Mediante el sufragio libre de la mayoría de mexicanas y mexicanos --unos 18 millones-- el 6 de julio se produjo la ruptura democrática esperada en el país, y se dio un golpe contundente al viejo sistema político de partido casi único y de presidencialismo sin límites.
Algunos analistas consideran el hecho como golpe definitivo e irreversible. Puede ser; pero el PRI no está muerto y los intereses económicos representados por este partido en los últimos lustros son muy grandes y poderosos; son los del llamado modelo neoliberal, los del nuevo dogma, los del pensamiento único, excluyente, que ha producido atroces resultados en sus breves años de implantación.
Si las fuerzas políticas victoriosas en los comicios recientes no cumplen con las expectativas despertadas, ni resisten las presiones del priísmo --herido gravemente, pero todavía peligroso-- que buscará la revancha, puede haber una regresión. En política, así lo indica la experiencia de los últimos años, no hay nada irreversible.
Lo anterior es particularmente importante para la izquierda representada por el PRD. En el proceso electoral fue el adversario a vencer; en ese objetivo convergieron el PRI, el PAN, los empresarios más conservadores y una empresa televisora. Y fue así porque, como su trayectoria lo indica, el PRD --partido joven con antecedentes lejanos-- representa la posibilidad de cambios no traumáticos, pero cambios, debe subrayarse, por los cuales votaron 7 millones y medio de personas, y conquistó políticamente la capital --la ciudad más politizada del país. Este partido, en el cual sus dirigentes principales ideológicamente toman distancia del neoliberalismo, ofreció un programa económico que si no incluye una propuesta de cambio radical del modelo, sí propone un nuevo rumbo, reformas duras que reorienten la economía en beneficio de las mayorías duramente golpeadas por la crisis y los ajustes neoliberales.
El PRD, todas las fuerzas que apoyaron a Cárdenas y construyeron en la práctica un polo del progreso, de democracia y justicia social, tienen necesidad de un balance riguroso de sus resultados, de su desempeño, responsabilidad actual y posibilidades para el futuro. Es necesario, sobre todo en el caso del PRD, definir la situación política creada después del 6 de julio para instalarse plenamente en sus nueva realidad, evitar el triunfalismo irreflexivo, las conductas irresponsables y la reproducción de fenómenos perversos frecuentes en las fuerzas que arriban a posiciones de gobierno, entre ellos el de la corrupción política y el arribismo, pero sobre todo el del adaptarse al sistema dominante y olvidar sus compromisos con la sociedad. En ese sentido fue un alerta oportuno el discurso de López Obrador ante los diputados electos.
Con los avances democráticos alcanzados, se crean mejores condiciones para enfrentar la solución de los graves problemas económicos y sociales que agobian a la mayoría de mexicanos y mexicanas. La democracia, sin embargo, sólo evidencia que es en la estructura económica, en las políticas económicas, donde están las causas de las injusticias y las desigualdades. Son esas políticas --que representan intereses económicos concretos-- las que deben ser cambiadas si se quiere responder a las aspiraciones de quienes votaron por la izquierda, cansados ya de tantos años de sacrificios.
Pero eso no es ni será fácil. Al PRD --salvo en Campeche-- no se le regatean sus victorias ni sus votos. Se admite que, gracias al apoyo social, hoy es una fuerza política con la cual debe contarse en el futuro. Se alejó definitivamente el sueño bipartidista. Pero funcionarios públicos, banqueros, empresarios y algunos intelectuales advierten al partido del sol azteca que debe adecuarse, ser ``realista'', admitir que el modelo económico no puede ser modificado en modo alguno y debe archivar (el PRD) su moderado programa económico y sus propuestas de reformas, por ejemplo al IVA o a la Ley del Seguro Social. Insisten en que el mercado sabe mejor lo que conviene a la sociedad y, se infiere, está por encima del voto ciudadano.
Ciertamente, Cárdenas como gobernador del DF y el tercio de diputados perredistas en la Cámara de Diputados no pueden imponer su programa, pero no van a renunciar a él y seguramente el PRD, junto con la sociedad activa y participante, y la intelectualidad independiente ajena al pensamiento único, están obligados a buscar y encontrar otra alternativa de desarrollo en la que el hombre y la mujer sean sujetos creadores de su propio destino. Seguramente ése es el principal reto de la democracia y de la izquierda tras su formidable repunte del 6 de julio.