La Jornada Semanal, 13 de julio de 1997


DIOSES DE CARNE Y HUESO

Javier Barreriro Cavestany

La lucha libre es una de las expresiones más arraigadas en la cultura popular mexicana. En ella conviven las ansias de rescate social y el cuestionamiento de valores y comportamientos establecidos. Sin embargo, con pocas excepciones el fenómeno sigue a la espera de interlocutores que le confieran un significado más allá del ámbito folklórico al que parece relegado. Janina Mšbius (Berlín, 1968), una investigadora en el sentido menos convencional de la palabra, ha transcurrido largas temporadas en México explorando los detalles más recónditos de la lucha libre, hasta el punto de dedicarle su tesis universitaria y, más recientemente (1995), el documental Dioses de carne y hueso. En ocasión de su proyección pública el pasado 11 de julio en la Filmoteca de la UNAM, surgió esta conversación.



¿Qué es la lucha libre: un deporte, una forma teatral?

-Es un espectáculo ejecutado por luchadores, casi todos enmascarados, que son deportistas porque tienen una gran preparación atlética. Pero no es una lucha real sino una representación de una lucha. Es más bien una coreografía teatral con roles y personajes.

-¿Y qué se representa?

-Ante todo, la eterna lucha entre el bien y el mal. Después, cada luchador tiene su personaje, con su manera de luchar y de meterse con el público. Por ejemplo, Brazo de Oro es un luchador ya viejo, chaparrito y panzón, y aunque sigue siendo ágil ya no tiene tanta fuerza, entonces lucha de una manera muy cómica y su gran arma es la panza. Hay otros luchadores más acrobáticos, que hacen llaveos y vuelos espectaculares.

-La lucha libre mexicana tiene poco en común con el catch norteamericano, entre otras cosas porque se apoya en una mitología popular. ¿De dónde viene eso?

-El origen está en figuras guerreras de la mitología prehispánica. Y también en las fuerzas naturales o en personajes de animales, que antiguamente eran divinidades: la tormenta y la lluvia, el tigre y el águila. Y después, claro, en el imaginario popular están los héroes típicos, como el enmascarado justiciero. La máscara, por un lado, lo engrandece, pero por otro la gente sabe que debajo hay una persona de carne y hueso, que puede ser el vecino que vende tacos en la esquina.

-¿Qué es lo que lleva a un luchador a ser rudo o técnico?

-Lo deciden según su caracter, según su físico. Por ejemplo, si tienen una cara muy brutal, entonces luchan sin máscara como rudos. El rudo suele ser más interesante, porque tiene muchas más posibilidades. No se luce sólo por su técnica, sino también por sus mañas y sus trampas. Además, se mete mucho más con el público.

-¿El mal es más rico, más variado y complejo que el bien?

-Sí. Si no tienes que respetar las reglas puedes hacer muchas más cosas, ¿no? Hay muchos aficionados de los rudos. Quizá porque en la vida, a menudo, no le puedes pegar a quien te ha tratado mal. Entonces a través de los ``rudos'', con su omnipotencia que está más allá de las leyes, se sienten vengados. Tiene que ver con esa dimensión melodramática y sentimental, con ese ``qué mal me trata la vida'', que es lo que les pasa a los técnicos. Porque aunque seas bueno y luches bien, igual te maltratan.

-¿Por qué ciertos luchadores no usan máscara?

-En general es porque su cara ya es una máscara. Sobre todo la de ciertos rudos, que tienen caras de malos. Pero hay otro motivo. Cuando hay un ``pique'' entre dos luchadores, al final uno apuesta su máscara contra la del otro, y si no lleva, contra su cabellera. Al que pierde se le quita la máscara en público y tiene que decir su nombre real. Si no lleva máscara, le rasuran la cabellera ahí mismo. Es cómo un trofeo de guerra: el vencedor exhibe la cabeza del vencido, cortada simbólicamente.

-¿Quiénes ganan más, los buenos o los malos?

-En general, es bastante equilibrado. Pero en la lucha libre no es tan importante quién gana, sino que la lucha haya sido buena, espectacular, con suspenso. Durante la lucha, la gente se apasiona y se enoja, pero dos minutos después da igual. Muchas veces los de una porra salen abrazados con los de la otra. No es como en el futbol, donde realmente sí importa quién gana y se arman peleas entre los aficionados. Por eso la lucha libre no es un deporte. No está todo en función del triunfo o la derrota.

-Tú escribiste una tesis sobre la lucha libre, que lleva como subtítulo: ``Un evento teatral entre cultura popular y cultura de masas...''

