A Cristina, inolvidable.
Los panistas están dolidos por sus derrotas y sin ningún empacho culpan (claro, después de Castillo Peraza) a la ciudadanía que rápidamente los llevó del segundo al tercer lugar en las posiciones electorales. Es tal su afán de encontrar culpables que andan haciendo declaraciones, sin ton ni son, para justificar lo injustificable: cayeron por su propio peso, por sus propios errores.
Uno de tantos indignados es el ex candidato a diputado Manuel Arciniega, quien después de criticar la ``soberbia'' del aspirante panista al gobierno de la ciudad de México, concluye sus argumentos diciendo que, en realidad, lo que pasa es que ``tenemos un partido de Primer Mundo'', pero la sociedad mexicana que no votó por ellos es ``de Tercer Mundo'' (La Jornada, 9/7/97).
En el tema que nos concierne, el ámbito cultural, basta recordar los documentados artículos publicados aquí por Alejandro Brito, para ver qué tan avanzadas son las propuestas y acciones políticas de dicho partido y que se resumen en dos palabras: censura e intolerancia. La cerrazón de los alcaldes, en casi todo el país, ha tocado a todas las manifestaciones culturales: exposiciones, obras de teatro, publicaciones y zonas monumentales.
Todo esto viene a cuento por un hecho derivado de las elecciones del pasado 6 de julio: el regreso, después de un trienio priísta, del anterior alcalde panista a San Miguel de Allende. Si realmente existen los votos de ``castigo'', éstos ahora han afectado a la ciudad guanajuatense. ¿Por qué la alarma? Por la nada dudosa repetición: el reinicio de la destrucción de la zona histórica y monumental.
No está de más recordar qué pasó en el primer periodo. Con la idea de convertir a la antigua villa ``en un nuevo San Miguel'', el edil ordenó la realización de los siguientes trabajos: sustitución de la iluminación incandescente por alumbrado mercurial ``para que haya más luz''; remodelación de la tradicional zona de El Chorro; desaparición de la manzana en la que estuvieron las primeras casas consistoriales para crear una macroplaza, y el adoquinamiento del perímetro histórico porque ``sale más barato y cómodo'' que circular vehicularmente con empedrado.
Los problemas se sucedieron mientras era violada la legislación federal de monumentos, ya que la alcaldía avalaba sus acciones por conducto de un ministro de la Suprema Corte de Justicia que públicamente exigía, ``por higiene'', la sustitución de la piedra bola. La Comisión Local para la Preservación del Patrimonio Cultural del municipio hizo pública, por aquellos días, una carta dirigida a Diego Fernández de Cevallos y a Carlos Castillo Peraza (en ese momento presidente nacional del PAN), pidiendo su intervención ante la prepotencia del presidente municipal (El Nacional de Guanajuato, 15/I/94), pero ninguno respondió.
El gobierno estatal, del mismo partido, le solicitó respeto a las leyes y las instituciones federales involucradas (INAH), pero respondió con más provocaciones e insultos, organizando mítines en su favor y estimulando cada vez más delicadas fricciones entre distintos sectores de la sociedad sanmiguelense. Ahora regresa ufano, más que por los éxitos de su primera gestión, por la tibia administración que lo precedió. Y la que pierde es una ciudad de gran tradición histórica y monumental, que además está en la lista de espera para ser declarada por la UNESCO, en un futuro cercano, Patrimonio de la Humanidad.
El actual dirigente nacional del PAN, Felipe Calderón, persona sensible a estos temas, deberá jalarle las riendas a sus representantes municipales y estatales, de lo contrario, su partido es el que corre el riesgo de pertenecer, en un futuro no muy lejano, al Tercer Mundo.