Luis Linares Zapata
Transición y mandato
Los mandatos que emergen de las pasadas elecciones se aclaran en la medida en que los diagnósticos se precisan con base en la numerología electoral. Lo correspondiente al dictado para cada una de las fuerzas políticas debe extraerse refinando el análisis de ese producto de las urnas, en el entendido de que los votantes expresaron con agudeza sus intenciones.
Cifrar las expresiones electivas en las simpatías por los distintos candidatos es errar la mirada y detenerse en el envoltorio que distingue sólo parte de todo un proceso vital para el desarrollo de un pueblo. No, lo electores depositaron un mandato que, en determinados momentos, toma la forma de un rechazo al partido de Estado; en otros solicita y exige contactos y compromisos explícitos, y en los demás persigue un afán justiciero o la división de poderes.
Para el PRI las lecturas pueden conducir a varios escenarios de salida para sus tribulaciones. Todo depende del tipo de diagnóstico que se privilegie. Uno inmediato es el que pone el acento en la derrota sufrida pero, sobre todo, en las causales de la catástrofe: Salinas, la corrup- ción, el escándalo, la sumisión al Presidente y el apoyo a la política antipopular de los hacendistas o la simple crisis como abstracción. Siguiendo tal lógica, se requiere entonces un partido más limpio, con oficio y que vuelva los ojos hacia el sentir de las masas. Los cambios serían así necesarios en la cúspide, sobre todo aquella manchada por los defectos nombrados. La conducción pasaría de nuevo a manos encallecidas por el roce con las bases, al tiempo que juramente su estrecho contacto con los militantes y con los sectores y grupos que forman el corazón mismo del priísmo histórico. Es decir, un escenario de reacomodo y ajuste, de vuelta a los cercanos orígenes y la cultura establecida.
Otra manera de interpretar lo acontecido parte del diagnóstico del triunfo alcanzado (primera fuerza) y de sus hacedores. Los distritos donde se ganó están en el sureste, son rurales en su gran mayoría (122 de 160) y la gobernabilidad se garantiza a partir de calladas negociaciones con los grupos de poder y no sólo con los financieros. El escenario resultante sería entonces uno de enérgico implante de la inteligente conducción desde arriba. En él se acuerda que los recursos disponibles deben ser puestos al servicio de la hermandad del poder y de sus intereses grupales. Por último, el otro mandato puede extraerse a partir de una lectura de la principal y manifiesta corriente de rechazo al partido de Estado (suma de sus políticas de gobierno y maneras de actuar) que los ciudadanos de todas las regiones, edades, sexos, educación o ingresos manifestaron a diestra y siniestra. Desde esta perspectiva habría que limpiar esa mayoría lograda para disminuirle el manipuleo (diferencia entre el 38 por ciento logrado y un sano 25 o 30 por ciento legítimo). De tal igualdad de resultados respecto de la oposición se puede partir para diseñar el escenario de transformación que busca concreción. Aquí se pretende refundar un partido con base en esa corriente que va en ascenso, la de la transición, dejando en el camino todo aquello que la maniate.
Sin embargo, lo sustantivo parece ahora pensar e imaginar los horizontes de las dos fuerzas restantes. Las que se toparon con el PAN y el PRD. Ambos agrupamientos recibieron también sus mandatos y habrá que formularlos para abrir las puertas de salida.
En el PRD se depositó todo un bagaje de aspiraciones justicieras que no pueden ser soslayadas. Forma el núcleo de las expectativas manifiestas y su desembocadura busca correspondencia inmediata con un programa de gobierno afinado, realista y con las acotadas visiones que impone la práctica del poder. El PRD es, en este escenario, un instrumento pivotal de la transición hacia un México más popular y equilibrado. Su juventud lo arraiga a ese país que toma forma al finalizar el milenio. Por tanto, su trabajo legislativo será pieza central de un diseño que armonice la democracia del mercado con la vigencia del Estado de derecho. La búsqueda de inversiones rentables medidas con parámetros sociales y el empleo de respetuosos criterios para guiar sus relaciones con los demás actores del concierto. Emplear los respaldos obtenidos en las regiones más avanzadas del país y el apoyo de los individuos con mejor educación.
Cosa parecida juega para el PAN. El rebase sufrido como segunda fuerza política le debe mostrar su salida a un escenario de institucionalización reformada. Consolidar la militancia en número y abierto compromiso con todo el conjunto nacional y no sólo con algunas de sus manifestaciones urbanas. Para el panismo es urgente el abandono de sus iconos y prosapia fundacional como argumento reiterativo de presentación. La derrota en el Distrito Federal le impone abrir sus mandos hasta ahora dominados por lazos de familia. Pero sobre todo ajustar sus expectativas de arribar al poder no en función de las gratuidades de la ciudadanía, sino del arduo trabajo político que impone compromisos múltiples de ida y regreso. El papel del articulista va también por senderos parecidos, de allí su utilidad.