José Cueli
De collares se ondula el aire

De regreso a su casa.
Se topó con la muerte
. ¿A dónde vas? --le preguntó
.
Voy para mi casa
.

Flotando en el aire de los pensamientos se le dificultó la respiración. Entre respiro y respiro un latido que le florecía al gemir de los sueños la llevó a ellos. Rendida al aire con un asombro colmado, la angustia de separarse, cual pena viva, no le cabía en el cuerpo y la desbordaba. Cristina se despidió antes de irse al silencio negro de aceite que le fluía desde los collares que le daban nueva vida.

En su soledad creadora no estaba sola, invisiblemente se enlazaba a los creadores que han existido. Las piedras de sus collares que engarzaban amuletos, patas de conejo, turquesas, lapizlásuli, cristal, cornalina y guijares del camino le poblaron de música el viaje en que cedió el paso a la poesía que le brotaba fresca, pura, de las piedras que recogía en las orillas del río y le daban la gracia necesaria antes de llegar a las nubes plateadas.

Nubes que parecían tocarse después de su paso al igual que las piedras de sus collares que como ríos de aire llegaban anunciándole una vida nueva que viviría en el lenguaje de sus collares en los que descubrió un idioma que le daba la posibilidad de moverse en esos sueños, atravesar el espacio en viajes al más allá que tanto le fascinaron en su primera vida, como anticipo a la segunda, en la que ya podrá campear libremente e ir a su antojo adonde quiera.

En este vagar soterrado de la nueva vida --a la que se fue-- dejará de estar sola al platicar con la escritura de sus collares, jeroglíficos-herencia del pasado y de la ternura que dejó entre quienes la conocimos. Es esta intrahistoria que le dará vida, la de las miles de acciones calladas que sorpresivamente se expresaron en el aplauso interminable la despedida que hablaba de un estilo colectivo de vida por el que luchó. La casta íntima de esta valerosa luchadora social que expresaba lo que había en ella de espíritu.

El espíritu en el fondo de sus collares y el sudor de miles de trabajadores de ésta y otra época que se le enlazaron y son la verdadera tradición, la poesía del diario vivir, más allá de todo. El lugar de la quietud donde aparecen las notas delicadas, puras, como cuerdas que al ser pulsadas era tanta su claridad que cortaban el aire dentro de su vida fecunda y silenciosa como el fondo del mar.

Cristina Payán murió como vivió, en el amor, en comunicación con los otros. La presencia-ausencia de vida y muerte abrazadas y confundidas se dejaban sentir en su alegría de vivir.

Al recordarla hoy, al escribir este texto, advierto una existencia más aproximada a lo libre.