La Jornada viernes 18 de julio de 1997

Jaime Martínez Veloz
Inserción (no pagada) a favor de la paz

Con las elecciones federales de 1997 hemos dado otro paso fundamental hacia la consolidación democrática de nuestro sistema político. Las interpretaciones de los resultados pueden ser muchas y serán tema de ensayos y debates los próximos años. Dos elementos de entre todo el proceso llaman la atención: la afluencia de votantes y la transparencia de los resultados. Todo ello nos habla de una ciudadanía que en su mayoría está convencida de que el método adecuado para resolver los problemas y las diferencias entre mexicanos pasa por las instituciones de la República.

Sin embargo, hay que reconocer que el grado de desarrollo político no es el mismo en todo el país, especialmente en Chiapas. Esto nos obliga a redoblar los esfuerzos para impulsar, por la vía de la política, las respuestas que contribuyan a superar los rezagos y las injusticias sociales. La celebración de los comicios y sus resultados no debe ser motivo para cálculos políticos excluyentes ni para olvidarnos de los pendientes urgentes.

Es positivo que, luego de los comicios, la mayoría de las fuerzas políticas haya vuelto la vista a Chiapas y señalado, en diferentes tonos, la necesidad de desatorar las negociaciones de paz. Esta actitud es un golpe a los que apostaron a la minimización del conflicto y que paralizaron desde afuera la labor de la Cocopa. No lograron su objetivo de hacer desaparecer del mapa a las negociaciones. Ahora el tema Chiapas regresará y con más fuerza.

Después de los comicios es el momento de las sumas y no de las marginaciones. Perdieron algunos candidatos, pero ganó el pueblo de México y la causa de la paz y la concertación. Aprovechemos este impulso para desplegar una iniciativa política que concluya en el corto plazo con la ratificación de los acuerdos firmados en San Andrés entre el gobierno federal y el EZLN.

Hoy que la pluralidad de la nación se ha patentizado en los resultados electorales, es importante también sumar todas las opiniones, entre ellas la del EZLN, al debate político nacional. Tenemos un compromiso como sociedad y como representantes de las instituciones: contribuir a facilitar el tránsito del neozapatismo de fuerza militar a fuerza política. Es un buen momento para propiciar que los zapatistas se integren con plenitud de derechos a un proceso de cambio que, se ha demostrado, puede transcurrir por cauces pacíficos.

México tiene que continuar transformándose para que hasta el último de los mexicanos, así viva en el rincón más apartado de nuestra geografía, sea incluido al desarrollo respetando sus diferencias políticas y culturales.

Es vital empatar el reconocimiento que los ciudadanos mexicanos han hecho de la política como la mejor vía para avanzar hacia el futuro, con el uso de la política como la herramienta más útil para resolver el conflicto chiapaneco. Hay que dejar atrás el estigma de negociaciones que no fructifican y de negociadores políticos que, se ha visto, sólo buscan una forma de hacer puntos para continuar su carrera.

Si tenemos que atenernos al realismo político, en el marco de la recomposición de la correlación de fuerzas a nivel nacional hay que redoblar los esfuerzos para alcanzar un consenso que no se circunscriba sólo a aprobar los Acuerdos de San Andrés y a poner fin al conflicto, sino que vaya más allá, dando respuestas de gran envergadura a las demandas de los pueblos indígenas.

El titular del poder Ejecutivo federal ha sido claro, los priístas hemos cometido errores, pero nuestro aporte a la institucionalidad del país está más allá de ellos. En este México de 1997 no hay más espacio para repetir equivocaciones, a menos que querramos que la historia nos rebase.

Son tiempos de definiciones. Habrá que hacer esfuerzos para estar a la altura del momento que se vive, rescatando lo mejor del perfil que la historia nos ha proporcionado. Seamos nosotros los que invitemos a Chiapas al banquete de la democracia, pero eso sí, sin pagar un solo desplegado en la prensa.