(A Cristina Payán)
Y si antes que yo llevares el óbolo al barquero sombrío, nada tendré que sufrir al acordarme de ti. Me serás suave a la memoria recordándote así, a orilla del río, pagana triste y con flores en el regazo.
Fernando Pessoa
Después de un largo tramo imperceptible y líquido, escuchas a lo lejos las voces de los que hablan, de los que murmullan a tu lado, pero el retorno es imposible. No temas, ``llevamos el río dentro y el mar está a nuestro alrededor'', invadiendo todo y convirtiéndonos en islas frágiles que poco a poco van siendo anegadas por la oscuridad. Lo que ahora escuchas, antes del umbral, es la algarabía de la última fiesta de la Candelaria de Tlacotalpan, en los primeros días festivos de febrero. ¿Te acuerdas? Son noches y noches de fandango y es la arribazón de las rancherías desembocando en la ceremonia inicial. Los cantadores endomingados y las doncellas de la brisa marina danzan y danzan sobre la tarima. Allí estabas con Carlos desde el comienzo hasta el amanecer, como encantados los dos por la exuberancia y la energía inagotable, asomados a la ventana de una experiencia intransferible, el tablado de Tlacotalpan. El ritmo zapateado es el viejo rumor que viene de más allá de donde el Papaloapan se disuelve en el oceáno. Es el golpe de mar, el latido que nos va envolviendo a todos, músicos, bailadores y simples espectadores, es la cadencia de una música que allí solamente lo evoca. El del requinto es Ramón, y aquellos son los Chuchumbé, y ellas son las niñas hermosas de Santiago. Preguntarán por ti en las fiestas del año venidero. Y tú no estás, más bien flotas en la liquidez de un mundo que ya no separa en el horizonte sin límite entre el mar y el cielo.
Lo que ahora escuchas como oleaje en ese largo desgranarse del arpa y la jarana es el batir de las olas del barco que transporta a la Candelaria sobre el río, húmeda la larga cabellera tejida de caracolas y de sones. Allí vas en la proa, con la conciencia más alerta en la hora de la muerte. Y si el arpegio del sol traspone estos muros que se yerguen, al que sólo puedes responder con una lágrima, es porque te pertenece. Y si el motor se va a pique, como aquel 2 de febrero, pues a remar como se rema en la vida, que es tan corta y por eso había que vivirla intensa, que bien lo sabías. Ruega ella por todos los que navegan y ruega por nosotros, que la seguimos con la música sobre las aguas que son definitivamente suyas.