Víctor Kerber
Dulce TLC, no nos desampares

Nos tragamos el caramelo. Comenzamos todos a andar en la ruta del libre comercio norteamericano inicialmente a ciegas y luego de cojito, ya que sólo un puñado no mayor de 800 empresas mexicanas están capacitadas para exportar; cinco de ellas concentran el 20 por ciento del valor total de las exportaciones. La otra parte de la realidad mexicana, la de 40 millones de pobres, difícilmente está en condiciones de competir. Para colmo, la crisis económica del 95 nos estalló en las manos. El summum de la subordinación largamente anhelada por Washington se dio cuando William Clinton activó nuestro rescate con 20 mil millones de dólares. Para entonces México ya no era México, sino cajonera de EU; parte de su inventario y de sus intereses estratégicos.

Según Clinton, el acuerdo ha generado ``efectos positivos modestos'' para su país, pues ha contribuido con 13 mil millones de dólares en el ingreso real (apenas un 0.2 por ciento del total nacional), además de tres mil millones anuales en inversiones empresariales promedio; o sea, 0.5 por ciento del total invertido por las firmas estadunidenses en cada año. Hablar, pues, de ``efectos modestos'' para ellos es demasiado modesto, ya que en términos reales el TLC no ha significado gran cosa para esa economía norteamericana.

La verdadera batalla se libra en términos casi banales. Los detractores del acuerdo le atribuyen --sin mucho sustento-- pérdidas superiores a los 400 mil empleos para los estadunidenses. El reporte de Clinton al Congreso de su país admite no más de 120 mil empleos perdidos por firmas que trasladaron sus plantas al sur de la frontera; pero, ¿qué puede representar esa cantidad frente al millón y medio de empleos que se pierden anualmente por quiebras y restructuraciones en EU, y frente a los casi tres millones de empleos que simultáneamente se crean y que mantienen a la tasa de desempleo en niveles históricamente bajos?

Hoy, a tres años de vigencia, la Secofi y la Cancillería se apercazan del TLC, como un buzo de su tanque de oxígeno. Para México se ha vuelto instrumento vital, al grado de que su sobrevivencia en la legislatura estadunidense es necesaria para la sobrevivencia de la política económica. El TLC, según datos oficiales, ha dejado no menos de 30 mil millones de dólares en inversiones extranjeras y una balanza comercial favorable para nuestro país, debido al elevado monto de las exportaciones. Crecemos gracias al TLC.

Pero México, a la vera del entreguismo con el que Herminio Blanco negoció la fase final del acuerdo en las postrimerías del salinato, quedó descubierto en muchos flancos y tarde pretende bloquearlos. El caso del azúcar es manifiesto. Anualmente sólo se pueden exportar 25 mil toneladas de azúcar hacia la frontera norte, mientras que el jarabe de maíz de alta fructosa importado ha tenido puertas abiertas. En los primeros cuatro meses de este año ya llevábamos cerca de 250 mil toneladas importadas, y fue hasta hace poco que se aplicaron cuotas compensatorias, de lo contrario, se desangrarían los ingenios mexicanos.

El presidente Clinton, en su defensa del acuerdo, le atribuye a éste un gran éxito para la economía de su país. El TLC no solamente respaldó la decisión del gobierno mexicano de no desviarse de las reformas económicas de mercado y le dio confianza a los inversionistas, sino que contribuyó además a frenar la migración de los indocumentados y permitió que las exportaciones estadunidenses crecieran hasta en un 40 por ciento en sólo 18 meses.

Su interés, no obstante, no está en el acuerdo mismo cuyo impacto, como dijimos, para el caso le resulta insignificante. Tampoco le importa tanto que México se recupere e ingrese a las filas del desarrollo, pues como también se ha dicho, lo que se quería de México ya se tiene: vasallaje. La mirada de Clinton está puesta más lejos. Está en la conversión de toda América Latina en un gran México. Le interesa, por consiguiente, que el Congreso autorice la vía del fast track para incorporar a otros países en el TLC y eventualmente consumar el ideal de una magna esfera de libre comercio en las Américas, hegemonizada, por supuesto, por Washington.

No le va a ser fácil. Primero tendrá que remontar la oposición del Congreso. Después el tiempo, ya que deseará tener un proyecto viable para antes de su gira por Sudamérica en octubre próximo. Finalmente tendrá que verse si países como Brasil, Argentina o Chile aceptan roer el mismo caramelo que México.