Parecería que, finalmente, se ha allanado el camino para un acuerdo con la Unión Europea que, según las palabras del embajador de ésta en México, Jacques Lecomte, permitiría sentar ``bases firmes para una relación perdurable y ambiciosa'' entre nuestro país y la primera potencia comercial del globo.
Este es el primer resultado de unas elecciones que marcaron un cambio cualitativo con respecto al pasado y que ayudaron a dejar de lado la ``cláusula democrática'', instaurada en su época para impedir al franquismo español su ingreso en la entonces Comunidad Europea, que dificultaba llegar a un acuerdo con los europeos que desde hace rato deseaban participar en el desarrollo económico latinoamericano sin ceder a la idea de que nuestro continente es ``el patio trasero'' de Estados Unidos ni ver la integración norteamericana (o la posible integración americana, entre el TLC, Centroamérica, el Mercosur y los demás países sudamericanos) como excluyente.
Hasta ahora, sin embargo, los resultados obtenidos por Europa, aunque importantes, se limitaban al cono sur, donde Francia es el primer inversionista en Argentina y su más importante socio comercial o donde Brasil comercia en igual proporción con Estados Unidos, con Europa y con sus vecinos. En efecto, la situación atípica de México, tan ligado a Estados Unidos y con tan reducidas relaciones comerciales con Europa (a la cual enviamos sólo 8 por ciento del total de nuestras exportaciones), se había sumado al problema planteado por la falta de una tácita ``certificación política'' europea que las elecciones recientes han desvanecido. Por lo tanto, México está en condiciones de diversificar sus fuentes de ingreso, de tecnología y de inversiones, para no depender excesivamente de sus asociados en el TLC y podrá también contar con la supresión de las barreras arancelarias y aduaneras por parte de la UE, lo cual sin duda potenciará sus exportaciones hacia Europa.
La mundialización de la economía, precisamente, requiere una visión nueva en la estructuración de las relaciones geoeconómicas para poder jugar en todo el tablero mundial y sacar ventajas, en tiempo real, de las contradicciones entre las principales potencias económicas y de las modificaciones velocísimas que se producen en una situación siempre cambiante (como lo demuestra la actual crisis financiera que comenzó con la caída del bath tailandés, siguió con el peso filipino, recorrió las monedas débiles de toda Europa, golpeó al Brasil, con repercusiones inevitables en todo el Mercosur y rebotó en Nueva York).
La importancia del ``certificado de buena conducta'' que ha otorgado a México el reciente proceso electoral demuestra así, al mismo tiempo, la influencia económica de la legalidad y la relación estrecha que existe entre la política, con su aparente autonomía, y la economía, en el momento de la adopción de las decisiones sobre dónde y cómo invertir y sobre los plazos y características de las relaciones comerciales mismas.
Esta es otra razón más para congratularnos por las características y resultados del 6 de julio último y para esperar que nuestro país aproveche a fondo la brecha abierta en esa fecha y las posibilidades que el nuevo ambiente de confianza nos ofrece en una región del mundo fundamental y en la que nuestra presencia es hasta ahora escasa.