El clima político que dejó la elección del 6 de julio pasado es de tranquilidad, y salvo excepciones como Campeche, hay una aceptación de los resultados. La siguiente etapa será de las impugnaciones, las cuales se resolverán en el Tribunal. En 1994 el triunfo del PRI fue el final anticlimático de una crisis política que no terminó con las elecciones, sino que continuó y se agravó en los siguientes años. La gran apuesta a los cambios que generó la elección intermedia de 1997 es que la nueva composición de fuerzas sea fuerte y eficiente para conducir políticamente al país durante los próximos tres años.
Desde que se conocieron los resultados del 6 de julio la palabra cambio se repite de manera generalizada; hasta los más pesimistas aceptan que algo cambió en México con estas elecciones. En efecto, creo que se puede hablar de un nuevo mapa político; metáfora que ha usado Norberto Lechener para analizar de qué forma estos mapas nos ayudan a delimitar el espacio, establecer jerarquías y prioridades, estructurar límites y distancias. Eso es lo que ha pasado en estos días; mientras conocemos los resultados definitivos, se hacen cálculos de las implicaciones y posibilidades que dejaron los comicios.
Hoy resulta de mucha utilidad hacer un ejercicio doble: establecer los nuevos contornos que expresan los resultados, y señalar algunas de las posibilidades y retos que tendrán los actores políticos en estos tres años que siguen.
Una de las mayores transformaciones políticas que ha tenido el país en décadas es el cambio que se da en los últimos 12 años en la estructura del sistema de partidos: a) en 1985 había un sistema de partido prácticamente único en la mayor parte del país; en 1988 la mitad del país camina hacia un sistema de partido dominante; en 1991 se mantiene más o menos igual; en 1994 el sistema de partido dominante entra en crisis por el avance de la oposición, y hoy en casi todo el territorio nacional tiene un esquema competitivo de tres grandes fuerzas nacionales. Entre 1994 y 1997 el PRI bajó un poco más de 11 por ciento; el PAN subió menos de un punto porcentual, prácticamente se quedó igual, y el PRD incrementó su porcentaje en 9 puntos. b) Este sistema de tres partidos, de pluralismo moderado, se distribuye de una forma heterogénea a lo largo del país: el país del dominio del PRI se ha reducido de forma considerable, en 1997 sólo tuvo votaciones altas entre 45 y 50 por ciento, con una competencia relativamente baja, en siete estados (Baja California Sur, Hidalgo, Nayarit, Puebla, Quintana Roo, Tlaxcala y Zacatecas). La mayoría de los estados tiene un fuerte bipartidismo; hay 19 estados de competencia cerrada, diez son entre el PAN y el PRI (Aguascalientes, Baja California, Coahuila, Chihuahua, Guanajuato, Jalisco, Nuevo León, Querétaro, San Luis Potosí y Yucatán) y nueve casos son entre el PRD y el PRI (Chiapas, Campeche, Guerrero, México, Michoacán, Morelos, Oaxaca, Tabasco y Tamaulipas).
Otra novedad es que en seis estados (Coahuila, Chiapas, México, Michoacán, Morelos y Tamaulipas) hay un tercer partido emergente (PAN o PRD) que la próxima elección puede competir por el triunfo. En otros cinco estados hay una competencia multipartidista (entre PAN, PRI y PRD, Colima, Sinaloa, Sonora y Veracruz; y entre PAN, PRI y PT, Durango). c) El país de la alternancia alcanza una importancia comparable a la que tiene el país gobernado por el PRI; en los siete territorios que gobernará la oposición se produce el 47.3 por ciento del PIB nacional, vive el 31.4 por ciento de la población, y se distribuye el 64.6 por ciento de las participaciones federales (Reforma, 9/VII/97).
Hoy es más cierto que nunca que la administración del presidente Zedillo tiene enfrente una nueva realidad política, conocida como gobierno dividido, que lo obligará a modificar sus rutas de navegación. Finalmente el presidencialismo tendrá límites en la nueva composición del Congreso, lo cual llevará necesariamente a negociar con la oposición las iniciativas de ley y el presupuesto, para no caer en una situación de parálisis y polarización. El PRI perdió la mayoría absoluta (50 + 1) en la cámara baja y la mayoría calificada (dos terceras partes) en la cámara alta. Una hipótesis de interpretación puede ser la siguiente: con la elección de 1997 y el nuevo mapa termina, de alguna manera, el manejo actual de la crisis política de 1994, no porque se hayan resuelto los conflictos --asesinatos políticos, Chiapas, EPR, economía familiar--, sino porque hay un fortalecimiento de las instituciones --el poder Legislativo--, una oportunidad histórica de hacer reformas necesarias y una mejor representación política de la ciudadanía en los órganos de poder.