Han de destacarse los señalamientos formulados ayer por el presidente Ernesto Zedillo a la dirigencia nacional del PRI en el sentido de que ese instituto político deberá, en lo sucesivo, anteponer los intereses de México a los partidarios, acatar la voluntad ciudadana, erradicar sus errores y vicios y prepararse para participar en el escenario de normalidad democrática que prefiguró la elección del pasado 6 de julio.
Son significativos los paralelismos de fondo entre los planteamientos mencionados y los lineamientos expresados, también ayer, por el presidente nacional del PRD, Andrés Manuel López Obrador, a los diputados electos de su partido, a quienes demandó una actitud acorde con la moral republicana, apegada a los intereses de la Nación y ajena a sectarismos.
Además de los valores de ética política y civilidad presentes en ambos mensajes, éstos tienen el sentido de exhortar a los dos partidos a ubicarse en posiciones nuevas en el mapa político surgido de los comicios del pasado domingo 6 de julio.
De acuerdo con este reacomodo, el tricolor habrá de transitar de una posición en la que ejercía el control de las dos cámaras --además del gobierno capitalino, la Asamblea de Representantes y 28 gubernaturas-- a ser mayoría simple en el Senado, primera minoría en la Cámara de Diputados y oposición en el Distrito Federal y otras seis entidades. La conversión de fuerza política hegemónica a uno más entre los partidos representa, sin duda, el mayor desafío en la historia priísta, y cabe esperar que ese instituto político consiga insertarse con éxito en el pleno régimen de partidos en el que habrá de vivir nuestro país de ahora en adelante.
Para ello, el Partido Revolucionario Institucional debe establecer una nueva relación con el electorado, y ello, a su vez, pasará necesariamente por una democratización y una renovación interna, así como por la formulación de un perfil político e ideológico propio, surgido de las filas y las bases priístas, y no del presidente en turno.
Por lo que se refiere al Partido de la Revolución Democrática, no es menor el reto que este partido avizora: pasar de ser una fuerza surgida en la oposición, y habituada a ella, a una parte integrante de la institucionalidad nacional, en la cual será la segunda fuerza legislativa y ocupará, además, importantes posiciones de poder, empezando por el gobierno de la ciudad de México.
Pero no sólo el PRI y PRD han de ocupar las nuevas posiciones que les han sido asignadas en virtud de la voluntad ciudadana; en su conjunto, las cinco fuerzas políticas con registro habrán de poblar un escenario nuevo e inédito, carente de hegemonías, y cabe esperar que cada una de ellas lo haga con integridad, tolerancia y civilidad análogas a las que ayer reclamaron el presidente Zedillo y López Obrador a sus respectivos partidos.