto'' se convirtió en la rúbrica del más ameno programa de literatura del idioma.

Con el ímpetu de Bam-bam Zamorano, Skármeta entró al área chica de la televisión. Entre otros asuntos, se ha ocupado de los gatos y la poesía, con tan buen tino que amaestró a un siamés ante las cámaras: al final del programa, el gato dormía la siesta en la cabeza del conductor. Por cierto que si algo tiene El show de los libros es cabeza, no sólo por el ingenio con que se ataca el peliagudo asunto de los libros, sino porque una de las más memorables emisiones se concentra en la nada secreta relación entre los pelos y la literatura. Antonio Skármeta es un calvo impecable, de modo que en la presentación subrayó que su interés en el tema era claramente metafísico.

La dramatización de escenas, la conducción, la selección de colaboradores y locaciones, hacen de este show un trabajo de tiempo completo, de modo que soprende saber que Skármeta ha concluido un guión de cine, una obra de teatro y un libro de cuentos, del que La Jornada Semanal ya adelantó uno (``Borges''). Felicitamos a nuestro amigo y le recordamos que, como en la canción de sus afectos, nuestras páginas esperan el regreso de su pluma.

CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

CRISTINA PAYAN

No quisiera escribir sobre ti, Cristi. Pero tengo que hacerlo, sencillamente porque no podría escribir sobre nada más. Cuando murió nuestro amigo Hugo Margáin, después de Gayosso, nos fuimos a comer y hablamos de él hasta que se hizo noche, ¿te acuerdas? Pero ahora no estás aquí para decirme ``cómo no me voy acordar, fuimos a casa de Claudio y Silvia Molina''. Y ya no estás aquí, y no tengo con quien quejarme de la injusticia de tu destino.

Pero dije ``no estás aquí'' y no es cierto, una presencia tuya está conmigo y es tan mía como mi mano o mis cabellos. El problema es que no puedo describirla ni explicar la emoción que ahora me causa. Yo te veo por dentro, te imagino con nitidez: ahí estás, de pronto nos encontramos en Coyoacán, estás sonriendo, ``Válgame'', dices, me acerco, te saludo a la española, con dos besos y camino un rato contigo, muy contento, y vamos comentando esto y lo otro, que si el Payán no sé qué, que si ya vi la miniatura, tan bonita, que Monsiváis te prestó para la exposición.

Estás conmigo, pero no puedo describirte. Las palabras no dan para eso. Las palabras son generales y tú, Cristi, eres muy peculiar. Si alguien me pregunta cómo es y empiezo diciendo ``es alta'' qué poco digo, hay muchísimas maneras de ser alta. Tú no eres el tipo alto-delgado, tú más que alta eres grande, como un árbol copudo, rubio el cabello, sólida la construcción, fuerte, no chiquita y remilgosa, sino grande y fuerte, de sombra generosa y maternal.

Y me gusta compararte con un árbol por la erguida mansedumbre de esa criatura, porque en ti no había reconcomios, resentimientos, amarguras. Sabías disfrutar de lo presente así fuera el salón de clases, el taller de orfebrería o la sala del museo de arte popular. Porque habías recibido, y en qué grado, el don del entusiasmo en el que Bertrand Russell, con razón, hace residir una de las claves de la felicidad. La tuya y la de quienes tuvimos el privilegio de estar contigo.

Ciertamente eres una mujer guapa, y con qué delicado tacto y cortesía te haces perdonar esa desmesura, tú, la modestia en persona, siempre volcada hacia los demás, auxiliadora del prójimo, sin alardes, escuchando, tranquila, alegre. Pero esto que nunca te dije, tal vez no debería decirlo tampoco ahora, a ti no te gustaban los elogios, y menos los desmesurados.

Nos conocimos hace más de treinta años. ¿Te acuerdas de que nos reuníamos a comer en tu casa todos los jueves? La mayoría de esos amigos ya no están con nosotros: fray Alberto Ezcurdia, Hugo Margáin, Ramón Zorrilla, Rosario Castellanos, y ahora sucede lo impensable. Porque hay una contradicción, Cristi, en que el ser que nos dio tanto consuelo, ánimo y alegría nos dé ahora tanta tristeza y desconsuelo. Parecer error o maldad del destino. Como si el agua nos diera sed o la luz, angustia.

Siento que no he podido decir nada, perdóname, Cristi, no hallo las palabras para hablar de ti, y menos para decir lo que siento. No quiero seguir, pero tengo que seguir.

La risa, no he hablado de tu risa, esencial a tu imagen. No era una risa reconcentrada, hiriente o sarcástica, era una risa abierta, limpia, compartida. Y de tal manera consustancial a tu persona que me cuesta trabajo imaginarte seria o con el ceño adverso dibujado en las cejas. Puedo hacerlo, pero cuando lo logro, el resto de tu persona se me desdibuja rápidamente. Por sus risas los conoceréis.

Te confieso que no quiero ni pensar en el agobio de Emilio, de Inna y sobre todo de Carlos. Si el peso insoportable de la pena pudiera compartirse entre los amigos, pero estamos mal hechos y no se puede. El dolor es solitario. Pero espero que a Carlos pueda consolarlo, un poco aunque sea, que él vive lo que todos los humanos hemos querido vivir: un gran amor, un largo y grande amor del que puede sentirse orgulloso, un amor que logra sobrevivir fresco a los mil infiernos de la vida en pareja, un amor terco, heroico, la doble flama en que dos vidas se compenetran y hacen indistinguibles.

Querida Cristi, señora, amiga mía, no, no estoy a la altura de la catástrofe, espero que allá donde estés trabajando, en el otro museo y con los otros niños, aceptes mi tristeza y mi cariño y perdones mi completa ineptitud para expresarlos.




LA JORNADA VIRTUAL


Naief Yehya


Por causas de fuerza mayor, la columna de Naief Yehya, "La Jornada Semanal", no aparecerá esta semana. Pedimos disculpas al autor y a sus numerosos ciberfans. En la próxima entrega de La Jornada Semanal volverá Yeyha por sus fueros.


Naief Yehya

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