Rinden homenaje a Cristina Payán en el Museo Nacional de Culturas Populares
Patricia Vega Ť ¡A la chingada la muerte!
Cristina Payán: te seguimos enviando señales desde tierra, lucecitas que, como te escribió la comadre Lucina Jiménez, ``alumbren tu camino hasta allí, hasta el Mictlán, donde te vas a reunir con Guillermo (Bonfil Batalla). ¿Por qué tenías que alcanzarlo tan pronto?''
La primera señal fue de los trabajadores del Museo Nacional de Culturas Populares: con aserrín crearon una alfombra con tu efigie. Más tarde, la Banda de Tlayacapan interpretó unas cuantas melodías en el patio interior del recinto y, a la usanza de los pueblos que tanto te gustaban, los músicos salieron a la calle seguidos de un contingente de entusiastas entre los que iba, por supuesto, don Carlos. Llegaron al jardín Hidalgo, en el corazón de Coyoacán, y ya de regreso en el museo se aventaron casi dos horas de sonora música de pueblo.
Misa en honor de la maestra Cristina Payán, en el Museo
de Culturas Populares. Foto: Guillermo Sologuren
La tercera señal ya fue de noche, cuando los chavos y chavas integrantes del Laboratorio de Teatro de Santo Domingo, dirigidos por María Alicia Martínez Medrano, interpretaron la obra Conmemorantes, que Emilio Carballido escribió en homenaje a las víctimas de 68. Al final de la representación que tanto te gustaba, las manos alzadas con la V de la victoria fue una manera de decirte hasta siempre, y de lanzar al aire una promesa: jamás te olvidaremos. Con su característico tono imperativo y a manera de despedida, María Alicia dijo: ``De Cristina Payán debemos aprender cómo amaba la vida''.
Pasaditas las diez de la noche, los troveros rocanroleros empezaron a calentar motores en el café El sorbo, para también enviarte sus señales. Conforme iban llegando se apuntaban en una lista por orden de aparición, y cada trovero tuvo la democrática oportunidad de interpretar dos rolas. Empezó Rafael Mendoza y, luego, Rafael Catana filosofó entre canción y canción: ``Creo que la muerte que más le duele a uno, pues es la de uno''.
Prosiguieron Los Armandos: primero fue Chacha (``Marilinda dice que se va, que se va, que ya lo pensó (...) como para dudarlo más''), y enseguidita Rosas, sobreponiéndose a los problemas de sonido, interpretó Un gato gris (``Pobre de ti: estas ahí y estás sin ella, contando estrellas'').
Aunque dice que no es la única, a la tarima de El sorbo subió Ana María González, la ``bruja oficial del museo'', que momentáneamente cambió la lectura del café por el canto latinoamericano: interpretó Alfonsina y el mar, acompañada en la guitarra por Alejandro Escudero.
Qué más decir, cerca de la media noche del viernes, el Museo Nacional de Culturas Populares parecía una romería. Mientras los troveros rocanroleros cantaban, artistas plásticos y fotógrafos, encabezados por Eloy Tarcisio, planeaban las actividades del sábado: instalaciones y altares colectivos armados a lo largo del domingo, a comenzarse con una misa para culminar con una ceremonia conchera, conocida como el levantamiento de la cruz, y cuyo propósito es, según la tradición, ayudar a la separación del cuerpo físico del espiritual.
Desde la noche del viernes en el café El sorbo empezó a circular de mesa en mesa el ejemplar más reciente del suplemento Tiempo de niños, cuyo tema central es, precisamente, Pizca que te pizca. ¿Sabes que hay detrás de una taza de café? Ahí aparece el último texto firmado por Cristina Payán quien, en su carácter de directora del Museo Nacional de Culturas Populares, agradece los 353 trabajos de niñas y niños del campo y la ciudad que alimentaron el concurso Pizca que te pizca, el cual formó parte de la actividades de la exposición La vida en un sorbo. El café en México.
``A ella acudieron cerca de 380 mil personas -escribió la maestra Payán-; entre ellas, miles de niños visitaron el área infantil Pizca que te pizca, en la que pudieron conocer el proceso de producción del café. Pero sobre todo, darse cuenta de que, mientras los niños y las niñas de la ciudad, al terminar sus clases tienen vacaciones, los del campo, hijos de los productores de café e indígenas en su mayoría, por tradición, juegan y ayudan al trabajo familiar pizcando las cerezas, ayudando a clasificar el grano...''
Una esquela tardía
Cristina:
Hay gente que no debería morir;
la muerte es algo que angustia a
[los humanos,
pero también,
angustia la inmortalidad.
Sin embargo,
hay personas que no deberían
[morirse,
son,
aquellas
que van esparciendo flores por
[la vida,
que tienen las manos florecidas
y sus dedos germinan en rosas,
en tulipanes,
en azucenas y alcatraces.
Son,
aquellas
cuyo aroma es a barro mojado,
porque traen cántaros de agua
con los que alivian la sed,
agua que riega las plantas,
que reverdece la yerba seca.
Sigue esparciendo flores,
por donde andes,
intuyo que ahora serán
[constelaciones.
(Ya le preguntaré a Carlos
qué nuevas luces descubre
[en el firmamento.)
Beatriz Paredes