El 12 de octubre de 1967, cuatro días después del asesinato del Che Guevara, un grupo de peritos de la Policía Federal argentina viajó a La Paz. Su misión: identificar al Che por las huellas dactilares y su escritura. El mayor Roberto Quintanilla, jefe de Inteligencia del Ministerio del Interior, entregó a los enviados una lata de pintura de cuatro litros en cuyo interior, sumergidas en formol, estaban las manos del Che.
El cotejo técnico develó que la fotocopia de la ficha dactilar coincidía con el número 3.524.272, cédula de identidad emitida por la Policía Federal a nombre de Ernesto Guevara Lynch. El experto en escopometría Esteban Rolzhauser certificó la identidad compa- rando la letra del diario personal con la archivada en los registros policiales. El original del acta, firmada el 14 de octubre de 1967, quedó en poder de los militares bolivianos.
Casi tres años después, en julio de 1970, Fidel Castro informó que Antonio Argüedas, ex ministro del Interior del dictador boliviano René Barrientos, había hecho llegar a Cuba el diario y las manos del guerrillero. El líder de la Revolución cubana manifestó entonces que serían depositadas en La Habana, al pie del monumento a José Martí. Sin embargo, por delicadeza, las manos nunca fueron expuestas al público.
La suerte que el destino deparó a los asesinos del Che es sugerente: Barrientos murió al estrellarse el helicóptero en el que viajaba; Quintanilla (uno de los encargados de sepultar clandestinamente al guerrillero) y el general Zenteno Anaya (quien dio la orden de ejecución) fueron asesinados en Europa mientras desempeñaban cargos diplomáticos; el campesino Honorato Rojas, delator del Che, fue ajusticiado por la guerrilla; el general Juan José Torres, jefe del Estado Mayor, murió asesinado en Buenos Aires por un comando de ultraderecha; el comandante Andrés Selich, quien intentó vejar al Che en tanto le decía ``se acabaron tus paradas, amiguito'', fue muerto a garrotazos por los guardaespaldas del dictador Hugo Bánzer mientras ejercía el cargo de ministro del Interior; un hijo del propio Bánzer se mató jugando con una pistola.
Entre los responsables directos de la captura del Che figuran el general Luis Reque Terán, quien murió loco; el teniente Eduardo Huerta, fallecido en un accidente de automóvil; el capitán Gary Prado, paralítico desde que recibió un disparo accidental de uno de sus soldados, y el sargento Bernardino Huanca, que está bajo tratamiento siquiátrico permanente.
Del suboficial Mario Terán, autor de los disparos que acabaron con la vida del Che, se dice que deambula en la indigencia y alcoholizado por las calles de Cochabamba.
En 1982, el terrorista italiano Pier Luigi Pagliai, compinche del capitán Carlos Helguero en el robo de los originales del Diario del Che que reposaban en una caja fuerte del Ejército, falleció en Italia 15 días después de su captura a cargo de un comando de fuerzas especiales ítalo-bolivianas. Por su lado, Helguero fue asesinado misteriosamente a tiros en 1984.
En diciembre de 1995, en la entrevista que el periodista Rubén Furman, de Página 12, realizó en Buenos Aires a los peritos que identificaron las manos del Che, los subinspectores Nicolás Pellicari y Juan Carlos Delgado recuerdan que les impresionó ver que las manos estaban paradas... ``como quien reza''.