Ciertas arañas saltan como gatos aunque, gracias a su baba, son capaces de sostenerse en el aire como pájaros. Nada de esto las hace útiles, al menos no siempre, ni graciosas. Ver a un pájaro suspendido, chupando una flor y agitando las alas, en cambio, es un espectáculo qué contemplar a través del vidrio de una ventana. La flor era roja. Parecía copa de champaña bocabajo. El pico del pequeño y delgado pájaro se mete en el centro del hueco y chupa. Mientras, agita las alas tan velozmente que parecen quietas, una ligera vibración, quizá, que atribuyes a tu mala visión. Las patas hacia el frente, como si frenaran, con la punta hacia atrás. Otra vez oí cantar a los pájaros de madrugada. Habría creído que anunciaban catástrofe de no haber sentido que su canto era alegre. Por eso no es raro decir que ciertas voces humanas cantan como los pájaros. No tienes que entender lo que dicen para emocionarte según sea el caso. La sola voz te indica si debes alegrarte o llorar.
En sus diferentes Instrucciones, Cortázar explica cómo dejar de llorar. Lo malo es que se te olviden los pasos que has de dar para dejar de llorar cuando te encuentres en pleno llanto. Por ejemplo, cuando lees La casa en la colina, del poeta de Nueva Inglaterra Edwin Arlington Robinson, muerto antes de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de que finalmente le fue bien y llegó a ser premiado y famoso, tuvo su época de pobreza y depresión; pesimista siempre fue, y muy irónico. El no me suena mucho, por más que es casi seguro que lo conocí en la escuela, en donde, sin embargo, si me hicieron leer alguno de sus poemas no fue ciertamente La casa en la colina, porque no es de los más conocidos y, en vez de eso, sí uno de los más tristes.
En él la tristeza aparece al rojo vivo. ``Ya se fueron todos'', dice para empezar; ``la casa está cerrada y en silencio, y no hay nada más que decir''. El viento la azota, pero azota grietas que no sienten su paso helado. Si ya todos se fueron, ``¿Por qué nos desviamos hacia el umbral hundido de su puerta?'' ¿Por qué nos hacemos tontos a su alrededor, si no hay nadie adentro, si nadie nos va a decir nada bueno ni tampoco nada malo? ``Ya se fueron todos''. Vagamente recuerdo un par de títulos del poeta: Los hijos de la noche y El hombre que murió dos veces. Pero no mucho más. Ahora leo que cuando más vencido se encontraba, un presidente de su país, al que le gustó uno de sus libros, le tendió la mano. ¿Cómo, por qué? ¿Cómo a una voz tan grave?
Me encuentro La casa en la colina en la antología bilingüe de Eva Cruz (Difusión Cultural, Universidad Nacional Autónoma de México), antes de otro poema de Robinson, éste sí de los más conocidos, Richard Corey, pero preferí La casa en la colina, que Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal traducen como La casa abandonada, título que sin duda atrapa más pronto al lector. No entiendo bien quiénes hablan en el poema; quiénes abandonaron la casa y quiénes intentan visitarla abandonada. Pero no importa, porque los poetas son como los cantantes que cantan como pájaro. No tienes que entender lo que dicen para emocionarte en un sentido o en otro sólo por su voz.
De hecho, Robinson resulta increíble en esta ``casa'', todo un petirrojo, cantando en la casa de la colina y abandonada. Insiste en que en ella ``No hay más que ruina y deterioro''; de ella ``Ya se fueron todos'' y, por tanto, ``No hay nada más que decir''.
Pero despiertas en la madrugada y oyes el poema, en la oscuridad, el silencio y la quietud. No estoy sola cuando el poema vuelve. A Robinson lo perseguía y lo cazaba la pobreza y la depresión; a mí me persigue y me caza La casa en la colina, efectivamente abandonada. ``A través de muros grises y destruidos, penetran los vientos chillones y helados''. Un ave con el pico abierto, en vez de canto, un chillido agudo.
En Richard Corey, los hombres de la calle a los que él saluda todos los días, cuando baja -¿de la casa en la colina?- a trabajar, lo describen como todo un caballero, elegante, cortés, culto, rico. Lo admiraban y lo envidiaban. Para ellos, Richard Corey lo era todo, y todos querían ser como él. Hasta que ``una serena noche de verano/ Richard Corey se fue a su casa y se pegó un tiro en la cabeza''. ¿Abandonó su casa? ¿Se hizo uno con ella? En adelante, el viento soplaba helado contra la casa abandonada, sin quién sintiera su paso. Los hombres de la calle se acercaban para conocer la verdad. ¿Era como creíamos que era Richard Corey? Pero no se animaban a entrar, por más que dentro no hubiera nadie que los saludara o contestara sus preguntas inquietas.
El sonido de la bala no es como el del viento, ni como el canto de un pájaro; pero es sonido, y se oye. ¿Por qué a mí me recuerda el vacío? ¿Por el silencio que se oye cuando frena, patasarriba? A través de los vidrios de las ventanas pueden verse y oírse muchas cosas, más distorsionadamente o menos distintamente. Saludos tan torpes que tomas por despedidas; cantos que son cantos o que son llantos o que son espera. ¿Qué esperaba Richard Corey? ¿O digo ya que no hay nada más que decir?