¿Por qué se enamora la gente? ¿Por qué se separan las parejas? El amor es el tema absoluto, avasallador, de Cilantro y perejil, la cinta más reciente de Rafael Montero (El infierno tan temido, El costo de la vida). Según sus guionistas, Carolina Rivera y Cecilia Pérez-Grovas, el enamoramiento es un lenguaje visceral: la gente se enamora por los ojos, los oídos, las manos; siente un vacío en el estómago, una terrible confusión frente a la persona amada, temida, odiada, anhelada. El encantamiento mutuo, el inexplicable desencuentro amoroso, las estrategias de la reconciliación.
A partir de premisas semejantes y lugares comunes propios de bestsellers de superación sentimental, desde Mujeres que aman demasiado hasta Hombres que no aman porque no quieren, la película construye su crónica de una pareja clasemediera en crisis amorosa superable: Carlos (Demián Bichir) y Susana (Arcelia Ramírez); en torno suyo aparecen, como gran cuadro de familia, varias parejas más, cada una con una ilustrativa anécdota sentimental: los padres que se siguen amando después de treinta años de casados, la tía abuela que logra enamorar a un viejo ebanista, la joven videasta apasionada por un roquero, el ligue fallido de Susana con un homosexual, el distanciamiento de éste con su pareja gay enferma de sida, etcétera.
Cilantro y perejil desea ser crónica coral del desencuentro amoroso, con una sucesión de voces frente a una cámara de video, en falso cine directo y en blanco y negro, narrando la experiencia propia del entusiasmo y el desengaño. Melita (Leticia Huijara): ``El amor es como la montaña rusa: subes, bajas y terminas vomitándote''. Y a manera de hilo conductor, los comentarios de un irónico sicoanalista (Germán Dehesa robándose la película), con su propio inventario de clichés sobre el amor y la sicología del mexicano (reconciliación amorosa): ``Eros es muy resistente. Freud no previó la muy mexicana ceremonia del recalentado'', etcétera, y con un añadido de citas culturales: ``Hay tiempo para el amor, para ese contratiempo que es el amor'' (Julio Cortázar).
Como en El anzuelo, Cómodas mensualidades, o Sólo con tu pareja, Cilantro y perejil confía en la eficacia comercial de la identificación pasiva y complaciente del público con una trama convencional y una realización sin brillo. La comedia mexicana de los 90 ha perfeccionado su habilidad para divertir al público con chistes malos a sus expensas, como un reflejo condicionado. Germán Dehesa: ``El mexicano es de vocación sufridora, tiene el síndrome de Marga López''; Leticia Huijara: ``Las mujeres buscan siempre algo más que el amor y se apasionan, ¡qué brutas!, ¿no?'' Es la vieja fórmula de Mecánica nacional (Alcoriza, 73: ``¿Deveras somos así los mexicanos?''), eficaz todavía como recurso humorístico que se desentiende de cualquier posible complejidad en la trama, y que ahora admite las variantes de la química del amor y los precipitados del azote.
Carlos (Bichir) trabaja como loco, padece gastritis, tiene su agenda siempre llena, no atiende a sus hijos, la mujer lo abandona, es inútil en la cocina, no goza en camas ajenas, no sabe vivir solo, añora el regozo conyugal -según Dehesa, es un ``muégano edípico''. En el otro extremo, Susana es la imagen más complaciente de la mujer mexicana, a la vez rezongona y resignada, posesiva, celosa, incapaz de imaginarse una vida propia, masoquista sentimental en sus ratos libres, que son todos. Montero y sus guionistas proponen una radiografía superficial y conformista de la relación de pareja. Ningún intento y transgresión moral, incluso leve, al estilo La tarea, de Hermosillo, nada viene a perturbar la convicción de que a la salida del azote pasajero hay un altar cristiano y la revalidación del modelo monogámico.
Cilantro y perejil se asemeja, desde su fondo musical hasta su insistencia en los estereotipos y en una moraleja final, a una comedia de los 60, con elementos pretendidamente modernos: el recurrir al video y la narración múltiples; la variedad de puntos de vista, que en realidad se resumen en uno solo: el elogio de la pareja alivianada y unida, y en el aspecto formal, la fotografía nerviosa de un Guillermo Granillo convencido de que originalidad expresiva es mantener continuamente la cámara inclinada.
Con esta película, Rafael Montero conquista finalmente un gran público, aunque una vez más pierde la oportunidad de hacer buen cine. Cilantro y perejil es la reunión providencial de lo aparentemente distinto: la pareja en crisis, ``la sociedad que rompe con el sistema que la gobernaba'' (Dehesa), la modernidad y el espíritu conservador, La risa en vacaciones y Sólo con tu pareja, Televicine e Imcine. En épocas de fast-sex, adulterios y divorcios, ¿estaremos frente a la primera comedia familiarista verdaderamente eficaz del cine mexicano.