¿Serán fiables las estadísticas? 1,200 millones de cristianos; 900 millones de musulmanes que serán 1,200 millones dentro de 20 años. Un hombre de dos, contando a los judíos, raíz del cristianismo y del islam, confiesa entre los monoteístas la absoluta trascendencia de Dios. Entre las tres tradiciones, por su misma proximidad generadora de conflictos, las relaciones han sido y siguen siendo difíciles. Para mí no, quien creció dentro de ese triángulo sagrado. Pero como historiador, conozco al antijudaísmo cristiano, capaz de mortíferas matanzas, sólo rebasadas en el siglo XX por el monstruoso antisemitismo ateo; conozco también al anticristianismo judío, inerme pero muy real, y conozco demasiado las hazañas de un fundamentalismo musulmán recurrente.
No olvido la triste situación de los ocho millones de cristianos egipcios, los coptos perseguidos, discriminados, asesinados por los fundamentalistas. En Israel, Jordania, Líbano, Siria, Irán, Irak y Turquía, las minorías cristianas sobreviven a duras penas. Han pagado, siguen pagando muy cara su difícil posición en la bisagra de dos mundos. Por eso emigran tanto que su diáspora es posiblemente más numerosa, hoy en día, que la suma de los cristianos del Medio Oriente.
Sin embargo, el Islam no se limita al fundamentalismo, como tampoco el judaísmo es monopolio de los barbudos sectarios, como tampoco el cristianismo se reconoce en los fundamentalistas protestantes o en los integristas católicos. Claro, la ola fundamentalista que se hincha de Marrakesh a Jartum y de Gaza a Jakarta, pasando por Grozny y Kabul, asusta al Occidente, y también a los regímenes instalados en esos países musulmanes.
Los talibanes de Afganistán han sustituido a los ayatolas de Irán en el imaginario de los estadistas. Ellos y sus hermanos son los nuevos actores políticos que empiezan a ocupar la palestra en el mundo musulmán. Tienen la impresión de que la historia está a su favor y que van a quitar al Occidente su monopolio ideológico. Por cierto, el fenómeno, insignificante estadísticamente, de la conversión al Islam de intelectuales y militantes europeos, simboliza bien ese sentir. El mito trascendental de la Revolución se ha esfumado. El Islam fundamentalista lo sustituye de maravillas.
Ese islam, que no es todo el Islam, es un islamismo político. No es una aberración ni un accidente de la historia ni el diablo. Es la tercera etapa de un lento proceso de descolonización. La primera, en los años 50, fue nacionalista y laica, encarnada por Naser y Burguiba. La segunda, apadrinada por los coroneles argelinos y por el coronel Kadafi en Libia, pasó a la lucha económica, con sus ambiciones modernizadoras y el uso del arma petrolera. Ambas se proclamaban modernizadoras y rompían con una cultura religiosa identificada con el pasado, la tradición, el atraso. Algo como la Reforma mexicana del siglo XIX y su prolongación callista-cardenista que encontraban en la religión de las masas católicas la explicación de nuestro subdesarrollo. Por cierto, esos coroneles acabaron ``convirtiéndose'' al Islam, como la RevMex terminó haciendo su paz con el catolicismo. De manera realista y a regañadientes.
En esos países, la religión fue más reprimida y marginalizada en las primeras fases de la independencia (Egipto, Siria, Irak, Argelia, Túnez, etcétera) de la modernización (Turquía, Irán, Afganistán) que en los antiguos regímenes coloniales o imperiales. Era inevitable que, tarde o temprano, esa religión volviera con una fuerza aumentada por la represión. Además los fracasos económicos, las desilusiones políticas, la marginalización de esas masas juveniles (el crecimiento demográfico de dicho mundo es impresionante), todo empuja hacia la búsqueda de una identidad en la religión.
El fantasma del terrorista barbudo con su cinta verde en la frente obsesiona a los responsables de la seguridad en todo el mundo, pero esas luchas no llevan de manera ineluctable a la instauración de regímenes islamistas radicales. Hay que saber que mañana, ninguna mayoría política podrá construirse, en los países musulmanes, sin o contra los islamistas. Ahí está el renacimiento religioso del Islam de Rusia para demostrar que, políticamente, puede participar en la democracia, como, digamos, lo hicieron en otros países los cristianos, católicos y protestantes, de los diversos partidos demócrata-cristianos.