Abraham Nuncio
Los rostros del 2000

En el ajedrez basta un movimiento para cambiar la jugada; en la política basta un día. Desde el 7 de julio los atisbos dejaron el lugar a las evidencias, y las evidencias crean nuevos atisbos.

Algunos de los que estaban en el tablero saben ya que no estarán en la jugada hacia el 2000; otros saben que sus posibilidades de ganarla han aumentado, y otros más que las mismas han disminuido. Nosotros, los que sólo observamos, sin tener que competir con La Paca podemos hacernos conjeturas acerca de lo que ocurrirá en el breve, trepidante, apasionado proceso que viviremos los mexicanos de aquí a las elecciones de ese año entre cabalístico y terrenal, e identificarlo por sus rostros. Los rostros que son al mismo tiempo historia resuelta y enigma.

La catadura del PRI cambió con las recientes elecciones, pero su destino final aún no está decidido. Lo decidirán dos procesos: su proceso interno y, a partir de éste, su capacidad para competir con posibilidades de mantenerse como una fuerza política similar a la oposición panista o perredista de hoy (con ciertas posiciones conquistadas y otras por conquistar, estable, pero sin ser más el partido de Estado que todavía es), o bien para continuar en el poder según las reglas de un sistema de partidos. En ambos casos requerirá de un liderato real. Tal liderato tendrá que ser afianzado y reafirmado en la democratización del Revolucionario Institucional, condición inevitable para sobrevivir como partido.

En ese intento --de cumplirse-- yo veo dos rostros muy diferentes que pueden condensarlo: el de Manuel Bartlett y el de Esteban Moctezuma. Bartlett es el sobreviviente más armado, luego del fracaso del grupo Atlacomulco, de los políticos priístas que han hecho cabeza de equipo. Su diferencia con los demás es que ha sido un representante del PRI tradicional, pero también un gobernante con discurso, que ha respetado cabalmente los triunfos de la oposición y recuperado para su partido posiciones que en otras partes se perdieron incluso de manera aplastante. Sus desafíos serán dejar satisfechos a los poblanos y al PRI en las próximas elecciones estatales, cuando él deberá entregar el mando, aportar al cambio en su partido y reforzar su posición tanto en las filas de éste como en el aparato federal.

Moctezuma es --lo he dicho en otra ocasión-- quien podría seguir la trayectoria de Luis Donaldo Colosio y recoger sus truncos propósitos renovadores. Sus limitaciones residen en que no deja de ser (demasiado) uno de los hombres del Presidente, y en la brevedad del tiempo con que cuenta para darle entidad a su grupo. Sus posibilidades tienen que ver con la posición que alcance en el gabinete y lo que pueda o no pueda hacer en torno a la postergada renovación del PRI.

Hay, sin duda, otros rostros priístas que pudieran figurar en el marco del 2000. Pongo a uno de ejemplo: Francisco Labastida Ochoa, con trayectoria, grupo y capacidad de adaptación a los nuevos tiempos.

Antes de las elecciones del 6 de julio, el rostro más visible del PAN en la perspectiva del 2000 era el de Vicente Fox. Ahora, tras su triunfo contundente en Nuevo León, el del industrial Fernando Canales Clariond emerge con fuerza (el propio dirigente nacional panista lo ha destapado). A estos dos quizás se agreguen otros, pero a ambos se los verá en la competencia interna para elegir candidato a la Presidencia de la República. Fox tiene popularidad; Canales, además de las tablas adquiridas después de dos reñidas contiendas en busca de la gubernatura, el respaldo --sobre todo-- de la burguesía norteña.

Cuauhtémoc es el rostro de la revista Time, pero principalmente lo es de una gran parte del pueblo mexicano en todo el país. Ya se le ve involucrado en el proceso electoral del año 2000. Pero que así resulte dependerá de su quehacer en la jefatura del Distrito Federal (la suya no dejó de ser, en buena medida, la rifa del tigre). Dos años es poco tiempo para darle cuerpo a su programa de gobierno. Tendrían que ser rápidos, dramáticos y a fondo los cambios prometidos para poder capitalizar su reciente victoria en las urnas. Sea cual fuere su participación en la elección presidencial, lo más probable es que en la contienda interna del PRD tuviera que competir, bien como precandidato, bien como líder moral, con Porfirio Muñoz Ledo y, acaso, con Manuel López Obrador: los dos líderes fueron piezas clave de su victoria, y sus rostros encierran los signos de una larga lucha y de un futuro que trascenderá los linderos del nuevo siglo.

En un ámbito distinto de la lucha por la Presidencia de la República, pero contiguo a él, se vislumbran dos rostros más: el de José Woldenberg y el del subcomandante Marcos. Ellos están vinculados a la democratización de nuestra vida pública --a mitad del camino-- y a la paz social, premisas ambas de una transmisión del mando presidencial pacífica y legitimada.