-En los años treinta la lucha libre era un fenómeno producido por y para las clases bajas. No había tanto dinero en juego. Fuera de algunas estrellas que se han vuelto ricas, la mayoría trabaja para ganarse la vida. A una cierta edad tienen que retirarse, porque el físico ya no aguanta. El afán es ahorrar algo para poner una taquería, un taller mecánico, a lo sumo un gimnasio. Desde 1992 existe una empresa (asociada a Televisa) que ha cambiado la estética y el papel del luchador dentro de la sociedad. Construyen a los personajes como estrellas televisivas, los imponen desde arriba, con diseños modernos, inspirados en héroes de ciencia-ficción. Ya no son producto de las arenas.

-¿El público no echa de menos la inmediatez del evento en vivo?

-Sin duda. Pero los espectadores se están acostumbrando, porque en vez de ir a las carpas (que casi no quedan) se compran unas papitas y se quedan en casa, se ahorran el esfuerzo de ir hasta la arena y el dinero de la entrada. Pero lo que se echa de menos en la televisión no es sólo la interacción del público con los luchadores sino la de los espectadores entre sí. Las groserías, los chistes, los insultos. Se pierde por completo el ambiente, que es algo fundamental.

-Además, creo que es uno de los pocos ámbitos de la sociedad mexicana donde las mujeres pueden expresarse con relativa libertad.

-Diría que es el único. En él, además, está permitido admirar declaradamente al hombre como objeto sexual. Los tocan y hablan con ellos, que son mucho más guapos que sus pinches esposos panzones.

-Y este comportamiento, ¿no produce reacciones por parte de los hombres?

-No, dentro de la protección de la máscara esa relación está permitida. El desahogo de las mujeres también les sirve a los hombres: así las mujeres descargan sus rencores y frustraciones, y vuelven tranquilitas a casa. Mi película se llama Dioses de carne y hueso, porque son dioses accesibles, pero siempre dioses, es decir separados de los demás.

-Ese mecanismo de desahogo psicológico y sublimación sexual, ¿no tiene una función de control social y, en el fondo, reaccionaria?

-El primer prejuicio con el que me encontré en Alemania al hablar de la lucha libre fue: ``es opio para el pueblo''. Y mucho más en tiempos de crisis. Sin negar que haya algo de eso, hay ciertas libertades que sólo allí están permitidas. Por ejemplo, el hecho de que las clases bajas festejen a sus propios héroes, que no son los que les quiere imponer la cultura oficial. O la posibilidad de identificarse con el malo, que contradice abiertamente la idea católica de que hay que estar del lado del bien. Hay una relativización del bien y el mal.

-Quisier que me hablaras del papel de lo grotesco dentro de esa representación de la lucha entre el bien y el mal.

-Ese aspecto humorístico tiene un componente subversivo en relación al machismo. Toda la carga de masculinidad implícita en la lucha queda ridiculizada: el supermacho que se cae con un golpecito. Y también está lo grotesco en el sentido de exagerado: la caída tiene que ser espectacular; el odio hacia el adversario, desmesurado. Contrariamente al boxeo, donde el que recibe el golpe intenta ocultar el daño sufrido y mostrar que sigue siendo el más fuerte, en la lucha libre el dolor se expresa exageradamente, como el fracaso y la derrota.

-Es una expresión de humor poco común el la sociedad mexicana.

-Está la figura de Superbarrio, un activista social que se sirve de la máscara de luchador para ir a manifestaciones o a la Cámara de diputados, y hasta llegó a presentarse como candidato a la Presidencia, siempre enmascarado. En una cultura tan poco humorística (en particular la de la clase política) fue algo explosivo.

-¿Qué sucede cuando la popularidad de un luchador trasciende el ámbito de la arena y se convierte en una figura pública?

-Eso comenzó con El Santo, que protagonizó películas y fotonovelas, convirtiéndose en el gran salvador.

-¿Una especie de Superman?

-No. La diferencia está en que tú veías una película en la que El Santo luchaba contra las momias de Guanajuato y el domingo podías tocarlo y escupirle en la arena. A Superman no, lo ves sólo en el cine. El Santo se convirtió en un héroe popular porque llegó a ser una figura moral, y se identificó con su papel hasta el punto que fue enterrado con su máscara y nunca mostró su rostro. Lo que llama la atención en muchos luchadores, aunque no lleguen a convertirse en leyendas, es la sinceridad de su compromiso con la lucha. Una ética que trasciende el espectáculo.

-Al realizar tu documental, ¿en qué lugar te situaste?

-Quería que fuesen los propios luchadores los que contaran su mundo. Al principio ni me gustaba la lucha libre, no entendía nada. Después fui conociendo a los luchadores y me impresionó mucho esa ética de la que hablé antes. Me hice amiga, los conocí sin máscara. Era muy emocionante entrar a la arena con ellos enmascarados. Ese misterio de la máscara desata el morbo de la gente, que quiere saber quién está debajo.