El régimen sigue hundido en una grave crisis moral y llevando a los mexicanos a un nuevo desastre económico, pero pretende que los mexicanos actuemos como si ya todo hubiese cambiado.
1. La propaganda ha sido el arma fundamental de los salinistas para enquistarse en el poder y lo que acontece ahora no deja lugar a dudas. El gobierno ``de Ernesto Zedillo'', derrotado en las elecciones intermedias del sexenio por el voto de la mayoría, que se manifestó claramente en contra de sus políticas, pretende ahora aparecer como vencedor utilizando el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas en la capital y el avance electoral del PRD para presentarse como un factor de cambio.
2. La campaña de propaganda oficial en el sentido de que el 6 de julio se terminó abruptamente ``el sistema de partido de Estado'', de que el presidencialismo está ya acotado por el Legislativo y de que México vive en ``la normalidad democrática'', de la cual se han hecho eco los medios nacionales y extranjeros, le está permitiendo a Zedillo y sobre todo al grupo salinista, sortear la grave crisis económica y política a la que han llevado al país, y consolidarse en el poder en los siguientes tres años del sexenio, y lo que es más significativo: con todos sus poderes metaconstitucionales intactos.
3. El 6 de julio de 1997 mostró una vez más lo que ya se sabía, que la sociedad mexicana ha cambiado y que el régimen se resiste a hacerlo, pero enseñó también algo que muchos no quieren ver: que la transición mexicana está aún por hacerse (a pesar de lo que dicen los ``transitólogos'').
4. El ``sistema'' mexicano, no obstante lo que se ha dicho y escrito, aún está en pie, y en plena descomposición continúa sobreponiéndose a la legalidad del país, sustentándose en el corporativismo, la corrupción y el narcotráfico. El titular del Ejecutivo sigue siendo el ``jefe nato'' de un partido de Estado, que aún es la primera fuerza política del país, y tiene la posibilidad de prevalecer otros tres años sobre los otros dos poderes y la mayor parte de los gobiernos estatales y de los municipios. Y en consecuencia preserva un sinnúmero de atribuciones metalegales, desde la de controlar los recursos públicos hasta la más importante de todas: la de poder decidir el rumbo del país.
5. Las condiciones por las que se levantaron en armas los campesinos indígenas de Chiapas, por ejemplo, no han cambiado y es evidente que no van a cambiar en el marco del ``sistema'', con el actual grupo en el poder imponiendo las mismas políticas que han llevado a los más amplios sectores de mexicanos al empobrecimiento y al desempleo, en un marco de injusticia y de falta de respeto a los derechos individuales y sociales fundamentales.
6. El 6 de julio trajo consigo un cambio político relevante en el país, que no es el hecho de tener elecciones democráticas (ya que no lo fueron), ni es el fin del ``sistema'' ni del PRI (que aún están ahí), ni es el control del Poder Legislativo por la oposición, como escribió Mario Vargas Llosa en El País el 14 de julio (pues éste sigue en manos del oficialismo). El cambio fundamental de 1997 es el de una sociedad participativa que votó por la oposición y que llevó a Cuauhtémoc Cárdenas a la jefatura del Distrito Federal y al PRD a convertirse en la segunda fuerza política en la Cámara de Diputados, lo que es un hecho relevante.
7. El grupo gobernante ha actuado a este respecto con mayor inteligencia que en los años de Salinas, y ha aceptado ahora lo que es una realidad determinada por el voto ciudadano: que el PRD es un partido de gobierno. El 6 de julio abre así un proceso de recomposición del sistema político mexicano con la inclusión del perredismo como una fuerza política vigorosa, pero los riesgos que esto entraña son múltiples y el primero de éstos es el de la partidocracia. Resulta inadmisible, por ejemplo, que en el marco de una campaña retórica sobre la democracia reaparezca el discurso amenazador del gobierno a) exigiendo que los partidos se comporten en lo sucesivo como si estuviésemos en la democracia finlandesa y no bajo un régimen autoritario, o b) pretendiendo excluir de la vida política ``institucional'' a las manifestaciones sociales o a las expresiones ciudadanas que se sitúen más allá de los partidos.
8. Las declaraciones de diversos voceros de Bucareli pretendiendo que el 6 de julio obliga a los campesinos indígenas (14 y 17 de julio) son por ello absurdas.
9. El cambio de mando en la capital, por ejemplo, no constituirá en sí una transición democrática, sino que podrá ser el inicio de ésta, en el caso de que Cuauhtémoc Cárdenas logre integrar una administración democrática y definir en detalle el programa de democratización que requiere el Distrito Federal, y a este respecto hay que subrayar que éste no podrá hacerse realidad si no hay una amplia movilización ciudadana. La ciudad de México puede ser el laboratorio de la transición si hay una propuesta clara y sobre todo una sociedad en movimiento. La historia de las transiciones políticas muestra que no puede haber avances democráticos si no hay un pueblo actuante.
10. El 6 de julio no hizo más que abrir un nuevo desafío para los mexicanos: el de impulsar en serio el proceso de cambio.