Como muchos miles de mexicanos más, estoy convencido de que el pasado 6 de julio con nuestros votos pusimos los fundamentos de un país nuevo que tendremos que construir en los próximos años. Será un país distinto, no cabe duda, pero esto no es suficiente: necesitamos construir un país mejor del que hemos tenido.
En este nuevo país, los partidos políticos estarán obligados a gobernar bien y para todos, para el bien común, como una condición necesaria para mantener el poder. Sus congresistas deberán actuar en representación de quienes los eligieron, no ``de quienes mandan''; los ciudadanos tendremos que asimilar el cambio, actuar con responsabilidad y con mesura, sintiéndonos copartícipes de este nuevo proyecto, que para tener éxito requerirá de armonía, pero también de crítica, de persistencia. Demandará igualmente de imaginación, de tranquilidad, pero no de conformismo, de confianza en las instituciones, pero exigiendo transparencia y congruencia.
En este nuevo país que habrá de definirse, las instituciones públicas habrán de sufrir cambios severos, especialmente en aquéllas que han sido presas de la mediocridad y la corrupción, para crear en ellas el orgullo de la pertenencia, como sucede en las naciones democráticas. ¿Podemos pensar, por ejemplo, en la policía montada del Canadá, cuando pensamos en la nuestra? ¿En dónde está el secreto para lograr una imagen así? Las enseñanzas de los mayores nos dicen que para limpiar una escalera, se debe comenzar por el escalón de más arriba y luego seguir hacia abajo. El desarrollo del espíritu de grupo y el cultivo de la ética, habrán de constituir no sólo nuevas tareas sino las nuevas actitudes de esas organizaciones.
La esencia del cambio que estamos empezando a vivir es, desde luego, política, y habrá de iniciarse en los partidos políticos, pero muy especialmente en el PRI, que tendrá que dejar de ser lo que hasta hoy ha sido, porque el cambio decretado por el voto de la sociedad es, antes que nada, un mandato de cambio de todo lo que el PRI ha sido y ahora representa.
Si el PRI, como lo dicen hoy algunos de sus líderes, quiere continuar en la lucha política, no podrá ser más un partido de cerrazón, arrogante a las demandas del pueblo, no más un partido al servicio de unos pocos, no más un partido de simulación y discurso hueco, no más un partido surgido de la revolución promoviendo reformas y modelos neoliberales que niegan su origen y que son dictados en el exterior. No más nada de esto, si en verdad pretenden mantenerse en la disputa por el poder, en esta nueva etapa del país que habrá de caracterizarse por la competitividad electoral.
El pasado 6 de julio, el PRI ganó las elecciones en 160 diputaciones de mayoría, 124 de ellas corresponden a distritos rurales, de hecho más del 65 por ciento de los sufragios que obtuvo provinieron de zonas rurales. Sus programas, sus plataformas políticas y sus mecanismos de promoción electoral han sido ignorados y rechazados por los votantes de las ciudades de todo el país, convirtiéndose así en un partido rural, en un partido de campesinos, como los mismos hombres y mujeres que empezaron la revolución.
Sin meternos a analizar el por qué de este voto campesino, que nos llevaría a innumerables dudas y planteamientos negativos, prefiero proponer al PRI la aceptación de esta realidad, la única que tiene, para que a partir de allí y en un acto de justicia y reconocimiento, dedique sus esfuerzos a estas regiones y a estos grupos que lo han sostenido siempre, y que hasta ahora han tenido como única retribución a su lealtad la miseria, la ignorancia, la explotación y la injusticia en sus mayores niveles.
Si el Partido Revolucionario Institucional quiere en verdad seguir vivo y recuperar un poco del poder que perdió, tiene que aceptar la realidad de este nuevo país y actuar en consecuencia; para ello tendrá que pagar muchas facturas pendientes y la del sector campesino implicará la difícil tarea de desmantelar los viejos cacicazgos que auspició, sólo para servirse de ellos; promover reformas positivas y responder a viejas demandas de las comunidades indígenas y campesinas, cuyos votos ha reivindicado siempre como suyos; deberá ser la norma central de su actuación en el Congreso. No hacerlo mostrará sólo que quienes están con el PRI y lo apoyan están condenados a ser perdedores, excepto para el reducido grupo que los explota. Este es el compromiso ineludible del PRI en este tiempo de cambios.