Para Carlos Payán con todo mi afecto.
No es exagerado afirmar que el seis de julio de este año será recordado como el fin de una época. Y no sólo por los resultados políticos que se produjeron, ya de suyo interesantes sino, sobre todo, porque la noche de las elecciones fue una muy digna ceremonia de despedida. Esa noche se le dijo adiós a una época caracterizada por el litigio procedimental y la desconfianza. Esa noche no hubo más incertidumbre que los resultados. Lejos quedaron aquellas farragosas y multitudinarias sesiones de Consejo General.
Por encima de los debates estériles, la eficacia. Algunos botones: hubo más de un representante de partido en 99.6 por ciento de las casillas instaladas; de más de 104 mil, sólo se dejaron de instalar alrededor de 130 casillas, de las cuales más de 100 fueron en el tercer distrito de Chiapas; el Programa de Resultados Electorales Preliminares operó de manera tan eficiente que pronto se constituyó en un referente que acotó las reacciones de los principales actores políticos, a la una de la mañana ya se conocía el resultado de 52 por ciento de las casillas instaladas.
Así, la noche fue una jornada normal en la que hubo una secuencia de pronunciamientos de personajes de la vida nacional en torno de la información pública. Y el Consejo General del IFE, en esas horas, tuvo el gran mérito de la discreción: no fue la tradicional caja de resonancia de diversos litigios y denuncias, sino, como buen árbitro, cedió la palestra a los protagonistas de la contienda. Sin duda la noche del domingo es un estupendo precedente para hacer pasar el debate político a otros parajes.
Sin exagerar, es posible afirmar que el debate acerca de las reglas de acceso al poder, la obsesión por arribar a reglas y hábitos electorales, ha terminado. Lo que hay enfrente, gracias a los buenos oficios del IFE, es el debate sobre el ejercicio del poder propiamente. Ahora habremos de averiguar qué tan bien equipados estamos para administrar la realidad que emergió este seis de julio.
El nuevo debate es sobre el diseño constitucional, y lo que había de producir son las reglas para la gobernabilidad democrática, ya no como una prevención a posibles escenarios, sino como un debate urgido de darle traducciones prácticas a un diseño que había estado anclado en el monopartidismo. Para dicha operación hace falta contar con la generosidad y responsabilidad de todos los actores. El reto no es menor. Ojalá pronto quede en el olvido el encono de las campañas y se pueda arribar a un nuevo ánimo. Ojalá pronto se termine de coronar la faena de la transición.