La Jornada sábado 19 de julio de 1997

Carlos Fuentes
Partidos por la mitad

A la memoria de Cristina Payán

Cuando mi padre era embajador de México en Roma, recibió instrucciones de la Secretaría de Relaciones Exteriores para llevar a cabo una gestión urgente ante el canciller italiano de la época, el político democristiano Amintore Fanfani, motejado, por su escasa estatura e incesante actividad, como El jorobado.

Tras de escuchar pacientemente a mi padre en las opulentas oficinas de la cancillería en el Palazzo Farnese, el ministro le dijo a mi padre: --Señor embajador, a ustedes los mexicanos este asunto puede parecerles urgente. Pero usted comprende que en un país que existe desde tiempos de los césares, nada es urgente.

Ignoro si mi padre invocó la ascendencia de Moctezuma. Lo cierto es que el Partido Revolucionario Institucional, como Fanfani atestaba tanto su presencia como su legitimidad por causa del origen. Las revoluciones generan derecho, generan instituciones y se legitiman a sí mismas, igual que los césares romanos. Para todo lo demás, tranquilidad, paciencia y cachaza.

Hoy que la eternidad priísta ha sido devuelta a los accidentes del tiempo terrenal, vale la pena recordar, asimismo, que los césares romanos tampoco duraron para siempre, y que la nueva fuerza que los derrotó fue, no tanto la invasión de los bárbaros del norte, ni siquiera su propio proceso de decadencia interna, sino el surgimiento de una nueva fuerza política y moral, la Iglesia católica, el cristianismo espiritual de San Pedro y político de San Pablo.

Vencedora de Roma, la Iglesia católica ha durado dos mil años. Ha sufrido, como el PRI, descalabros, escándalos, pérdidas de credibilidad. En el siglo XVI, su sordera ante las voces que le pedían reformarse desde adentro (Erasmo de Rotterdam, los hermanos Valdés en España) la hizo perder la mitad de Europa a la reforma llevada a cabo desde afuera por Martín Lutero. En México, el desprendimiento de la fracción democrática de Cárdenas y Muñoz Ledo en 1987 fue, como la Reforma protestante, el signo de que el PRI no sabía curarse por sí solo.

La iglesia romana, en cambio, ha sobrevivido gracias a un proceso de renovación o puesta al día que se conoce como aggiornamento, las encíclicas papales, de la Rerum Novarum de León XIII a la Pacem in Terris de Juan XXIII a la Populorum Progresio de Pablo VI, son ejemplos de la capacidad política y espiritual del Vaticano para ponerse al día, para aggiornarse.

Después del 6 de julio, los tres principales partidos políticos mexicanos se encuentran, precisamente, ante esa obligación ``católica'' (es decir, universal) de aggiornarse.

Al PRD victorioso le debería ser más fácil que a nadie. Su destino, después del 6 de julio, es ser el partido socialdemócrata mexicano. Pero, por una parte, hay teólogos recalcitrantes que ven al PRD no como un partido sino como una iglesia o cofradía. Los primeros gestos de Cuauhtémoc Cárdenas indican que los ciudadanos, y no los frailes, darán su dirección al poderoso PRD de hoy. La presencia en el Senado de políticos tan equilibrados como Amalia García, Enrique González Pedrero y Carlos Payán, conformarían esta tendencia. Pero la división personal Cárdenas-Muñoz Ledo es un mal augurio, y un augurio disminuyente. Contrariamente a lo que se pensaba, dado ígneo pasado, López Obrador ha mostrado ser un dirigente nacional firme pero ponderado, inteligente y conciliador. El PRD necesita tanto la voluntad de Cuauhtémoc como de la inteligencia de Porfirio. El partido será más fuerte si López Obrador logra conjuntar esos dos nombres de históricas resonancias: un Cuauhtémoc que vuelve a tomar la ciudad que perdió en 1521, y un Porfirio que volvió a ser el guerrillero liberal cuyas cargas de caballería desbandaron al Ejército francés el 5 de mayo en Puebla.

El PAN, que hace un año parecía puesto para llevarse el trofeo de la ciudad de México, pasó a ser tercera fuerza política, pero de todas maneras retiene importantes bancadas en el Congreso y añade dos gubernaturas estatales hasta sumar seis. Me parece que son dos los problemas del partido de centroderecha. Su aggiornamento consiste en asumir, realmente, el destino de la democracia cristiana moderna, sin los anacronismos que le restan credibilidad y simpatía cuando llega al poder. Si el PAN parece ser el partido de los cangrejos, de los mojigatos y de las beatas, nunca será el equivalente mexicano del partido de Konrad Adenauer en Alemania o de Eduardo Frei en Chile.

Las candidaturas viejas del PAN perdieron. Ha llegado el tiempo de las candidaturas jóvenes. Pienso, sobre todo, en dos de los líderes panistas más lúcidos, modernos, articulados y flexibles: Felipe Calderón Hinojosa y Santiago Creel Miranda. Calderón ha demostrado que la firmeza y la modernidad no están reñidas; Creel, que el interés del partido y el de la nación no se oponen.

Nada más duro de renovar, desde luego, que el PRI. Identificado en la mente colectiva no como el partido de la legitimidad revolucionaria, sino como el de los césares sexenales, la iglesia política de los Borgia, el botín de los condotieros, la guarida de los caciques y una oficina de empleos imaginada por Kafka y dirigida por Gogol, el PRI, desprestigiado, en relativa aunque libre caída electoral, sigue teniendo dinero, organización, base territorial. A partir de su relativa derrota, se impone un aggiornamento mayor que, en primer lugar, defina claramente el perfil ideológico del PRI en un arcoiris político cuyos colores democráticos --la socialdemocracia a la izquierda, la democracia cristiana a la derecha-- ya han sido tomados por el PRD y el PAN. El PRI quiere verse a sí mismo en el centro. Pero ¿qué significa, en el actual espectro político del país, ``el centro''? A menos que el PRI le vuele algunas banderas al PAN y otras al PRD, ``el centro'' puede significar ``el hoyo'', ``la nada''' --a menos, nuevamente, que el PRI lleve a cabo un esfuerzo de reflexión superior, un examen de sí mismo, del país y del mundo, que le sirva no sólo para re-fundarse a la luz de la nueva democracia mexicana, sino para dar ejemplo público, de una nueva capacidad de escuchar a sus miembros, de atender a sus bases, de respetar a sus críticos.

Alfredo del Mazo y Alfredo Baranda no son miembros del fantasmagórico y pleistocénico ``grupo Atlacomulco''. Son priístas convencidos pero mexicanos preocupados, como lo son Alejandro Carrillo Castro, María de los Angeles Moreno, Angélica Luna Parra, Rosario Green, Gabino Fraga, Agustín Basave, Bernardo Sepúlveda, Mariano Palacios Alcocer... Pero si de elegir sucesor de Humberto Roque se trata, a mí me parece que hay dos priístas que cumplen, cada uno, con los requisitos necesarios para una dirección renovada. Si el PRI quiere energía con proposición: Elba Esther Gordillo. Si el PRI quiere ideología propia, vigorosa, popular, nueva y atractiva: Jesús Reyes Heroles.

Partidas por la mitad, todas nuestras formaciones políticas requieren ponerse al día, aggiornarse. De este proceso dependerá su futuro y el de la vida política en México. Los césares pueden pensar que nada es urgente. Los ciudadanos viven de prisa un proceso político que asocian a su mejoramiento económico.