Clima de nostalgia en la isla tras el retorno del guerrillero
Alfredo Muñoz-Unsaín, especial para La Jornada, La Habana, 13 de julio Ť En Cuba es como si de pronto todos hubiesen comprendido que no era sólo una lejana, abstracta, ausencia: a partir de ahora es una muerte concreta, definitiva, irrevocable que en cierto modo envía al archivo de la historia una época que pertenece al pasado. Es quizá la certificación, como símbolo duradero, de un espíritu no todas cuyas facetas son prácticas en el presente o lo serán en el futuro previsible: sólo la probidad frente a sí mismo y la honestidad frente a los otros, la dedicación frente a una idea y si acaso la memoria de la belleza contenida en las utopías. Pero no el altruísmo de los quijotes que en vez de morir de viejos son asesinados a boca de jarro.
Tal vez esa es la connotación de la frase de su hija, Aleida Guevara March, al recibir en La Habana a nombre de los familiares del Che y de los otros cuatro guerrilleros cubanos cuyos cadáveres fueron identificados en Bolivia, los restos encerrados en cinco sobrios, pequeños sarcófagos: ``Vienen convertidos en héroes, eternamente jóvenes, valientes, fuertes, audaces''. Muertos no sólo ilustres y valiosos: también eternos.
Pero las osamentas que para todos los fines políticos prácticos no existieron durante 30 años se materializan de pronto en un mundo distinto al que conocieron y trataron de cambiar. También en una Cuba distinta, cuya población se divide numéricamente entre una mitad que recuerda al Che Guevara como a un crítico de los errores de la revolución cubana y sobre todo de su burocracia, y otra mitad que lo conoce sólo a medias por el discurso oficial santificador que durante ese tiempo fabricó una restringida imagen suya de guerrillero valiente hasta la audacia peligrosa, pero soslayó su voluntarismo mesiánico, su rudo rechazo al pensamiento sovietizante estaliniano cuando entró en contacto con las realidades del ``socialismo real'' (cuyo legítimo nombre es o debería ser ``socialismo irreal'') y sobre todo lo imposible de la tarea que se propuso en el Congo y en Bolivia.
En su mayoría, los críticos no quieren oponerse
En pequeños sarcófagos, los despojos del Che y de los cubanos Alberto Fernández Montes de Oca, René Martínez Tamayo, Orlando Pantoja y Carlos Coello llegaron la noche del sábado a una Cuba donde ``resolver'' es verbo de uso corriente, en el sentido de solucionar las necesidades personales de subsistencia cotidiana, de adquisición por medios preferentemente legales o por lo menos tolerados de dólares para comprar bienes tan escasos como jabón, detergente, ropa, alimentos. Donde el compromiso político se ha venido desvaneciendo tanto en viejos y jóvenes desde el suicidio, o la muerte por causa natural, del ``socialismo irreal''. Donde lo que el discurso oficial llama ``doble moral'' cuando toca el tema (y lo toca con progresiva infrecuencia) parece a muchos un recurso de legítima defensa: pensar una cosa y decir lo contrario para ``no buscarse problemas'', para no provocar la ira política pública de alguien que a lo mejor --o a lo peor-- está jugando el mismo juego.
Donde los opositores tradicionalmente no han querido oponerse sino irse (sobre todo a Estados Unidos) y casi todos los que aún no han podido irse prefieren, a la espera, mantener el consenso que permite que una administración burocrática tan acosada por Estados Unidos y por sus propias torpezas se mantenga en el poder público sin riesgo inminente.
El rostro de Fidel Castro, ensimismado y adusto
En cierto modo, la llegada de los restos del Che y de sus compañeros cubanos en la guerrilla ha generado en Cuba un ambiente de nostalgia: sobria, contenida, ascética, silenciosa, pero nostalgia. Por lo que ya no es, por las esperanzas que se perdieron. Se nota en las viejas canciones de la entonces Nueva Trova, en las películas filmadas por el cine cubano con argumento de guerrilla, lucha clandestina, heroísmo y altruísmo que difunden en estos días la radio y la televisión. Se notó en la absorción y el silencio con que muchos jóvenes vieron en el televisor la transmisión, la medianoche del sábado, de la simple y breve ceremonia de recepción de los sarcófagos en la base aérea de San Antonio de los Baños, cerca de La Habana. Se notó, sobre la misma pantalla, en lo adusto, ensimismado, del rostro de Fidel durante la ceremonia.
Es una nostalgia inexplicable, casi inevitable, en una Cuba donde la caída de la Unión Soviética y del bloque del Este europeo causó desde 1991 un drástico descenso de importaciones, exportaciones y fuentes de suministro. Donde una leve recuperación económica, basada en una reforma que pese a sus estrechos límites logró una cierta menor ineficacia de las empresas estatales y una mínima inversión de capitales extranjeros, no impide el funesto hecho de que Cuba sigue incapacitada para acumular capital e invertir en su propio desarrollo: es una economía que también está obligada a ``resolver'' día a día sus problemas sin poder discernir dónde está el último eslabón de la cadena.
¿Las bombas de George Raft?
Es una Cuba donde, el mismo día de la llegada del esqueleto del Che Guevara, estallaron sendas bombas en los hoteles Nacional (el más europeo y uno de los mayores) y Capri (los memoriosos lo recuerdan por su encargado de relaciones públi- cas, el actor hollywoodense George Raft, vinculado a la mafia: ambos en El Vedado) en atentados que parecen dirigidos a frenar el turismo internacional, una de las grandes aunque reluctantes esperanzas económicas del castrismo. El Ministerio del Interior, en rápida reacción dirigida a la opinión pública --inusual gesto de transparencia-- dijo tener ``evidencias'' de que los autores y el material de las bombas ``proceden de los Estados Unidos''.
En la fracasada guerrilla en Bolivia tomaron parte, además de Ernesto Guevara de la Serna, 17 cubanos. Tres sobrevivieron y lograron llegar a Cuba (uno de ellos, posteriormente, se fue como asilado político a Francia). Los esqueletos de cuatro fueron ahora repatriados a Cuba pero en suelo boliviano quedan los de los restantes 10, cuyas sepulturas anónimas trata de localizar un equipo de expertos.
Si son localizados e identificados, todos recibirán sepultura definitiva en un mausoleo que se construye en Santa Clara, capital de la provincia de Villaclara, al centro de Cuba, teatro de la última batalla importante ganada por las guerrillas castristas en lucha contra el dictador Batista. El jefe de las fuerzas vencedoras en Santa Clara fue Ernesto Che Guevara.
Conjeturas ahora demasiado prematuras
El mausoleo quizá será inaugurado el 8 de octubre, fecha en que el famoso guerrillero (muerto a tiros 24 horas después) fue hecho prisionero por el ejército boliviano y consagrado oficialmente en Cuba como ``Día de la caída en combate del Guerrillero Heroico''. El nombre oficial de 1997 en la isla es ``Año del trigésimo aniversario de la caída en combate del Guerrillero Heroico y sus compañeros''.
Si esa es la fecha de la inhumación, dos días más tarde comenzará el Quinto Congreso del Partido Comunista, según la Constitución, el organismo superior de la sociedad y del Estado. Aunque la encrucijada en que se encuentran actualmente Cuba, el PCC y el castrismo es tentadora para hacerlas, podrían ser demasiado prematuras las especulaciones sobre la influencia que la nostalgia por el Che tenga en las decisiones que tome el Congreso a iniciativa de su fundador y jefe máximo, Fidel Castro.