Dicen que México por fin se democratiza gracias al Tratado de Libre Comercio (TLC), mismo que hoy vuelve a debatirse en Estados Unidos tras el informe recién rendido por Clinton al Congreso, a manera de balance de los primeros tres años y medio del Tratado. En ello hay un pedazo de verdad: la colocación de México bajo los reflectores internacionales, potenciados por el TLC, inhibe la preservación en México de un régimen antidemocrático. El otro pedazo de verdad es que avances como el de las pasadas elecciones, a final de cuentas se deben a la larga lucha de los mexicanos y mexicanas en pos de la democracia.
Como sea, lo importante es consolidar esos avances. Y esto exige no desatender los grandes problemas que subyacen y a veces condicionan al propio asunto de la democracia: desde la urgente paz en Chiapas, hasta el TLC que no por casualidad fue cuestionado, justo al entrar en vigor, por la misma insurrección zapatista del 1o. de enero de 1994.
Todo indica que el TLC llegó para quedarse y permear en mucho la agenda de México. Día a día se desvanece la retórica oficial que lo presentaba como un simple acuerdo de libre comercio. El tipo de TLC que acabó firmándose, afecta prácticamente todas las esferas imaginables. En lo económico también tiene que ver con inversión, servicios, tecnología, propiedad industrial; en lo social con empleo, salarios, educación, cultura, contaminación; en lo político con soberanía y seguridad nacional, sin faltar el tema de estas reflexiones, la democracia.
Por ello resulta absurdo evadir la evaluación del TLC; y grotesco rehusarse de antemano a reformarlo. ¿Acaso es un tratado perfecto? Tan no lo es, que ya vuelven a crecer las voces -trabajadores, empresarios no monopolistas, ecologistas, consumidores, defensoresde derechos humanos- a favor de revisar el TLC. Y eso ocurre en EU, la parte que lo hizo un tratado leonino al llevarse la tajada del león, por lo menos en beneficios estratégicos.
Ciertamente eso incluye voces en busca de arrancar a México todavía más concesiones. Por tanto, acá se dice que ``no conviene moverle al asunto'' (la política del avestruz). Pero, también y más, incluye voces a favor de democratizar el TLC. Es decir, enmendarlo para que beneficie principalmente a la mayoría de la población estadunidense y no a una élite de empresarios, como ocurre ahora. La misma demanda crece en México aunque formulada en negativo dado nuestro atraso, ahora profundizado por quienes tuvieron a bien firmar un TLC leonino. Aquí la demanda es evitar que éste perjudique a la mayoría, al tiempo que beneficia sobre todo a nuestra élite empresarial globalizada.
Es del todo legítimo exigir la democratización del TLC, máxime a quienes presumen de demócratas. Y es fácil encontrar las enmiendas requeridas para ese efecto. Tal vez podrían resumirse en tres. 1) Derogar los preceptos que permiten la formación de monopolios y, peor aún, su expansión (artículos 1502 a 1505). 2) Introducir preceptos que garanticen un apoyo especial a los empresarios no monopolistas, lo mismo que a los trabajadores (la ya famosa Carta Social a la europea). 3) Reemplazar al principio rector del TLC, el de trato nacional (parejo extranjeros y nacionales, como si en verdad fueran iguales), por el de trato preferencial a la parte más atrasada, México.
De no emprenderse esas reformas digamos estructurales, naturalmente seguirán retroalimentándose, hasta hacerse explosivas, las brechas de desigualdad dentro y entre las naciones firmantes. Entonces las demandas ya no serán de reforma sino de... ¡muera el TLC! Al mismo tiempo se hará insostenible el contradictorio impacto del TLC sobre la democracia en México. De un lado, al echarle los reflectores internacionales alienta su democratización. Del otro lado, al ponerle candados a las reformas económicas del salinismo, lo que alienta es la polarización social, la pobreza, los conflictos y, en fin, el derrumbe de la naciente democracia mexicana.
Si en verdad Estados Unidos quiere ayudar a que avance la democracia en México, debe olvidarse de sus recetas y candados neoliberales. Enseguida debe ser congruente con sus prédicas democráticas y abrir paso a la democratización del TLC. Sólo un TLC democrático, igualador, alentaría simultáneamente una democracia sólida y una vecindad fructífera entre EU y México. Y, a nuestro entender, eso es lo que conviene a la mayoría de aquí y de allá; y de mayorías se hace la democracia.