Héctor Aguilar Camín
¿Mandato o mayoría?
Un riesgo para los cardenistas ganadores de las elecciones en la ciudad de México es confundir su mayoría contundente con un mandato del electorado: asumir que los votantes no les dieron un voto sino una instrucción para llevar a la práctica el programa de gobierno del Partido de la
Revolución Democrática. La elección de la ciudad de México fue más sobre los candidatos que sobre los programas. Los programas fueron mantenidos en un segundo plano y los electores no pudieron ni quisieron calibrar las diferencias ideológicas o programáticas de los contendientes.
Conforme baja el humo de la batalla esas diferencias vuelven a perfilarse. Un aspecto crítico es el conflicto que hay en materia de política económica entre los perredistas y el gobierno. Cuauhtémoc Cárdenas y el Partido de la Revolución Democrática han hablado de la necesidad de revisar las privatizaciones, renegociar el Tratado de Libre Comercio, renegociar la deuda externa, suprimir las reformas al artículo 27 en materia agraria, detener la privatización del sistema de pensiones y, en general, revertir la reforma del Estado hecha por el neoliberalismo.
Volvemos a oír esos temas en boca de dirigentes perredistas como si ese fuera el mandato de las elecciones apenas transcurridas y estuvieran decididos a volverlo compromiso central de su gobierno. Sería un error de consecuencias. En primer lugar, por razones prácticas: el gobierno de la ciudad no tiene responsabilidad política ni jurisdicción legal o legislativa sobre prácticamente ninguno de los temas nacionales de política económica; Cárdenas no ha recibido un voto de respaldo nacional, sino local, por importante que sea.
De frente a las elecciones presidenciales del 2000 una de las cuestiones que los perredistas deben pensar por segunda vez, con todo cuidado y seriedad, es justamente el de su propuesta de política económica. Deben repensar esa cuestión no ya como un partido de oposición, que se puede permitir vaguedades y desplantes para la tribuna, sino como una opción que puede volverse gobierno y cuyas posiciones moverán fuerzas económicas reales, en favor o en contra, dentro y fuera de México.
Como lo mostró, en un parpadeo, el litigio desatado por la crítica de Cárdenas al sistema de pensiones privadas, los temas de política económica son explosivos. Lo serán doblemente cuando vengan de un gobierno constituido, como lo será el de Cárdenas en la primera ciudad del país. El perredismo tiene que definir con claridad los rangos de su acuerdo y su desacuerdo con la política económica vigente. Debe hacerlo con realismo y rigor, mirando sin anteojeras lo que pasa en el mundo y lo que pasa aquí, México.
La creencia de que en México ha pasado lo que en Inglaterra con Tony Blair y en Francia con Lionel Jospin, es decir, una votación que pone fin al neoliberalismo, es una mala lectura de lo que sucede en los tres países. Para empezar, en México no hubo un mandato nacional por Cárdenas, ya que el PRD, aunque va en ascenso, sigue siendo la tercera fuerza política a nivel federal. Por otra parte, cuando Blair y Jospin acaben de hacer todas las correcciones de carácter social al programa de gobierno de sus países, habrán tocado pocos o ninguno de los puntos de una economía de mercado y unas finanzas públicas sanas que aquí se llaman ``fundamentalismo neoliberal''.
Por lo demás, a propósito de los cambios radicales o no que pueda introducir un gobierno de oposición, he encontrado un pasaje digno de reflexión en un libro digno de lectura:
``En un capítulo de los Discursos de Maquiavelo, intitulado Los hombres como que se engañan en general, en particular no se engañan, la reflexión gira en torno de la situación que se creó en Florencia después de la expulsión de los Medici, en 1494. Desvanecido un gobierno ordenado y empeorando día con día la situación política, muchos `populares' solían entonces atribuir la culpa a las ambiciones de los `Señores'. Mas no bien uno de ellos llegaba, a su vez, a ocupar una alta magistratura, comenzaba gradualmente a adquirir ideas más `adecuadas' en relación con las condiciones reales de la ciudad y a abandonar, de esta manera, tanto las opiniones que circulaban entre sus amigos, como los preceptos y las reglas abstractas con que había debido iniciar su aprendizaje en los asuntos públicos''. (Remo Bodei: Geometría de las pasiones, FCE. 1995, p. 313).